Étienne Balibar - EL PACIFISMO NO ES UNA OPCIÓN


Entre los libros que saturan el espacio de la oficina de Étienne Balibar en París, un busto de Karl Marx se asoma al horizonte. En su imagen, el filósofo, de 79 años, expulsado del Partido Comunista Francés en 1981 por criticar su actitud durante la guerra de Argelia, dice estar “buscando una brújula” para entender la actual guerra de Ucrania y sus implicaciones.

Partidario del federalismo europeo definido por el comunista italiano Altiero Spinelli en el Manifiesto de Ventotene (1941), no previó que Europa se encontraría en la pendiente de militarización que ahora parece inevitable. Al igual que en el momento de la invasión estadounidense de Irak, en 2003, en L'Europe, l'Amérique, la guerre: réflexions sur la médiation européenne (La Découverte, 2005), Étienne Balibar propone perspectivas para pensar más allá de la guerra.

En su rechazo de la idea de una “reconstitución de los bloques”, el filósofo, cuyos escritos han sido publicados por La Découverte en varios volúmenes (Histoire interminable, Passions du concept, y próximamente Cosmopolitique), aboga por un internacionalismo que incluya el apoyo a la resistencia del pueblo ucraniano, pero también a la del pueblo ruso disidente. Porque lo que está en juego es una “guerra europea”. Y, como tal, es necesario evitar a toda costa “poner un telón de acero moral entre nosotros y ellos”, explica.

La invasión rusa de Ucrania ha traído a la memoria palabras del pasado, sin que sepamos si realmente se corresponden con la situación actual: guerra fría, guerra mundial, guerra imperialista...

¿Qué guerra cree que ha empezado?
No es una pregunta fácil, porque no soy en absoluto un experto militar o geoestratégico. Pero, al igual que muchas personas de mi generación, e incluso de generaciones más recientes, considero que todos los acontecimientos políticos que se producen en Europa y en el mundo, y que ponen en cuestión asuntos tan vitales como la guerra y la paz, la democracia y la dictadura, son ineludibles. Cuando se es ciudadano europeo y se profesa la reflexión sobre el mundo en el que se vive, no se puede uno esconder detrás de la incompetencia.

Mi respuesta, por tanto, es que se trata de una guerra europea. No solo porque tiene lugar en un territorio que puede considerarse perteneciente a Europa o en su frontera, sino porque es una guerra que tiene lugar dentro del conjunto histórico, cultural y político que llamamos Europa. Y todo esto incluye a Rusia.

No es una guerra entre Europa y una potencia externa por definición. Es una guerra que tiene lugar en nuestro espacio europeo.

Esto no quiere decir que Rusia y su régimen actual, una especie de “petro-oligarquía” autocrática, ultramilitarizada y cada vez más vigilada, nostálgica del Imperio ruso, no sean el enemigo del momento. Son el enemigo de los ucranianos y, en consecuencia, el enemigo de todos los que consideran, como yo, que la prioridad es apoyar su resistencia.

Pero es muy importante considerar, frente a una cierta evidencia, que no se trata de una guerra entre Europa, reducida a la “pequeña Europa”, y una potencia que sería exterior por definición. Entre “nosotros” y “ellos”. Es una guerra que se desarrolla dentro de nuestro espacio europeo pero que aún podría expandirse, eso es un riesgo evidente.

¿Cómo definiría este espacio europeo? ¿Cuáles son sus límites?
Partimos de una definición amplia del espacio europeo. Pienso en lo que Gorbachov llamaba la “casa común”. También tengo en mente el famoso libro de Keynes publicado después de la Primera Guerra Mundial, The Economic Consequences of Peace (1919).

No fue la agresión de la OTAN la que empujó a Putin a la guerra

En ese libro, hay temas de Keynes que iban en contra de lo obvio: por ejemplo, la idea de que, si intentábamos aplastar a los alemanes, se volvería contra nosotros. Y decía a sus lectores, en esencia: “Os sorprenderá que un inglés diga que le preocupa tanto lo que pasa en Europa, pero yo me siento europeo”. Necesitamos una definición abierta de Europa, acorde con su historia.

