Fernando Mires - LAS RAZONES DE PUTIN

 

Quienes critican al gobierno de Ucrania y a Occidente, incluyendo a autores bien intencionados, cometen un error fatal. Parten de la premisa de que el objetivo de Putin es apoderarse de territorios y, por lo mismo, hay que negociar esos territorios. NO, y mil veces NO. Lo que busca Putin no son territorios. Lo que busca Putin es apoderarse del Estado de Ucrania. Y ningún Estado es negociable. El de Ucrania tampoco.

Aconsejaba el historiador Ferdinand Braudel pensar al pasado como si fuera presente y al presente como si fuera pasado. Es una buena proposición: pensando al pasado como si fuera presente nos adentramos en la trama histórica con la misma intensidad que si la estuviéramos viviendo. A la inversa, pensando el presente como pasado podemos alcanzar ese grado de objetividad necesario para entender las razones que llevan al aparecimiento de sucesos que en su violenta irrupción suelen desconcertarnos. Así, pensando en pasado y presente, intentaré responder después de más de medio año de guerra, a la pegunta del millón. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron el 24-F a Putin a invadir a Ucrania?

Seleccionando entre artículos y ensayos escritos hasta la fecha, podemos detectar tres explicaciones. A la primera la llamaré, razón fenomenológica. A la segunda, razón historiográfica. Y a la tercera, razón futurista. Esas son a mi juicio, las tres razones del proyecto Putin.

LA RAZÓN FENOMENOLÓGICA

La fenomenología –término acuñado por Husserl, después profundizado por Sartre, Heidegger y Arendt– busca entender los acontecimientos tal y cual como se nos presentan. En palabras llanas, las causas que determinan la aparición del fenómeno son buscadas en el fenómeno mismo. Podemos decir que la razón fenomenológica surge como reacción al causalismo historicista cuya característica es separar a las causas del fenómeno, llevando a entender a este último como un producto de condiciones externas a su realidad.

En el caso que nos preocupa, la invasión de Rusia a Ucrania, una tesis fenomenológica sería afirmar que la invasión no estaba históricamente condicionada pues ocurrió más bien por una decisión de Putin determinada por circunstancias inmediatas, a saber, la de alejar un peligro representado en la expansión de la OTAN hacia el Este europeo. Esa pareció, por lo menos al comienzo de la guerra, ser la explicación predominante, compartida por diversas tendencias, entre ellas, por la escuela realista norteamericana (Mearsheimer, Kissinger), por las izquierdas anti-norteamericanas de Occidente, por las ultraderechas de Europa y por el pacifismo de izquierda europeo.

Que tendencias tan diversas hubieran convergido hace pensar en que la tesis fenomenológica posee un grado de verosimilitud. Por cierto, todas las tesis contienen algo de verdad. Pero que esa sea la verdad única, es otra cosa. Hay argumentos que muestran, por el contrario, que esa tesis es muy relativa. 

Por de pronto -lo hemos dicho otras veces– el término exacto a utilizar debería ser ampliación y no expansión de la OTAN. No se trata de una sutileza semántica. Hablamos de expansión cuando un estado ocupa espacios geopolíticos en contra de la voluntad de gobiernos y ciudadanos de otros países. Hablamos de ampliación, cuando gobiernos legítimamente elegidos de naciones democráticas deciden, sin que sea ejercida ninguna presión sobre ellos, ingresar a una institución internacional, en este caso la OTAN.

