He aprendido a convivir con la espina
de la flor (con la flor es facilito) y
acostarme con la muerte a mi lado,
(sin abrazarla, claro está) y a beber la leche
de las mujeres tristes, al fin la vida se toma
como se da y no hay posibilidad ninguna
de volver alguna vez, al país de nunca jamás.
Lo sucedido ya pasó, y el grito de los locos
que me espera en la penúltima cuesta
lo enfrentaré con la dureza de un santo frío y nupcial.
He aprendido también que el tiempo viene,
que el tiempo va, y que nunca nadie lo tendrá.
Ya verás.
Lo que te quiero decir, juana maría del cármen,
(o como te llames)
es que la vida es un espacio enorme por hacerse,
de modo que calienta mi frío, bebe de mi fruto,
deja las hojas verdes del silencio, volar
y nunca, por amor de dios, nunca se te ocurra
mirar hacia atrás. No te convertirás en sal. No.
Ni en azúcar, ni en agua, ni en pan, en nada.
Quizás en la última palabra
reside la esencia del problema.
O si prefieres: la espina de la flor.