El video en el que aparece una estilizada mujer de 36 años recorre las pantallas del universo. Muestra a la primera ministra de Finlandia bailando, rodeada de amigos, bebiendo tragos, divirtiéndose, feliz.
Son imágenes demasiado estéticas para personas acostumbradas, en nuestro caso, al golpe en la retina que significa ver con frecuencia la enorme humanidad de Maduro sacudiéndose sobre una tarima mientras vocifera consignas políticas. Además, las imágenes muestran a gente despreocupadamente feliz cuando está fuera de su horario y responsabilidades laborales. A gente que entiende que el poder se ejerce desde la esfera pública y que el baile y los amigos son parte de la vida privada de todas las personas saludables del planeta trabajen en lo que trabajen.
Y eso no es tan fácil de perdonar. Una primera ministra que además de ser mujer se da el lujo de cumplir con su trabajo, de hacerlo bien, de divertirse cuando está libre y encima es capaz de dar declaraciones sin perder la compostura cuando le preguntan por el video privado que evidentemente fue difundido para perjudicarla. El video es casi una afrenta para quienes en nuestro país o en muchos otros defienden a funcionarios públicos que desde el poder o desde la oposición política se ríen, pero de nosotros.
Sanna Marin representa todo lo que a los enemigos de las democracias les molesta tanto: la libertad de vivir la vida como mejor le parezca mientras no le haga daño a nadie y cumpla con sus obligaciones y compromisos. O sea, todo lo contrario de lo que se hace por estas tierras marcadas por el autoritarismo en las que se hace el mayor daño posible mientras se exhibe una falsa moral ejemplar y ejemplarizante y, por supuesto, sin cumplir jamás con las obligaciones que como políticos contrajeron con la gente.
El baile de la ministra finlandesa los ofende porque para bailar así hay que tener el cuerpo tan ágil como la conciencia.