Alon Pinkas - UCRANIA Y EL DILEMA DE ISRAEL

Título original:  La guerra en Ucrania convocó a Israel a un fracaso moral y político en un solo paquete


Desde que comenzó la guerra, Israel ha logrado decepcionar a Ucrania, enojar a Rusia y frustrar a los Estados Unidos, y todo esto sin promover un solo interés israelí. La participación iraní tampoco cambia el panorama.

Alon Pinkas 23 de octubre de 2022

Traducción del hebreo Oded Balaba balaban@research.haifa.ac.il

Se necesita un gran talento, cualidades políticas inusuales, pensamiento estratégico y creativo, gran sofisticación y una previsión particularmente aguda para hacer lo que Israel ha hecho desde que comenzó la guerra en Ucrania: generar hostilidad ucraniana, ira rusa, decepción y frustración estadounidenses, y todo esto, sin promover un solo interés israelí. Combinar el fracaso moral con el fracaso político requiere de una singular habilidad.

Algunos dirían que esto es un fracaso de la imaginación. Otros dirán que es una incapacidad para la abstracción política, o un pensamiento estratégico fosilizado. Puede ser una adhesión rígida a supuestos básicos erróneos, o una combinación de consideraciones cínicas con malentendidos de respecto de las circunstancias. Todo esto se ha intensificado en el período reciente, cuando se revelaron las dimensiones de la alianza ruso-iraní e Israel todavía se niega a apoyar a Ucrania y a los EE. UU. en nombre de intereses ficticios. Aquí la mala política se convirtió en un fracaso.

Hasta la invasión rusa de Ucrania, la posición neutral que adoptó Israel era lógica. Israel definió las relaciones normales con Rusia como un interés político y como una necesidad militar que requiere la coordinación con Rusia en las operaciones contra los iraníes en el espacio aéreo sirio. Sin entrar en la imperiosa y dudosa utilidad de estas acciones, la política lógica israelí hasta entonces era mantener relaciones normales con el presidente ruso Vladimir Putin.

Mientras Putin se involucrara en amenazas y caminara al borde del abismo, Israel no tenía ninguna razón o beneficio para anunciar declaraciones pro-estadounidenses o anti-rusas. Estados Unidos, aunque no aceptó completamente los argumentos de Israel, trató a Israel como un país marginal en la ecuación y, por lo tanto, no presionó, y la posición de Israel no tuvo ninguna importancia.

Luego vino la invasión rusa, el bombardeo de ciudades ucranianas, la matanza masiva de civiles inocentes, las amenazas de una escalada lateral —a Moldavia o incluso a los países bálticos de la OTAN— y las amenazas apocalípticas de usar armas nucleares. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, lideró una política de mano dura contra Rusia, consolidó la OTAN y amplió la alianza, proporcionó ayuda y armas por valor de unos 20.000 millones de dólares a Ucrania, calificó a Putin de “carnicero”, “criminal de guerra” y hombre "que debería no permanecer en su cargo”.

¿Y Israel? no participa del negocio. El gran aliado de EE.UU., Israel, que recibe de él 3.800 millones de dólares en ayuda militar al año, no dijo nada. Israel, que recuerda al mundo el Holocausto en cada oportunidad, advierte de los crímenes de guerra, condena la hipocresía en relación con cualquier crítica hacia él, de repente se volvió neutral.

Para defenderse de las críticas a su neutralidad moralista, Israel se declaró arrogantemente "mediador". Israel no tiene experiencia como mediador, por lo tanto no tiene la credibilidad que proviene del éxito como tal, no tiene palancas de presión sobre Rusia o Ucrania, y ni Rusia ni Ucrania le deplositan su fe, o su acuerdo, para hacer propuestas a uno de los lados del conflicto que sean respetadas por el otro. Después de que terminó esta ridícula aventura, Israel tuvo oportunidades de cambiar su actitud. Hizo todo lo contrario.

La lógica estratégica de Israel combinaba dos elementos: adoración a Putin, y aceptación de sus falsas suposiciones. Putin es fuerte, Putin es serio, Putin tiene un subordinado político ordenado, Putin se burla de los EE. UU.: un presidente (Trump) trabajó para él y el otro (Biden) será fácilmente manipulado y convertido: Putin tiene un ejército moderno y fuerte , Ucrania se rendirá sin luchar, EE. UU. es culpable de invitar a Ucrania a la OTAN, la OTAN se derrumbará debido a las contradicciones internas y si hay una invasión, y es probable que no la haya, Putin ocupará Kyiv dentro de las 72 horas. Putin es un genio estratégico. Es un rey.

Todas estas evaluaciones, por supuesto, resultaron ser incorrectas. Israel aceptó todas estas evaluaciones como sobreentendidas.

Se suponía que la entrada de Irán en la ecuación cambiaría el pensamiento en Israel, pero esto no sucedió. Israel permaneció en un espacio perezoso de comodidad, que era un espacio de negación de la realidad basado en un pecado original: la misma suposición de que Rusia es un aliado en el asunto iraní. Esta suposición, que se basaba en intereses en conflicto y hostilidad entre Teherán y Moscú, resultó ser un error tan pronto como comenzó la invasión. La asociación de intereses sirio-iraní se volvió significativa ya en julio de 2015, cuando Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria, visitó Moscú para coordinar las actividades entre Irán y Siria. En lo que respecta a Irán, el objetivo era convertir a Damasco en otra capital árabe sobre las que tiene fuertes palancas de influencia, como Bagdad, Beirut, Sana'a y Gaza.

En 2016, cuando Rusia e Irán estaban presentes en Siria, Putin convenció a Trump de que era un aliado y que el tema de Irán no era significativo. En Israel, llegaron a una conclusión de largo alcance: EE. UU. puede retirarse del acuerdo nuclear con Irán al mismo tiempo que Rusia toma medidas para expulsar a Irán de Siria. Netanyahu-Putin-Trump es una“liga vencedora”. EEUU abandonaron en efecto el acuerdo. Irán comenzó, de nuevo y más intensamente, a enriquecer uranio, a Rusia no le importó en absoluto, los iraníes no fueron expulsados ​​​​de Siria, e Israel siguió considerando a Rusia como una potencia significativa.

Luego vino la invasión de Ucrania, y de repente Irán y Rusia se convirtieron en aliados —aunque sea por razones temporales y circunstanciales— y ambos bajo sanciones estadounidenses. En este sentido, Teherán tiene algo que enseñar a Moscú sobre técnicas de evasión y elusión. Sus diferencias de opinión con respecto a Uzbekistán y especialmente a Kazajstán han desaparecido, en parte porque China está involucrada. Solo queda el eje antiestadounidense.

En este contexto, y junto al enorme fracaso militar de Rusia en Ucrania y el derrumbe de la doctrina de la “guerra híbrida” —y con ella el tremendo poderío militar de Rusia, que en Israel nunca hemos dejado de admirar— y con las imágenes de drones iraníes de fondo estrellándose contra edificios residenciales en Ucrania, Israel ha decidido que, incluso ahora, la neutralidad es la política correcta y que no venderá armas a Ucrania.

Estados Unidos pedirá, la OTAN suplicará, Ucrania rogará por armas defensivas, pero Israel seguirá siendo neutral, es decir, prorruso. ¿Y todo esto por qué? Porque Putin es un “zar que no es antisemita” y que hay 35 aviones rusos en Siria, y que si Israel vende sistemas a Ucrania “las armas podrían acabar en Irán”, el mismo Irán que suministra misiles a Rusia. Ni siquiera es una paradoja. Es una completa marcha de estupidez, como diría Barbara Tuchman.