Ahora, que las naciones europeas liberadas del yugo soviético hubieran, después del derrumbe del comunismo, buscado la protección de la OTAN, es comprensible. Ni siquiera Gorbachov, mucho menos Yelsin y, en ningún momento, Putin, miraron con buenos ojos la liberación de naciones europeas satélites con respecto al ex imperio soviético. Gorbachov se opuso a la liberación de Georgia. Yelsin no solo confraternizó con el tirano serbio Milosevic, contrató además a Putin para que perpetrara el primer genocidio en Chechenia. Putin, como presidente, llevó a cabo con mayor ahínco la guerra a Chechenia, agredió militarmente a Georgia, colaboró intensamente con las oligarquías pro -rusas de Europa Central, convirtió vía Lucazensko a Bielorrusia en colonia de Moscú, e invadió Crimea y los territorios del Dombás en Ucrania (la guerra a Ucrania comenzó el 2014, no hay que olvidarlo)

Así como Polonia, Checoeslovaquia, Rumania, Hungría, más los países bálticos, ingresaron a la OTAN, el mismo derecho ha sido reclamado por los gobiernos ucranianos (con la excepción del rusófilo Yanukovich) desde 2008. Después de la revolución democrática de Maidán (2014) ese reclamo es nacional y público

Si Ucrania no ingresó a la OTAN fue por dos razones. La primera, la inestabilidad política de los gobiernos que precedieron a Zelenski. La segunda, el temor de los países occidentales a irritar a Putin con quien mantenían alegres relaciones comerciales.

Aunque EE UU insinuó repetidamente la conveniencia de integrar a Ucrania en la OTAN, la EU, en su inmensa mayoría, se manifestó siempre en contra. De ahí que en el momento de la invasión ya no había ninguna posibilidad para que Ucrania fuera miembro de la OTAN  (La discusión acerca del ingreso de Ucrania fue postergada por la UE ¡hasta el año 2024!) Más todavía: en los momentos preliminares a la invasión -que según Putin no iba a tener lugar- todos los gobiernos europeos manifestaron al dictador ruso no estar dispuestos a permitir el ingreso de Ucrania a la OTAN. Como es sabido, Putin hizo caso omiso a las disposiciones europeas.

¿Por qué entonces, representantes de la escuela realista norteamericana responsabilizaron a Occidente de iniciar la guerra de Rusia a Ucrania?

Dejando de lado hipótesis que tienen que ver con el curso de la política interior norteamericana, podríamos afirmar que la escuela realista adscribe a una tesis de tipo kissingeriano. Dicha tesis dice: para mantener la paz entre los países hay que asegurar las condiciones que hacen a su equilibrio geopolítico, incluso al precio de pasar por sobre la voluntad de gobiernos de naciones de escasa relevancia internacional (en ete caso, Ucrania). 

En otras palabras, las zonas de influencias entre las potencias mundiales deben ser repartidas equitativamente. Así se explica el exabrupto de Kissinger (después tuvo que desdecirse) cuando manifestó que había que entregar a Putin el par de kilómetros cuadrados que él reclamaba en Ucrania.

Kissinger, y la escuela realista cuyas tesis adoptó originariamente el mismo Putin, más las ultraizquierdas y ultraderechas occidentales abiertamente putinistas, partían de un falso principio: el de que Putin reclamaba territorialidad. Tuvieron que hablar Medvédev y Lavrov para que se convencieran de que lo codiciado por Putin era otra cosa: la destitución mediante vía armada del gobierno como antesala para apoderarse de la soberanía nacional de Ucrania.

Como si faltaran pruebas, Putin ignoró en sus “mesas largas” a todos los petitorios de los gobiernos occidentales, sobre todo –y de modo extremadamente ofensivo- a los de los conciliadores mandatarios de Alemania y Francia.

Putin, efectivamente, no quiere negociar porque no tiene nada que negociar. Putin no quiere territorios en Ucrania. Putin quiere al estado de Ucrania. Si hay que negociar algo, será la cabeza de Zelenski y nada más. 

El modelo de Putin es Bielorrusia, donde no controla un solo centímetro de territorio pero controla a todo su estado. O dicho así: a Putin no interesa la soberanía territorial, solo le interesa la soberanía política de Ucrania. Eso es lo que no han logrado entender los gobernantes europeos ni mucho menos los columnistas “bien pensantes” que presionan a Zelenski a negociar. ¿A negociar qué? Repetimos: Ni el estado de Ucrania ni el de ningún país del mundo es negociable. Entender ese punto es crucial para entender la guerra de Rusia a Ucrania. Sin ese punto no se entiende nada.

