Anton Julian - LOS MUERTOS

 


Sobre la tierra dejaron un nombre, 

un apellido, unas sangres, unas venas, 

un alguien con lágrimas o un olvido 

apenas cubierto por viejas sandalias,

una corbata azul o roja, un vestón, 

usado hoy por el organillero del barrio, 

unas palabras no dichas, una mala costumbre;

un antiguo vacío sentado sobre una raída silla 

huesos flacos convertidos en ceniza, 

en polvo, en arena, en agua dulce o salada, 

en gaviotas y peces en los que nadie 

reconoce jamás en su ignorancia

aún cuando sus cimientes sean hundidas 

por un colmillo blanco en la manzana, 

aún cuando sus dedos abran naranjas matinales

aún cuando el vientre de un pájaro negro 

arrastre hacia el nido el gusano donde brilla 

la mirada de los muertos que nunca mueren, 

sin ojos y sin cuerpos, entre aterradas multitudes 

sin clamar venganzas, ni glorias ni famas

Son al fin ellos los que se fueron y perviven 

en los besos, en las risas y en los llantos

y en las casas más oscuras de la tierra. 


Vivimos con ellos, 

nos siguen hacia 

donde vamos,  

nos acompañan

de ellos somos

y los llevamos 

concebidos, 

antes de nacer, 

más allá de la luz, 

en esa cosa hecha 

o por hacer: la vida 


La vida es la casa de los muertos. 


Sin los muertos, los cuerpos que se fueron, 

con sus fríos silencios, nada existiría.

Somos los hijos y los padres de los muertos.

Que nunca ellos nos dejen vivir en paz, te lo pedimos.