Por eso digo que Rusia forma parte de Europa, como Inglaterra o Turquía. La Europa histórica está dividida, a veces violentamente, por fronteras interiores, pero no tiene fronteras exteriores como tales, ni al sur, ni al oeste, ni al este, salvo en el sentido de zonas de contacto con otras civilizaciones.

Incluye a Rusia, pero en su discurso del 21 de febrero de 2022 en el que anunciaba su ofensiva, Vladímir Putin llegó a negar la existencia misma de Ucrania. ¿No obstaculiza su imperialismo agresivo esta visión de Europa?

Putin vuelve obsesivamente a algo que me llama por fuerza la atención, porque en mi memoria también está toda la historia del comunismo. La idea es que Lenin es responsable de esto, porque cometió un error irreparable cuando aceptó, en el momento de la fundación de la Unión Soviética en 1922, al final de la guerra civil, que una entidad nacional, llamada Ucrania, constituyera una república autónoma dentro de la URSS.

Putin dice que Lenin hizo una concesión desastrosa al nacionalismo ucraniano y que, de no haber sido así, en el momento de la caída de la Unión Soviética no habría habido independencia para Ucrania, ya que las tierras ucranianas habrían sido consideradas por los propios habitantes como parte de Rusia. Esto equivale a tomar partido por Stalin, en contra de Lenin.

El imperativo inmediato es ayudar a los ucranianos a resistir. No repitamos la “no intervención”.

Por supuesto, creo que Lenin tenía razón en la famosa “cuestión de las nacionalidades”. Estaba obsesionado con lo que llamaba “el gran chovinismo ruso”. Pero lo que siguió demostró que los nacionalismos, grandes y pequeños, estaban muy dispuestos a surgir a través de guerras, crisis y genocidios.

Hay raíces aún más antiguas, en la historia del Imperio ruso y de otros imperios europeos, pero creo que lo que está ocurriendo hoy tiene sus raíces en la gran división de Europa al final de la Primera Guerra Mundial y después de la Revolución Rusa, seguida, por supuesto, por el nazismo y la Guerra Fría.

La conclusión que saco de esto, para proponer perspectivas, es que el objetivo debe ser una recomposición de Europa, en interés de los rusos, de los ucranianos y de los nuestros, en la que la cuestión de las naciones y de las nacionalidades se replantee de arriba abajo.

No digo que tengamos que volver a 1920. Pero debemos tomar esta larga trayectoria de divisiones internas de Europa para intentar pensar en su futuro colectivo. Y esto dicta en parte lo que debemos hacer en este momento, y cómo debemos hacerlo.

¿Cree que la respuesta actual de la Unión Europea a esta guerra está a la altura? ¿Teme la escalada militar?

Tengo mucho miedo a la escalada militar, incluida la nuclear. Es aterrador y, obviamente, no está fuera de lugar. Pero el pacifismo no es una opción. El imperativo inmediato es ayudar a los ucranianos a resistir. No repitamos la “no intervención”. De todos modos, la Unión Europea ya está involucrada en la guerra. Aunque no envíe tropas, está entregando armas, y creo que hace bien en hacerlo. Es una forma de intervención.

En segundo lugar, los ejércitos europeos están en alerta, enviando destacamentos a la frontera. No hay forma de saber qué pasará si los ejércitos rusos llegan allí a su vez. Y, en tercer lugar, en el marco occidental, la UE está adoptando sanciones económicas que, de ser efectivas, son una forma “híbrida” de hacer la guerra, y pueden provocar represalias rusas.

La gran incógnita es qué harán entonces los chinos, pero todo apunta a que, si bien ven algún beneficio en que los rusos provoquen problemas en el mundo occidental, no están dispuestos a seguirlos a ninguna parte. Los chinos no piensan en términos de “bandos”. ¿Tienen alguna forma de hacer pensar a Putin? Es menos obvio.

