Por supuesto, no fue algo repentino. Casi ocho años antes de enviar decenas de miles de soldados a Ucrania el 24 de febrero, Rusia anexó Crimea y lanzó una guerra entre sombras en la región de Dombás. Desde entonces la gente viene combatiendo y muriendo violentamente en Ucrania oriental, mientras el mundo observaba cómo el Kremlin intentaba «filetear» a un estado soberano rebanándole provincias.
Desde 2014 el marco europeo de paz solo existe en el papel, donde perduró gracias a las ilusiones de los europeos occidentales sobre las intenciones políticas rusas. El orden europeo anterior, que descansaba en la integridad absoluta de las fronteras, fue reemplazado por una forma más antigua de política europea de grandes potencias donde se reclaman unilateralmente zonas de influencia por la fuerza. La amenaza de otra Gran Guerra volvió entonces Europa y sorprendió política, militar y, sobre todo, psicológicamente a los europeos.
Aunque no podemos saber cuándo ni cómo terminará la guerra de agresión del presidente ruso Vladímir Putin, esta vuelta a la política del poder a la vieja usanza abre tres escenarios posibles. En primer lugar, Rusia podría lograr eliminar a Ucrania como estado soberano independiente. Eso crearía inmediatamente preguntas existenciales para los países vecinos, entre los que no solo se cuentan Moldavia y Georgia sino también miembros de la OTAN como Polonia y los estados bálticos. Si arrastran a la OTAN a un conflicto directo con Rusia, la guerra se extendería rápidamente a escala continental. Dado el mayor riesgo de un conflicto nuclear, toda la Europa democrática estaría amenazada.
En el segundo escenario, Putin no logra someter a Ucrania incluso después de utilizar los medios militares más brutales a su disposición. Ucrania sobreviviría como estado soberano gracias al coraje de su gente y a las armas y la asistencia financiera provistas por Occidente. Pero como los líderes rusos actuales seguirían al mando, lo mejor que se podría afirmar es que Ucrania no habría perdido y Putin no habría ganado.
En el tercer escenario habría una suerte de tregua basada en algún tipo de compromiso negociado. Sin embargo, en este momento esa opción parece la menos probable dadas las atrocidades cometidas por el ejército ruso en Bucha y otros sitios.
Aunque el primer escenario ciertamente sería el peor desde una perspectiva europea y occidental, los tres impiden la vuelta al statu quo previo. La paz requiere confianza y es imposible imaginar que se pueda recuperar la confianza mientras Putin siga en el poder y Rusia continúe lanzada hacia el totalitarismo.
Mientras tanto, las fronteras europeas orientales seguirían bajo la perpetua amenaza de altercados fríos, calientes e híbridos. Como parte de su respuesta más amplia, Europa tendría que contrarrestar el chantaje nuclear ruso. Eso implica desarrollar una estrategia de disuasión nuclear propia, algo de lo que actualmente carece en forma creíble.
La cuestión nuclear por sí sola demuestra que el desafío actual para Europa ha alcanzado una escala suficiente como para convertirse en un hito. Desde que Putin lanzó su guerra de agresión, fortalecer las capacidades defensivas y disuasivas europeas se convirtió en una prioridad. Además, aunque este proceso se debe implementar en el contexto de la OTAN, la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos dejó en claro que los europeos también deben estar preparados para hacerse cargo ellos mismos del asunto.
Por sobre todas las cosas, los europeos no deben albergar ninguna ilusión. Ahora que Putin destruyó el marco de paz europeo, la guerra —y la mentalidad guerrera— volvieron al continente. La nueva realidad europea estará caracterizada por continuos riesgos políticos, carreras armamentistas y el peligro siempre presente de que un conflicto frío escale hasta convertirse en uno caliente.
Para la Unión Europea se avecinan cambios profundos y de largo alcance después de este punto histórico de inflexión. Con la amenaza militar contra Europa de la Rusia de Putin, la UE debe transformarse en un actor geopolítico con fuerte capacidad de disuasión al tiempo que mantiene su fortalezas tradicionales como mercado común y comunidad legal. Para conservar la ventaja tecnológica tendrá que hacer mucho más que apoyar la innovación y aumentar su capacidad local de alta tecnología.
Políticamente, el centro de gravedad de la UE se desplazará hacia el este y la relación entre la UE y la OTAN será mucho más estrecha. También debieran serlo las relaciones entre Washington y Bruselas. Después de todo, sin el poder militar estadounidense Europa probablemente no hubiera hecho nada en respuesta a la guerra de Putin. La protección militar estadounidense seguirá siendo indispensable por mucho tiempo, pero dada la posibilidad de otra presidencia de Trump (o de alguien parecido), a los europeos no les faltan en absoluto motivos para aumentar sus contribuciones a la seguridad transatlántica.
Mientras espera lo mejor, Europa debe prepararse para lo peor. Pocos entre quienes hoy estamos vivos recuerdan lo peor. Hubo quienes vivieron todas su vidas en paz y prosperidad. Es hora de defender a la Europa que lo hizo posible. (Project Syndicate).
Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years.