Slavoj Žižek - Degeneración, depravación y la Nueva Derecha

 

La reciente crisis en Kosovo desapareció rápidamente porque nadie quería que el problema pasara a mayores, pero resurgirá, porque Rusia está maniobrando entre sombras en los Balcanes para alimentar las tensiones que le dieron origen. La trivial causa de la crisis muestra cuán fácilmente se puede avivar una chispa para convertirla en una conflagración.

El gobierno kosovar anunció una medida por la cual exigía a los serbios que viven en el norte de Kosovo que reemplazaran las patentes serbias de sus automóviles con otras locales, pero los serbios organizaron protestas (donde se dice que hubo disparos) y bloqueos en dos cruces fronterizos, con los que obligaron a las autoridades kosovares a demorar la medida por un mes mientras evalúan cuáles serán los siguientes pasos.

Desde hace mucho Serbia aplica una norma similar a quienes poseen patentes kosovares en su territorio. Kosovo estaba simplemente intentando aplicar la misma norma. El problema, por supuesto, es que Serbia no reconoce a Kosovo como estado independiente, aun cuando Estados Unidos y aproximadamente otros 100 países lo hacen.

Esta sería una cuestión completamente local si no estuviera involucrada en la dinámica geopolítica que desató Rusia con su guerra de agresión en Ucrania. Pero como reflexionó recientemente Vladimir Đukanović —parlamentario por el Partido Progresista Serbio, actualmente en el poder— (utilizando la justificación rusa para la invasión de Ucrania), «Serbia podría verse obligada a participar en la “desnazificación” de los Balcanes». Incluso en la expresión «obligada a participar» resuena el ridículo planteo del Kremlin que afirma que invadió Ucrania debido a las agresiones de la OTAN.

Además, la referencia de Đukanović a «los Balcanes» sigue la lógica del razonamiento ruso, que implica que toda Europa, atrapada en un torbellino de degeneración autodestructiva (LGBTQ+, matrimonios del mismo sexo, falta de distinción clara de género, etc.), tendrá finalmente que ser «desnazificada». Como explica Aleksandr Dugin, el filósofo de la corte del presidente Vladímir Putin, «Luchamos contra el mal absoluto encarnado en la civilización occidental, en su hegemonía liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano..»..

Según este nuevo conservadurismo, el nazismo, el comunismo y el hedonismo «despierto» (atento a la injusticia y la discriminación) representan lo mismo. Pero este acorralamiento de opuestos resulta excesivo incluso para los hegelianos radicales. Revela una inconsistencia patente no solo en los propagandistas del Kremlin sino también en los estadounidenses prorrusos y la derecha alternativa europea, quienes afirman encarnar los valores cristianos tradicionales aun cuando sus palabras y acciones aceptan el genocidio y glorifican la violencia sexual.

Como líder en esta guerra cultural, el Kremlin ha estado interviniendo a través de sus representantes no solo en Kosovo sino también en Bosnia, a quien advirtió que no solicite el ingreso a la OTAN. Desafortunadamente, los izquierdistas y pacifistas occidentales prefirieron simplemente ignorar la dimensión geopolítica del proyecto de «desnazificación» de Putin. Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista británico, se quejó recientemente de que «Llenar [a Ucrania] de armas no será la solución, solo prolongará y exagerará esta guerra. Es posible que la guerra en Ucrania dure muchos años».

En esta posición queda implícito que los gobiernos occidentales debieran dejar que Rusia ocupe Ucrania, pero es un «pacifismo» extraño que ejerce presión sobre la víctima (que no se debe defender con excesivo vigor) y sus partidarios (que no deben ayudar demasiado al objetivo del agresor), más que sobre el atacante.

Los «pacifistas» occidentales insisten en que tenemos que «dejar de demonizar» a Putin. En algún momento tendrá que haber algún tipo de negociación para que podamos considerarlo un socio en el futuro. De hecho, debiéramos hacer exactamente lo opuesto: el ataque a Ucrania nos obliga a redemonizar a Putin (no de manera personal, sino como exponente de un proyecto geopolítico e ideológico peligroso).

Hay cada vez más evidencia de que Rusia está mutando hacia algo completamente ajeno a los habitantes de las democracias occidentales actuales, pero demasiado familiar para quienes estudian historia europea. Pensemos en la reciente propuesta del Partido Liberal-Demócrata de reemplazar el término «presidente» con «pravitel» (gobernante). Según el partido, el primero «siempre nos dio vergüenza» porque se comenzó a usar en EE. UU. y se difundió al resto del mundo «mucho después».

Aunque el blanco ideológico principal de la nueva derecha es la «degeneración» occidental, su fascinación por el gobierno de un hombre fuerte está impregnada de obscenidad. En una reciente presentación durante su campaña, Kari Lake, candidata a gobernadora de los republicanos en Arizona, comentó efusivamente que sus compañeros republicanos Donald Trump y el gobernador de Florida Ron DeSantis poseen «la energía de quienes tienen un pene grande».

Esta característica no está supeditada a la defensa del cristianismo por la Nueva Derecha, sino que es necesaria para ese fin. Para atraer a suficientes seguidores, sus líderes deben brindarles un disfrute adicional («el disfrute que supera a la satisfacción estándar») de lo obsceno. Una ideología que permite a sus partidarios dar rienda suelta a sus peores impulsos puede movilizar a millones de personas.

Para dar otro ejemplo, ¿no se asemeja la «intervención militar» rusa en Ucrania a la «violación real» que definió en 2012 el diputado estadounidense Todd Akin, por entonces candidato republicano a senador de Misuri? Según Akin, se debe prohibir completamente el aborto, porque si la mujer sufre «una violación real» su cuerpo de alguna manera se las arreglará para evitar el embarazo.

Frente al escándalo que desataron sus palabras, Akin afirmó que se había «expresado mal». Lo que quiso decir es que hay «casos de violación según la ley», que son a los que se refiere la policía «cuando lleva a cabo una investigación o algún otro tipo de tareas». Pero el mensaje básico sigue siendo el mismo: si una mujer queda embarazada por una violación debe haberlo deseado secretamente, porque de otra manera el «estrés» de su cuerpo lo hubiera evitado.

Resulta revelador que Putin se haya referido a Ucrania del mismo modo. En una conferencia del 7 de febrero se burló de las objeciones del gobierno ucraniano a los acuerdos de Minsk y agregó: «te guste o no, es tu deber, bella mía». Las connotaciones sexuales de esa expresión son bien conocidas por los rusos y ucranianos gracias a «La bella durmiente en el ataúd», una canción del grupo de rock punk Red Mold, de la era soviética: «La bella durmiente en el ataúd, me acerqué con sigilo y le eché un polvo. Te haya gustado o no, duerme, bella mía».

Esto implica que a veces se justifica la violación de un país. La víctima lo estaba pidiendo. Como ocurre con la violación, la nueva derecha no responde al amor, sino a la dominación.

Slavoj Žižek, Professor of Philosophy at the European Graduate School, is International Director of the Birkbeck Institute for the Humanities at the University of London and the author, most recently, of Heaven in Disorder (OR Books, 2021). Traducción al español por Ant-Translation.

Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.