Volviendo a tu pregunta, Noam Chomsky ha dicho estos días que debemos apoyar a los ucranianos, pero dar una salida a Putin, y que estas sanciones económicas no deben provocar reacciones exageradas de los rusos. Con el debido respeto, creo que se equivoca. Si se quiere obligar a Putin a retroceder, los golpes deben ser fuertes. Pero es muy cierto que las sanciones económicas son de doble filo, y que los europeos pueden verse perjudicados en el suministro de gas, petróleo y trigo. La inflación se disparará. Incluso puede haber un “riesgo sistémico” para las finanzas mundiales.

En general, viviremos bajo la sombra de la amenaza y el riesgo durante mucho tiempo. No podemos intervenir en la guerra que ha iniciado Putin, en varias formas, y creer que no costará nada ni implicará ningún riesgo.

El imperativo, repito, es primero apoyar a los ucranianos. Así que no quiero darle a Putin una salida. Además, él mismo no la quiere. Se ha puesto en una posición de todo o nada. Eso es lo que da miedo.

Putin ha esgrimido una supuesta amenaza de la OTAN para justificar su guerra, como si fuera producto de rivalidades interimperialistas con Estados Unidos. ¿Cómo salir del “campismo” que está alimentando, y que a pesar de todo se está recomponiendo con motivo de esta guerra?
Soy de los que piensan que la OTAN debería haber desaparecido al final de la Guerra Fría, al mismo tiempo que el Pacto de Varsovia. En aquella época, Occidente pensaba que, habiendo ganado la guerra de los “sistemas”, tenía que recoger los frutos de esta victoria en todos los terrenos: económico, ideológico y militar. Entre las cosas que decidió conservar estaba la OTAN, que tenía ciertamente funciones externas, pero también –lo que es quizá más importante– la función de disciplinar, por no decir domesticar, al campo occidental.

Todo esto está ciertamente vinculado al imperialismo: la OTAN es uno de los instrumentos que garantizan que Europa, en el sentido más amplio, no tenga una verdadera autonomía geopolítica en relación con el imperio estadounidense. Esta es una de las razones por las que se mantuvo la OTAN después de la Guerra Fría. Y las consecuencias han sido catastróficas para todo el mundo.

La OTAN ha consolidado dictaduras en su propia zona de influencia, ha encubierto o tolerado todo tipo de guerras, algunas de ellas terriblemente asesinas, con crímenes contra la humanidad. Lo que está ocurriendo ahora no me hace cambiar de opinión sobre este punto.

Sin embargo, la agresión rusa es real, y para los ciudadanos de los Estados bálticos, por ejemplo, la única protección, aparentemente, es la OTAN. Tienen un 30 o 40 por 100 de rusoparlantes. El Imperio ruso siempre ha querido tener acceso al mar, al norte y al sur, y es posible que Riga siga el destino de Crimea. Polonia puede ser ya otro problema, con un gran nacionalismo hereditario, además del trauma del pacto germano-soviético…

Lo mejor sería que Europa fuera lo suficientemente fuerte como para proteger su propio territorio, y que tuviéramos un sistema de seguridad internacional eficaz, es decir, una ONU renovada democráticamente, liberada del poder de veto de los miembros permanentes.

Sin embargo, cuanto más asciende la OTAN como sistema de seguridad, más se hunde la ONU. En Kosovo, Libia y, sobre todo, en Irak en 2003, el objetivo de Estados Unidos y de la OTAN a su paso era romper la capacidad de mediación, propuesta, arreglo y justicia internacional de las Naciones Unidas.

Si uno se plantea la cuestión de las garantías que pueden tener los pueblos contra la agresión, la OTAN es el último palo al que se pueden agarrar en ciertos casos. Pero no es lo ideal, por decir lo menos. Porque con la “protección” de la OTAN viene la incorporación al conflicto estratégico de los imperialismos globales.

Volviendo a la pregunta, creo que esto es obviamente un pretexto por parte de Putin. No fue la agresión de la OTAN la que empujó a Putin a la guerra. Pero que ha habido una política sistemática de mordisqueo de posiciones en torno a Rusia desde 1991… solo hay que mirar el mapa para entender que esto es cierto.