Concordamos con el politólogo alemán Gerfried Münkler cuando afirma que la posibilidad de llevar a Putin a la mesa de negociaciones pasa por derrotarlo militarmente, o en su defecto, por convertir su victoria en algo tan costoso y difícil que al final Putin decida desistir de ella. Eso no impide que los antidemócratas de Occidente sigan vituperando a Zelenski por "no querer negociar”. Son esas las motivaciones que han llevado a pensar a diversos autores que el objetivo central de Putin no es Ucrania, solo pasa por Ucrania. Ese objetivo no es otro sino restituir mediante la guerra el antiguo imperio ruso. Y llegando a este punto, debemos comenzar a caminar en dirección al pasado.

LA RAZÓN HISTORIOGRÁFICA

Mi tesis: Para entender la guerra a Ucrania hay que hacerlo dentro del marco revisionista establecido por Putin.

Revisionismo significa revisar el pasado a fin de reconstruirlo independientemente a los acuerdos establecidos en convenciones internacionales. En el caso particular de Ucrania, Putin cree, como lo demostró su artículo del 2021 (Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos) que Ucrania, el norte de Kasajistán, Bielorrusia y Rusia, poseen una misma raíz étnica (eslava), religiosa (ortodoxia cristiana) y lingüista, proveniente de la antigua Rus. Se trata de una concepción pre-moderna de nación, similar a la que reclamaba Hitler para la “raza” germánica en su imaginario “espacio vital”. Sobre la base de una mitología, Putin ha elaborado así una nueva narrativa de la geografía y de la historia rusa.

Desde el punto de vista geográfico, el núcleo central, formado por la resurrección de la antigua Rus, donde él, Putin, ejercería el rol de un nuevo Pedro el Grande (con quien continuamente se compara), deberá ser el eje central de naciones satélites, sobre todo en la región caucásica y en Asia Central. "Eurasia", llama a esa construcción Aleksandr Dugin.

Desde el punto de vista historiográfico, el pasado reciente que dio origen a Ucrania deberá ser también drásticamente revisado. Para comenzar, Putin decidió romper con el pasado bolchevique que dio origen a la URSS.

El mito de Lenin como padre totémico de la revolución rusa ha comenzado a ser desmontado. Lenin, opina Putin, era un europeísta. Al fundar a la república socialista de Ucrania, arrancó a Ucrania de la Madre Rusia. En cambio, según el discurso ideológico del nuevo totalitarismo, Stalin, al reintegrar violentamente a Ucrania, reconectó a la historia rusa con su pasado zarista.

Después de un largo interregno post-stalinista, Gorbachov retomó las líneas de Lenin y Trotzki e intentó unir el futuro democrático de la URSS con el de las democracias occidentales. Eso explica la campaña furibunda desatada desde fuentes gubernamentales rusas en contra de Gorbachov, hasta el punto de que incluso en sus funerales le fueron negados honores de estadista. Para Putin, Gorbachov fue el creador de la que él ha considerado “la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX”, la disolución del imperio de la URSS. Por el contrario, Putin ha decidido pasar a la historia universal como el creador de la antigua y a la vez de la nueva Rusia.

Bajo la luz de la nueva iterpretación de la historia, se entiende perfectamente el significado que tiene para Putin, Ucrania. Sin Ucrania no hay antigua Rus y sin ella Putin no tendría nada que restituir. En ese sentido Putin parece haber ligado su destino personal con su visión de la historia. Algo que hay que tener en cuenta: No estamos frente a un estadista normal. Estamos frente a un hombre dominado por visiones del pasado. Si no fuera presidente, ese hombre estaría en una clínica. Pero como posee poder mundial, dirige hoy los destinos del mundo.

