Queridos y queridas compatriotas que ondean la bandera amarilla sin complejos y sin miedo ante la prepotencia de los iluminados de cualquier tipo. Por medio de la presente carta, que espero llegue a todos los confines de nuestro querido país, me parece y –sin ánimo de sumarme a ninguna campaña del terror– ni querer arruinarles las vacaciones, que–dadas las últimas noticias que nos llegan de la Convención Constituyente– es prudente y necesario decretar un estado de Alerta Amarilla. Alerta democrática y republicana. Alerta en su grado máximo.
Esto puede ser comparado a la alerta que el SHOA emite cuando un tsunami o una erupción volcánica submarina ocurre en territorios cuya cercanía podría constituir un peligro para nuestras costas. ¿Son exageradas esas alertas? A algunos puede parecerles que sí, pero todos sabemos lo que puede ocurrir cuando las personas que viven en las zonas de riesgo no están alertadas y se minimizan los posibles efectos de un tsunami o terremoto cercano.
La mayoría de las veces es probable que la alarma termine finalmente en nada, pero a veces la tragedia ocurre: entre tomar las medidas precautorias y no hacerlo, aunque la primera opción pueda a muchos parecer exagerada, es mejor hacerlo pues no hacerlo podría significar perder muchas vidas…Y en el caso de una alerta democrática y republicana, muchas democracias se perdieron y muchos países sufrieron la devastación y la catástrofe porque quienes debían encender las alarmas a tiempo no lo hicieron. Y el tsunami de la intolerancia, el fanatismo y el totalitarismo terminó por pasarles por encima, llevándose también a quienes negaron el peligro e, incluso, se mofaron de las alarmas. Eso es lo que precisamente queremos y debemos evitar.
¿Y quiénes son los que deben encender primero las alarmas? Los intelectuales y los periodistas, que nunca deben caer en la autocomplacencia y bajar sus varas de exigencia a la hora de evaluar a las autoridades y a quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones políticas. ¿Hay acaso algo más crucial y trascendente que redactar una nueva Constitución? Es ahí donde la mirada escrutadora, fiscalizadora y crítica de periodistas e intelectuales debiera estar puesta en estas horas, y ser extremadamente rigurosa y penetrante.
Es justamente en estos meses cruciales para nuestra historia institucional que quienes tienen el deber de cuidar nuestra democracia no bajen la guardia. Pasó la hora de empatizar con el aluvión de demandas, anhelos, sueños que este proceso ha despertado, todos muy legítimos pero que, si no son procesados y ordenados, pueden transformarse en un temporal de expectativas. Es la hora de la política, de la razón, de dejar de ser desbordados por las emociones primarias, de elaborar esas emociones (no negarlas), de darles un cauce constructivo, de dejar de ser niños o adolescentes con "pataleta", rabia o pena, y comportarnos como adultos en esta hora histórica. Nos parece que ya pasó la hora de la "catarsis" de la primera etapa de la Convención y en la que los distintos representantes de identidades y minorías varias necesitaban decir "existimos" y "necesitamos ser vistos y reconocidos". Esa etapa se cumplió a cabalidad y nadie puede decir que aquellos que antes estuvieron "invisibilizados" por mucho tiempo por la élite no lograron un espacio de representación y exposición que era necesario para empujar la necesaria diversificación y mejorar las falencias de representación que nuestra democracia un poco gastada ya estaba mostrando.
Pero hoy estamos en otra etapa: ahora cada grupo, colectivo, minoría, etc. deberán sentarse frente a frente a conversar de verdad, a escuchar al otro en cuanto "legítimamente otro" (como decía Maturana), salir del narcisismo identitario y empezar a negociar, acordar, construir (o reconstruir) un pacto social que nos permita avanzar como sociedad y no quedar pegados en rencores, ajustes de cuentas y revanchismos del pasado. Quien tenga la mayoría tiene una responsabilidad inmensa en momentos así, porque puede usarla para proponer una propuesta de verdad inclusiva que considere también a la minoría (eso sería una mayoría con vocación democrática, una mayoría responsable y consciente de su responsabilidad histórica) o usar esa mayoría, por el contrario, para aplastar a la minoría e imponer su verdad, silenciando al "legítimamente otro", humillándolo, en el fondo.
