Joschka Fischer - POR UNA NUEVA EUROPA

  



Título original: Cómo la guerra de Ucrania debe dar una nueva forma a Europa

La guerra ha vuelto a Europa. Hace un mes, una gran potencia europea atacó a un vecino más pequeño, bajo la excusa de que no tiene derecho a existir como estado-nación soberano, e incluso amenazó con usar armas nucleares contra quienes no estuvieran de acuerdo. Con eso, el mundo cambió de manera fundamental. Europa debe cambiar también.

Con su agresión no provocada contra Ucrania, el Presidente ruso Vladimir Putin destruyó deliberadamente las bases de la paz europea y, hasta cierto punto, las del orden internacional completo posterior a la Guerra Fría. No sólo han quedado afectadas las relaciones diplomáticas y económicas con Occidente; hoy es una posibilidad clara la confrontación directa entre la OTAN y Rusia.

Hoy el mundo debe convivir con el riesgo –que alguna vez se pensó superado- de que una guerra en Europa escale rápidamente a una conflagración global. Si ocurriera una Tercera Guerra Mundial, implicaría un nivel de destrucción sin precedentes -hasta para estándares europeos- debido a la probabilidad de que se utilicen armas de destrucción masiva.

No hay lugar a dudas de que Putin ha cometido serios errores de cálculo. Se suponía que su blitzkrieg iba a decapitar al gobierno ucraniano democráticamente electo y reemplazarlo con un régimen títere. Pero parece haber sobreestimado la fuerza del ejército ruso y subestimado la voluntad de los ucranianos de luchar por su país y su libertad.

Putin también parece haber subestimado a la OTAN y a la Unión Europea. Aunque sin duda era de esperarse alguna reacción adversa, probablemente no sospechó la respuesta decidida, rápida y unida de Occidente.

Además de recibir una gran proporción de los cerca de 3,5 millones de ucranianos que se han visto obligados a huir de su país desde el inicio de la invasión, los países occidentales han enviado a Ucrania el equivalente a miles de millones de dólares en armas y otros materiales. Y han impuesto severas –y cada vez más intensas- sanciones económicas y financieras a Rusia, Putin y sus partidarios.


Para Europa, esta respuesta refleja lo cerca de casa que se sitúa la guerra de agresión de Putin. Día tras día, por televisión y en las redes sociales, los europeos se ven inundados de historias e imágenes de ciudades en ruinas, refugios contra bombas atestados, y ucranianos de a pie que enfrentan con valentía su nueva realidad. Esto, junto con la llegada de refugiados a prácticamente cada país del continente, ha hecho de la guerra un elemento definitorio de la cotidianeidad de los europeos.

Pero la conexión es todavía más profunda. Los europeos de dentro y fuera de la UE entienden que la agresión de Putin no solo está dirigida directamente a Ucrania. Rusia ha atacado nuestros valores más cruciales: la democracia, el estado de derecho, la coexistencia pacífica y la inviolabilidad de las fronteras. Si la guerra de Ucrania es un ataque contra todos nosotros, la única respuesta adecuada es una que sea coordinada.

Son embargo, aunque la unidad de Europa hasta ahora es encomiable, hay mucho más por hacer. Todavía no está claro cómo terminará la guerra de Ucrania, o incluso si el país seguirá siendo una nación independiente. Pero hay pocas dudas de que la guerra de Putin tendrá profundas consecuencias de más largo plazo, potencialmente incluso más que aquellas de los años decisivos cuando se derrumbó el orden de la Guerra Fría.

Para comenzar se asentará la desconfianza hacia Rusia. Puesto que por largo tiempo la relación de Occidente con Rusia ha sido un pilar de la paz europea, Europa deberá transformar su enfoque en el ámbito de la seguridad. En particular, el flanco oriental de la OTAN y las fronteras del este europeo quedarán vulnerables, lo que exigirá un mayor nivel de protección militar. Esta tarea, que se debe compartir por igual entre la OTAN y la UE, debería transformar a la UE en un actor geopolítico.

Hasta ahora, el único instrumento geopolítico que la UE tenía a disposición para un país era la promesa de convertirse en miembro y la perspectiva de paz, prosperidad y respeto al estado de derecho que eso implicaba. Pero, como mostró la ampliación hacia el este de principios de este siglo, el ingreso por sí solo no basta para garantizar que un país complete la transformación geopolítica esperada.

Frente a las aspiraciones de los países de los Balcanes occidentales, así como a Turquía, Ucrania, Moldavia y Georgia, la UE debe desarrollar un sistema más flexible, con mayor capacidad de respuesta y más matices o, de lo contrario, arriesgarse a colapsar. El avance de la UE hacia una unión política, de seguridad y de defensa, más que meramente una unión económica y financiera, ofrece una oportunidad ideal.

A medida que tome forma esta nueva Europa, se puede trazar un nuevo trayecto hacia la calidad de miembro pleno de la UE, que consista en varias fases, cada una con sus propios criterios, derechos y obligaciones. Para pasar a la fase siguiente, un país deberá cumplir ciertos estándares predeterminados relacionados con la economía, el estado de derecho, la seguridad y otros ámbitos. Algunos países podrían avanzar con rapidez, mientras otros quizás nunca alcancen la calidad de miembro pleno de la UE. Pero todos se beneficiarían de sus vínculos con el bloque.

La guerra de Putin ha hecho que Europa esté más unida que nunca. El reto ahora es mantener esta sensación de propósito en común y construir una UE más sólida, resiliente y autosuficiente, capaz de impulsar sus intereses geopolíticos en un mundo de rivalidades renovadas entre grandes potencias. Por supuesto, las alianzas serán esenciales, en particular con Estados Unidos y Canadá. Pero, mientras los europeos nos maravillamos con la valentía y la entereza de Ucrania, debemos absorber de ellos una lección crucial: nadie va a luchar por ti –por tu familia, tu país y tu futuro- tanto como tú mismo.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen