Con tal equipamiento las dos fuerzas consiguieron en pocos años una posición expectante en el entramado de poder de sus países. Pero mientras el Frente Amplio con Gabriel Boric se preparan en estos días para entrar a La Moneda, Podemos y su líder histórico, Pablo Iglesias, parecen lejos de ser los anfitriones de La Moncloa.
¿Por qué la suerte de dos fuerzas que parecían siamesas se bifurcó? ¿Qué les llevó a un resultado tan dispar? La respuesta demandarían una tesis de doctorado —que de seguro las habrá—; pero estimulado por una conversación reciente con Íñigo Errejón me atrevo a sugerir algunos elementos a modo de téngase presente.
El propio Errejón señalaba un factor clave: el sistema político. El presidencialismo chileno hace posible que una alianza como Apruebo Dignidad (el Frente Amplio más el PC), con apenas 24% de los diputados y 10% de los senadores, se lleve el premio mayor: el Ejecutivo. Esto no sería posible en un régimen parlamentario como el español, que además subsidia la representación de las pequeñas localidades rurales de inclinación más conservadora. Dicho de otro modo, sin presidencialismo Boric no habría llegado a La Moneda —lo cual es objeto de severa evaluación en la Convención Constitucional, donde se discute en estos días la eventual adopción de un régimen parlamentario—; y con un sistema como el chileno quizás un Pablo Iglesias, en su esplendor, habría llegado a La Moncloa.
Pero no todo se explica por el sistema político. Hay diferencias en su forma de razonar, en su acercamiento a otras fuerzas políticas y en la forma como actuaron ante encrucijadas críticas.
Los congéneres españoles del Frente Amplio son más intelectuales e ideológicos. Sus colegas chilenos no conocen ni de oídas las viejas querellas doctrinarias que han desgarrado a las izquierdas en todo el mundo. Son altamente pragmáticos y estratégicos, formados en el campo de la ingeniería, la economía y el derecho antes que las ciencias políticas, la sociología o la filosofía. Esto los hace menos sofisticados, si se quiere, pero más flexibles y eficaces.
El Frente Amplio resolvió mejor —al menos hasta ahora— lo que podríamos llamar la “cuestión comunista”. Han sabido aliarse con ellos y derrotarlos sin humillarlos.
Sus máximos líderes —partiendo por Boric— no vienen de la cuna del PC, sino más bien del socialismo democrático y libertario. Han competido con dicho partido desde su época universitaria, y siempre le derrotaron, lo cual no ha sido impedimento para una estrecha solidaridad generacional con su camada joven. Han sostenido enfrentamientos dramáticos, como la ocasión en que Boric firmó el acuerdo que abrió paso al proceso constituyente, el 15 de noviembre de 2019, y el PC lo acusó de plegarse a una maniobra para apagar la revuelta popular. Boric y su círculo resistieron los embates, y esto los tiene donde hoy están.
Luego, dejando a un lado los resentimientos, el Frente Amplio y el PC formaron Apruebo Dignidad para encarar en conjunto las elecciones. En la primaria para elegir abanderado presidencial, realizada en julio de 2021, se enfrentaron Boric y Daniel Jadue, el candidato más popular que ha tenido el PC chileno en su historia. Contra todo pronóstico, y con una campaña de estampa juvenil y libertaria, Boric lo derrotó holgadamente. Esta epopeya fue vital para contrarrestar el discurso anticomunista de José Antonio Kast en la contienda presidencial, y para mantener al PC en un lugar digno pero subordinado. La enorme votación alcanzada por Boric en la segunda vuelta, que premió su discurso inclusivo, augura que los comunistas no serán la fuerza dominante del futuro gobierno.
El Frente Amplio resolvió mejor también la “cuestión socialista”. A pesar de la condena a la Concertación y a sus líderes históricos, Gabriel Boric y su equipo mantuvieron encendidas las brasas de sus vínculos con ese mundo. Así, cuando buscaron el endoso de la vieja centro-izquierda —apremiados por un pobre resultado en primera vuelta frente al candidato de la extrema derecha—, encontraron una acogida generosa. Rito clave fue el acercamiento a Ricardo Lagos, quien representa en Chile lo que Felipe González representa en España, que ofreció a Boric su respaldo sin condiciones. Lo mismo hizo la otra gran figura de la izquierda, Michelle Bachelet.
Así como Alejandro Magno — según cuenta Baricco—, cuando se propuso la descabellada aventura de conquistar el imperio persa la presentó como una continuidad de la epopeya de Aquiles, Boric ha buscado insertar el proyecto de su generación en una gesta mayor. Lo dijo en su discurso la noche de la victoria y lo ha repetido después, al proponer la creación de un bloque histórico que incluya a la antigua Concertación. Su horizonte es la reconciliación de la gran familia de la centro-izquierda chilena, en una mesa presidida ahora por un líder de 35 años y con los actores de antaño —esto incluye al PC— en un lugar secundario.
Para decirlo en breve, Boric y el Frente Amplio supieron hacer de su alianza con los comunistas un factor de crecimiento electoral; supieron pactar cuando fue oportuno y soportar los sinsabores; supieron tender puentes con sus antecesores social-demócratas, superando los traumas de separación; supieron transitar de un discurso generacional a un discurso nacional; en fin, supieron dejar de lado a Schmitt para abrazar a Gramsci. No sabemos si Podemos lo hizo o podía hacerlo; lo que sí sabemos es que esto fue lo que llevó a Boric a La Moneda. (El País)