LA RAZÓN FUTURISTA

Sería sin embargo equivocado limitar el proyecto Putin a una simple recuperación de un imaginario pasado. Putin no es historiador. Es, o cree ser, un político de dimensiones mundiales. Eso significa que el pasado solo le interesa en relación con un futuro, el que, como todo futuro, es imaginario. Ese futuro, lo ha repetido sin cesar en sus últimas elocuciones, apunta hacia la construcción de un nuevo orden mundial, y de esa construcción, él quiere ser su genial arquitecto. Un nuevo orden mundial cuyo objetivo es liquidar lo que el llama unilateralismo, vale decir, la dominación de Occidente. 

La invasión a Ucrania es concebida por Putin como el comienzo de una revolución mundial en contra de Occidente, y a ella se unirán las naciones patriarcales y religiosas de Europa, las naciones anti-occidentales del islamismo, los partidos de ultraderecha europeos e incluso los gobiernos y partidos de la ultraizquierda latinoamericana a los que Putin habla con una jerga de tipo castrista, guevarista y chavista (en contra del imperialismo norteamericano y de su brazo armado, la OTAN)

Nunca ha dicho Putin con qué economía ni con cuales ideas piensa superar a Occidente. Tanto en la producción de ideas como en su proyección económica, Rusia sigue, y probablemente seguirá siendo, un país atrasado. Solo cabe pensar en que, lo que nunca logrará Putin por medios civilizados, intentará conseguirlo mediante la aplicación sistemática de la fuerza bruta. Putin es el matón de ese barrio llamado mundo. De ahí que, imperiosamente necesita a China (aunque si bien lo pensamos, China no necesita demasiado a Rusia) para llegar a cuestionar lo que el llama dominación económica de Occidente. 

Como sea, Putin, en sus afiebradas ambiciones, ha descubierto la posibilidad de arruinar a Occidente. ¿Cómo? No hay otra respuesta, con lo único que tiene: fuerza militar. Es decir, mediante la prolongación de la guerra, o si se prefiere, mediante una guerra permanente.

Ignoramos si la destrucción sistemática de Occidente fue la idea originaria que llevó a Putin a invadir a Ucrania o si fue esa invasión la que abrió perspectivas para realizar su objetivo de dominación mundial. Más bien, nos inclinamos por la segunda posibilidad. El odio a Occidente manifestado por Putin parece no tener límites, pero al comienzo de la guerra a Ucrania era solo eso: un simple odio-deseo. Tal vez fue el error que lo hizo pensar en una guerra de tres días para ocupar Ucrania, el punto de inflexión que lo llevó a comprender que una prolongación de la guerra podría tener efectos más perjudiciales para los países occidentales -sobre todo para los europeos– que para Rusia.

De acuerdo a la lógica de Putin, los países europeos son débiles porque son democráticos y son democráticos porque son débiles. Tras años de convivir pacíficamente con Europa, Putin ha captado que gran parte de la estabilidad política de los países europeos reside en el bienestar social de sus clases medias. Ahora, si impide ese bienestar -los medios energéticos para hacerlo los tiene- esas clases medias consumistas no tardarán en volverse en contra de sus gobiernos, generando inestabilidad política. Desde esa perspectiva, Ucrania dejaría de ser solo un fin para convertirse -gracias a la prolongación de la guerra- en un medio destinado a demoler las estructuras sociales y políticas europeas.

Rusia, dominada por normas dictatoriales puede permitirse una gran caída económica. Putin, a diferencia de los gobernantes democráticos, no teme a ninguna oposición, y si aparecen opositores, ya sabe como tratarlos: los aplasta en la prisión, o los envenena, o los “suicida”. De modo paradójico, Putin ha logrado convertir a las democracias y al estado de bienestar social en aliados estratégicos de una guerra dirigida objetivamente a Europa. Su plan parece estar dando resultados, sobre todo en países cuyos gobernantes carecen de liderazgo emocional, como es el caso de la Francia de Macron y de la Alemania de Scholz.