Todos sabemos que se es mayoría circunstancialmente: hoy le tocó a la izquierda, mañana puede tocarle a la derecha. La Alerta Amarilla se justifica, queridos compatriotas, porque en vez de avanzar hacia una escucha genuina y a la búsqueda de un mínimo común compartido, al leer las propuestas aprobadas en las comisiones para ser discutidas por el Pleno de la Convención, todo indica que se está privilegiando el poner en primer lugar una visión maximalista, refundacional y en algunos casos derechamente revolucionaria antes que una mirada de Estado, de largo plazo, inclusiva.
Se dirá que los acuerdos de las comisiones recién aprobados son solo la base para un acuerdo final que, por requerir los "2/3", obligará a dialogar y a ceder. Sí, pero es poco probable que en el Pleno los mismos que han "tirado el tejo pasado" y "corrido el cerco de lo posible" (como les gusta decir) sufran una súbita iluminación y decidan retroceder tanto en lo que han avanzado. Esto podría significar dos cosas: o que todos los delirios propuestos son solo bravatas lanzadas para negociar después, o que muchos de los convencionales en el último momento van a sufrir una "caída del caballo como san Pablo", y van a escuchar la voz profunda de la república y van a convertirse, de la noche de la mañana, en adalides del Estado de Derecho, la democracia liberal, la reforma, el civismo y la prudencia que, en esta primera "pasada" parecen haber sido arrasados. Significará que el trabajo de las comisiones habrá sido otra etapa más de la catarsis y que en el Pleno imperará, por fin, la inteligencia política. ¿Pero hasta cuándo se extenderá la catarsis colectiva? La catarsis no puede ser más importante que la redacción seria y responsable de contenidos y la búsqueda de mínimos comunes, de acuerdos: eso requiere ser trabajado desde el primer momento.
Y queda muy poco tiempo.
Hay que decirlo con todo sus letras: los amarillos hemos sufrido una ominosa y estrepitosa derrota en esta primera etapa de la Convención. La oportunidad que tuvieron quienes ostentaban una mayoría (las izquierdas) de crear un estado de ánimo unitario, respetuoso de las diferencias y de ir esbozando una Constitución dentro de un espíritu transformador y reformista (que es lo que la inmensa mayoría del país quiere), sumando incluso a una parte de la derecha a ello, me parece que ha sido perdida, por no decir farreada. Los grupos radicales se han dado todos los gustitos posibles, colocando sus propios intereses particulares por sobre los intereses del país. Por lo menos hasta ahora.
Hemos escuchado a uno de los más destacados y preparados constituyentes (quien en mi modesta opinión habría sido un gran presidente de esta Convención), Agustín Squella, clamar en el desierto advirtiendo que de lo que se trata es de transformar y reformar instituciones, no de demolerlas, que esto no es la refundación de Chile, que no estamos en 1810, sino en 2022, que tenemos historia y tradición detrás (constitucional, política y cultural). Todo un amarillo, Squella, un amarillo cabal, pero ninguneado por muchos de sus pares, soberbios, maximalistas, vociferantes que parecen escucharse solo a sí mismos en el espejo y que parecen anidar más un espíritu revanchista que uno genuinamente transformador y creador.
No se puede crear nada bueno desde el rencor y el resentimiento. Ninguna Constitución buena podrá salir de la Convención, si es que una parte no menor de sus miembros está todavía "pegado" en ese estado de ánimo que solo busca destruir al adversario o invisibilizarlo, repetir con él lo mismo que ese adversario hizo antes –en otro momento de la historia– cuando fue mayoría. El "diente por diente" solo nos llevará a una flagrante y trágica derrota: la de un país que no es capaz de reencontrarse consigo mismo, aceptando que no todos pensamos igual, que nadie tiene la verdad, y que nuestra verdadera riqueza está justamente en el equilibrio armónico de los opuestos.
