La mirada, menos de cuatro segundos que cruzó el viejo poeta
con la erguida, altiva y anciana transeúnte
La mirada que no solo delató la misma edad del calendario
de dos que habían vivido muy cerca sin saberlo
Sin conocerse jamás: dos vidas gemelas e ignoradas.
Reveló antes que nada la indesmentible certeza
de que sin suponerlo ambos compartían un mismo signo:
esa luz azul acuosa que solo saben llevar con dignidad
los que provienen del linaje de los piscis sin acuarios
los mismos que no han abandonado del todo
la condición líquida y no etérea que algunos teólogos
del neuma sagrado asignan sin ninguna prueba
a la pobre y contradictoria condición humana.
Podría ser incluso el color del agua cuando el mar no existía
antes de que el severo gesto de la mano bíblica cometiera
el imperdonable error de separar en su propio lecho
a las tinieblas de la luz, las que nunca más dormirían abrazadas.
Tal vez la seguridad de compartir el misterio de un secreto
Haber contemplado en sueños la visión de algo que no existe
Esa malvada seguridad no revelada a ningún profeta
El testimonio de que en el uni-verso hay de verdad un solo verso
imposible de ser recitado por nadie sin arriesgar el cuerpo.
La demostración de la existencia de una estrella diurna
La que puede estallar en el cruce no premeditado
de dos miradas entre dos pobres y simples destinatarios:
Entre dos tristes viejos y una sola mirada.
No fueron más de cuatro segundos en solidaridad compartida
frente al resto de los pocos días que a ambos falta caminar
¿y por qué no pensarlo? ¿y por qué no decirlo?
una extraña complicidad tangueada al compás de dos bastones
alejándose cada vez más del lugar donde como una flor de calle
apareció sin anuncio previo la verdad sin piedad ninguna
grabada sobre la piedra que no pudo (o no supo o no quiso)
ocultar esa mirada.