La presión social sobre los partidos políticos es muy fuerte en los países europeos. Los cada vez menos disimulados llamados a Ucrania a negociar –en verdad, a capitular- no logran ocultar que para los sectores menos politizados de las naciones europeas, Ucrania, y sobre todo, su presidente Zelenski, comienzan a ser vistos como lastres que impiden llevar una vida “normal”. Como dijo el representante del comercio manufacturero alemán, “esta no es nuestra guerra”. Los llamados al cese de la ayuda militar serán, y de hecho son, cada vez más estridentes. Y los partidos extremistas, sobre todo los de ultraderecha, aliados confesos de Putin, aumentarán su caudal de votos, si es que no llegan al poder, como ya lo hicieron en Hungría y Serbia y probablemente muy pronto en Italia.

Imponiendo las condiciones de “su paz”, espera Putin doblegar la voluntad democrática de Europa, erigirse como campeón en una guerra de las civilizaciones, y dictar condiciones a ese otro Occidente, el no europeo, liderado por los EE UU. Para decirlo con las palabras de la recientemente asesinada, la muy putinista intelectual Daria Dugina: “la situación en Ucrania es realmente un ejemplo de un choque de civilizaciones; puede ser vista también como un choque entre una civilización globalista y una civilización euroasiática” (la entrevista a Dugina se encuentra en la revista Geopolitika: http://www.geopolitika.ru) 

Así como Dugina piensa Putin, así piensan también la mayoría de los dictadores, y- hay que decirlo- así piensan también los trumpistas al interior de los EE UU.

¿Logrará sus objetivos Putin? Nadie puede negar que tiene buenas cartas. Pero, por otra parte, el futuro no ha sido escrito. Occidente, claro está, deberá contar con deserciones, con divisiones dentro de la UE, con retrocesos antidemocráticos, con cuantiosas pérdidas materiales. Pero una parte de Europa, me refiero a naciones que conocieron en su propia piel el terror ruso-soviético, no será fácilmente doblegada. A esos países pertenece también Ucrania, cada día más ucraniana y cada día menos rusa.

El próximo invierno será decisivo. Si será un invierno ruso o un invierno ucraniano, está por verse.

SOBREDETERMINACIÓN HISTÓRICA

No hemos respondido aún a la pregunta inicial: ¿cuál de esas tres razones, la fenomenológica, la historiográfica o la futurista fue la más determinante en la decisión que llevó a Putin a invadir a Ucrania? La verdad es que para defender o devaluar a cada una de esas razones, hay argumentos de sobra. Sin embargo, cabría otra posibilidad, a saber: que ninguna de esas razones sea la determinante y que a la vez la sean todas. Eso supondría abandonar el concepto de determinación, pero no para recurrir al concepto de indeterminación (solo Dios es indeterminado, diría un teólogo) sino a otro muy distinto. Me refiero al concepto de sobredeterminación.

El concepto de sobredeterminación, como es sabido, proviene de la pluma de Sigmund Freud. Fue usado por el gran analista para explicar las relaciones que se dan entre el inconsciente dentro de los sueños y lo consciente fuera del mundo onírico. Según Freud, las razones de los sueños se encuentran en estado de condensación al interior de los mismos sueños, de modo que resulta imposible determinar causalmente a su lógica (sí, a su lógica). En términos más elementales, en un sueño sus causas son a la vez efectos, y esas causas y efectos no son separables entre sí.

Ahora, si extrapolamos el concepto de sobredeterminación a la guerra en Ucrania, podríamos decir: la guerra e invasión fue determinada originariamente por Putin con el objetivo de reconstruir el pasado imperial de Rusia y desde ahí dar impulso a un proyecto histórico destinado a destruir a Occidente desplazando hegemonía y dominación a favor de las dos potencias antidemocráticas: Rusia y China. Pero a la vez, también podríamos decir, la reconstrucción del pasado y la creación de un proyecto histórico a la medida de los deseos de Putin, no son posibles sin la previa capitulación de la soberanía política (estatal) de Ucrania.

De Ucrania depende la suerte de Europa y del mundo. Todos lo sabemos. Solo nos dividimos entre quienes lo sabemos y lo decimos y quienes lo saben pero no quieren decirlo.