Queda muy poco tiempo para dar ese salto de conciencia, sin el cual no tendremos una Constitución en las que todos nos sentamos incluidos y representados, una Constitución duradera, con bases firmes (no sostenida solo por estados de ánimo) y legitimada por todos. Es probable que ellos –los más radicales– estén tentados de pasar la aplanadora o la retroexcavadora. Pero que escuchen bien los maximalistas y jacobinos de la Convención: los amarillos no estamos disponibles para aprobar un texto que sea un refrito posmoderno y barroco de ideas copiadas de Evo Morales (como dividir a Chile en 13 naciones autónomas y paralizar toda inversión minera en territorios "indígenas"), con resabios de viejo leninismo (como la ley de control de medios) y elementos de cultura de la cancelación (como la iniciativa de justicia feminista), entre otros.
Los amarillos se sumaron con entusiasmo al Apruebo porque creyeron que esta era una oportunidad histórica para mejorar el país que heredamos (con sus luces y sombras), no para deconstruirlo y convertirlo en una suerte de república totalitaria disfrazada de democracia y progresismo. Los amarillos quisiéramos participar de la fiesta democrática del Apruebo del Plebiscito de Salida y estar en la calle con la mayor cantidad de sectores (incluida una derecha democrática, que existe) celebrando una Constitución mejor que la que dejamos atrás; eso quisiéramos, pero pensamos que queda muy poco tiempo para rectificar esta deriva extremadamente peligrosa que está tomando la Convención.
Demasiados constituyentes están jugando con fuego. De manera irresponsable y con cara de niños buenos. Y esta no es la hora del fuego sino de la luz, de la razón. Si los constituyentes no logran cumplir el objetivo por el que fueron mandatados por la gran mayoría de los chilenos, los amarillos seremos los primeros en manifestar nuestro categórico Rechazo a cualquier aventura institucional que deshonre nuestra tradición constitucional y republicana y que signifique una involución democrática. Y no dejaremos que la derecha más conservadora se apodere de ese Rechazo (cuando lo hace solo ahuyenta a quienes debiera convocar), ¡no! Los amarillos estaremos en la primera línea encabezando ese Rechazo a la regresión, en la defensa de una república democrática y un Estado de Derecho (tal como las conocemos en Occidente), como siempre debe hacerlo toda izquierda que se precie de democrática. Lo que no se puede aprobar de ninguna manera es una Constitución sincretista, pachamámica, bolivariana o qué sé yo, como muchos de los mamarrachos constitucionales que abundan en Latinoamérica. ¿Está dispuesto el pueblo chileno a tragarse un hongo alucinógeno así, a vivir una experiencia o experimento iniciático o político–chamánico? Quien paga las regresiones fruto de los delirios de las élites académicas (que son las que hoy tienen el poder) es el pueblo.
El Rechazo del Plebiscito de Salida si el texto presentado es un engendro o un imbunche –entonces– será antes que nada amarillo. Es de esperar, por supuesto, que no lleguemos a ese fatídico escenario. Para que eso no ocurra –porque no queremos que ocurra– es porque declaramos la Alerta Amarilla en todo el país. En febrero no deben salir de vacaciones el espíritu crítico, el periodismo responsable, el pensamiento político-democrático. Si todos ellos se duermen y no sacan al pizarrón a la Convención para exigir lo mejor de ella, la democracia chilena estará en serio peligro. Hay niños que, jugando inocentemente con fuego, han terminado quemando la casa de sus padres que dormían tranquilamente la siesta confiados en la bondad de sus querubines. Pirómanos no faltan en este país. Es preferible alertar, incluso exagerar, a riesgo de parecer apocalíptico, que dormirse en la autocomplacencia y el cinismo, caldos de cultivo –la historia así lo muestra– de la decadencia y abdicación de los países ante cualquier forma de totalitarismo o populismo. Que estos meses que vienen antes del Plebiscito de Salida sean amarillos, muy amarillos, como las hojas del otoño (y el invierno) que nos tocarán atravesar. (Pauta)