Desde el comienzo de la guerra, no solo los ucranianos han resistido, sino que los rusos se han manifestado y han mostrado su solidaridad con ellos corriendo un gran riesgo. ¿Puede el pueblo ruso ayudar a hacer retroceder a Putin?
Sí, y me gusta mucho esta idea. Si se formula la pregunta en forma de: ¿qué puede detener a Putin? La primera respuesta es: el pueblo ucraniano, si se le ayuda. Pero la segunda respuesta es: el pueblo ruso, a pesar de la violencia del aparato represivo al que está sometido.

No sé si se puede decir que la mayoría del pueblo ruso preferiría la democracia al sistema actual, pero hay elementos que apuntan en esa dirección. Creo que Putin temía que el espíritu democrático ganara terreno en Ucrania, en un espacio cultural y político que está entrelazado de todas las maneras posibles con Rusia y que sufre algunos de los mismos problemas de corrupción.

Recordemos también las protestas contra Putin cuando fue reelegido en 2012, por un amplio margen, pero posiblemente con resultados amañados. Hay una opinión pública crítica en Rusia, aunque no descarto que mucha gente se trague su retórica de restaurar la grandeza rusa del pasado, especialmente bajo la influencia de la Iglesia Ortodoxa. En cuanto a la mitología fascista del continente “euroasiático” dominado por los eslavos, me parece mucho menos cierta.

Por último, hay otro elemento al que me aferro, y es el siguiente: no debemos considerar al pueblo ruso y al ejército ruso por separado.

El objetivo no es solo que Putin retroceda. Hay un objetivo político más interesante: que su pueblo se deshaga de él

En el ejército ruso hay profesionales, “unidades especiales” de las que se puede esperar lo peor, como ya han demostrado en otros lugares, pero también hay reclutas, y detrás de ellos están sus familias. Durante la guerra de Chechenia, las madres de los soldados rusos salieron de sus casas para protestar. Así que hay un gran interrogante: ¿qué olas de desánimo y protesta política pueden extenderse dentro de la sociedad rusa desde el foco de la guerra? Por supuesto, aquí interviene mi vieja cultura marxista: Engels había argumentado que, con los ejércitos conscriptos, el proletariado estaba en el ejército y se levantaría contra las guerras. Resultó que esto era muy idealista, pero hay ejemplos de resistencia por parte de los soldados, al menos pasiva, a las guerras que queremos que luchen.

Vuelvo a mis especulaciones del principio: un ejército ruso ha invadido Ucrania, pero ¿quiénes son los que están detrás de ese ejército? Así que la pregunta es: ¿qué medios tenemos para ayudarles también a ellos? Desde luego, no aislándolos, poniendo un telón de acero moral entre ellos y nosotros... Ese es mi lado internacionalista.

¿Parte de la solución del conflicto será el internacionalismo?
Es difícil ser internacionalista cuando triunfa el nacionalismo, pero hay un pequeño resquicio por el que puede colarse el internacionalismo: es la solidaridad con los pueblos de ambos lados del campo de batalla.

Esto me parece tanto más vital porque tenemos nuestros propios nacionalistas o “soberanistas” en casa, subvencionados o inspirados por Putin. Paradójicamente, también forman una especie de Internacional.

Pero mi obsesión en este momento es saber cómo practicar la unidad de los contrarios: hacer la guerra al ejército ruso y a Putin, ya que él nos la impone, y pensar en un camino más allá de esta guerra, que no sea la reconstitución de bloques. El objetivo, a largo plazo, no es solo que Putin retroceda. Hay un objetivo político más interesante: que su pueblo se deshaga de él.

Y uno aún más ambicioso: inventar la gran Europa multilingüe y multicultural, abierta al mundo. No hacer de la militarización de la Unión Europea, por inevitable que parezca a corto plazo, el sentido de nuestro futuro. Evitar el “choque de civilizaciones”, del que seríamos el epicentro.

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Esta entrevista se publicó en francés en Mediapart.

Traducción: Álvaro García Ormaechea.