Igor Torbakov - LA RUSIA DE PUTIN O EL DESENGANCHE ESPIRITUAL DE EUROPA

 

Es indiscutible que las relaciones entre la Unión Europea y Rusia han tocado fondo. A comienzos de 2021, Moscú llegó a amenazar con cortar todos los vínculos con la Unión, y su ministro de Asuntos Exteriores consideró oportuno citar el proverbio latino «Si vis pacem para bellum» («Si quieres la paz, prepárate para la guerra») para subrayar la determinación de su país. En vista de la reciente escalada en Ucrania, esta amenaza era claramente más seria que lo que muchos en Europa quisieron creer en ese momento.

Por supuesto, todos los ojos están puestos en las implicaciones políticas y económicas del abismo cada vez más profundo entre Moscú y Bruselas. Los aspectos inmateriales del cambio en el comportamiento internacional del Kremlin reciben menos atención. Desde la jugada de Crimea y la debacle del este de Ucrania, el imaginario político de las elites de Moscú ha cambiado dramáticamente. En el fondo se trata de un alejamiento mental de Europa.

Nada documenta con más claridad este drástico cambio que un memorándum de 2014, aparecido en relación con el desarrollo de un nuevo concepto político-cultural. «Rusia debe entenderse como una civilización única y distinta que no puede reducirse ni a Occidente (Europa) ni a Oriente», escribieron los autores, y agregaron sin ambages: «En resumidas cuentas, esta tesis –confirmada por toda la historia del país y de su pueblo– dice: Rusia no es Europa».

 «Un mundo nuevo»

Durante los últimos tres o cuatro siglos, las interpretaciones rusas de qué es lo europeo y cuál es la relación de Rusia con Europa han fluctuado constantemente. En la era de Pedro el Grande, los geógrafos e historiadores de su corte jugaron un papel decisivo en el nuevo trazado de las fronteras de Europa. Al designar los Urales como la frontera oriental de Europa, incluyeron decididamente la mayor parte del territorio occidental del Imperio Ruso dentro del viejo continente. Este tipo de cartografía mental sirvió como base simbólica para la política de europeización impulsada tanto por Pedro el Grande como por Catalina la Grande. En su aclamado «Nakaz», el gran «borrador» de su política de 1767, Catalina declaró abiertamente: «Rusia es un estado europeo».

Durante los siguientes dos siglos hubo constantes idas y venidas sobre si Rusia era «europea» y en qué medida. Pero a medida que la Unión Soviética se acercaba a su fin, el Kremlin parecía haber adoptado la fórmula de Catalina. Una de las ideas favoritas de Mijaíl Gorbachov era la de un «hogar europeo común». 

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