No hay nada más misterioso e íntimo que el momento en que, solo frente al voto, alguien decide por quién marcar su preferencia. Para algunos es algo predecible y claro. Son el electorado fiel a sus convicciones e historia, son los que toda su vida ha votado izquierda, derecha o centro, para ellos votar no significa nada dramático ni inesperado. Votan con los ojos cerrados. Pero hay cada vez más electores como tú que, hasta el último momento, no tienen claro por quién votar. Van un poco a ciegas, tratando de avanzar en la neblina de esta época en que "todo lo sólido se desvanece en el aire". Son los así llamados "indecisos", aquellos a quienes todos los candidatos dirigen su mensaje intentando conquistarlos incluso con volteretas de último minuto, son los que no tienen una ideología o partido a los que sientan fieles; son los infieles, son los que dudan, son los que incluso no saben si van a levantarse el día de las elecciones para ir a votar.
No son una minoría. Su decisión final es la que va a decidir quién ganará esta elección.
Entre los indecisos están los que desprecian la política y están cansados de ella, pero también están los que, interesándose en la política, han sufrido decepciones con los líderes que los representaban, los que no se sienten cómodos en la lógica binaria, los que se sienten huérfanos de representación, ustedes son —a estas alturas— una inmensa minoría, que es la que finalmente decidirá con su voto o no voto quién será el próximo Presidente de la República.
Respeto profundamente esa duda hamletiana, esa vacilación, ese sano escepticismo. Víctor Jara cantaba en los 70, en una pegajosa y divertida canción: "Usted no es ná / no es chicha / ni limoná / se lo pasa manoseando caramba y samba / su dignidad". Eso valía para esos tiempos polarizados de la Guerra Fría, en que no cabían opciones intermedias. En que nadie podía darse el lujo de ser un Opni (objeto político no identificado). Hoy nuestro universo político está lleno de Opnis. Y es necesaria una nueva ufología para identificarlos y entenderlos.
Nuestros tiempos son muy distintos a los de nuestros padres y abuelos. Tiempos cada vez más complejos, líquidos, en que las respuestas totalizadoras no sirven para las preguntas abiertas de una sociedad que no deja de cambiar vertiginosamente. Nadie tiene la verdad completa, cada día que pasa desbarata las ideas hechas que nos habíamos hecho de las cosas y en las que nos habíamos instalado. ¿Cómo, entonces, podemos sobrevivir y votar en un tiempo tan incierto y cambiante? Solo convirtiéndonos en ciudadanos informados, críticos, ciudadanos cada vez más perplejos, que tienen que transitar entre la decepción y la desesperanza. No es fácil decidir, no es fácil buscar dónde está la verdad y dónde la mentira. No es fácil elegir. No tengas culpa por ello, no tomes en cuenta a quienes te denuestan por dudar tanto. Nunca como antes la duda y la perplejidad habían sido tan importantes para sobrevivir en medio de polarizaciones exacerbadas por las redes sociales, que han hecho de ellas su negocio. Nunca había sido tan difícil ser libre. Probablemente vas a ser presionado por tu grupo o colectivo más cercano: te van a exigir sumarte a la unanimidad y te van a calificar de traidor o vendido por no sumarte a esa unanimidad, cualquiera esta sea. No cedas ante la presión de la tribu: una de las conquistas de nuestra modernidad ha sido la de empoderar a un sujeto —tú— que puede pararse ante su tribu y disentir de la decisión de su rebaño.
Puede ser oveja negra sin culpa alguna. Ernest Jünger afirma sobre aquellos que nos quieren obligar a sumarnos a la unanimidad de rebaño, peligrosa unanimidad que esconde una pulsión totalitaria:
"Los tuertos se comportan como semihombres. Son 'derechos' o 'izquierdos'. Examinan también a los otros para ver si también son una mitad como ellos y entonces se sienten cómodos a su lado. No aparecen en público como individuos, sino como camarillas que se aclaman recíprocamente".
Antes te habrían llevado a la hoguera o te habrían condenado al ostracismo. Ahora, si piensas distinto de tu piño, tienes el derecho de hacerlo y no solo el derecho, sino el deber ante tu propia libertad interior, ese valor sagrado que ha costado tanto conquistar a través de los siglos. Duda tranquila, no temas cruzar el Rubicón para llegar a la otra orilla (la de tus antiguos adversarios), cada elección es distinta y las lealtades incondicionales de tribus, partidos o montoneras son solo una excusa para no pensar libre y críticamente, son una forma cómoda y autocomplaciente para no hacerse preguntas, para no pensar libremente.
La peor traición es traicionar tu propio instinto, tus más íntimas intuiciones, lo que sientes muy adentro tuyo, solo por cumplir con los otros, el "super-yo" de tu tribu que te señala con el dedo cada vez que planteas un matiz, una diferencia. No te dejes influir por los adjetivos con que te van a caricaturizar, no temas a pensar distinto de los que te rodean: ellos quizás dejaron de pensar y solo repiten ideas hechas que les hacen sentir que tienen la verdad, pero tú ya lo sabes, la verdad no es de nadie, la verdad está repartida en todas partes, a veces está en esta orilla a veces en la otra. Sí, es más vertiginoso e incierto vivir así, pero es más honesto, y la democracia te da ese momento privado, secreto, inviolable en que tú decides, en que nadie decide por ti, en que tu corazón y tu mente se alinean para marcar la cruz donde quieras.
Los indecisos como tú nos salvan de la tentación del totalitarismo, los indecisos como tú han obligado a los extremos —en esta segunda vuelta— a recalibrarse, centrarse, abandonar delirios refundacionales o regresivos. Tú produjiste ese milagro, esa evolución. A ti, votante indeciso, habría que prenderte una vela. Tú acometes una revolución en silencio, sin gritos ni vociferaciones (las verdaderas revoluciones son silenciosas), tú salvas la democracia (que es nuestro bien más preciado), tú dejas en ascuas a los expertos electorales y analistas políticos. Votaste de una manera en la Convención, y en las elecciones parlamentarias, de otra. Tu validación y oscilación produjo un inesperado equilibrio. Y no sabemos cómo vas a votar en esta segunda vuelta. Es posible que te des otra vuelta y nos dejes otra vez en la perplejidad. A ti te hago un homenaje, a ti te levanto una estatua, ciudadano libre y dubitativo.
Vota, entonces, el próximo domingo sin angustia ni culpa ni vergüenza, entra silbando a la caseta de votación, cierra los ojos y, si todavía en ese momento no estás seguro (eso suele suceder), pídeles a los dioses que te orienten. De ti dependemos todos. Tu duda sagrada es la que puede salvar a la república de los desvaríos de los iluminados de distinto signo que creen poseer la verdad. Tú obligas a la sensatez y a la humildad, a los acuerdos.
"Vox populi, vox dei". Y yo agrego: "Voz de la duda, voz de Dios". De los indecisos será también el reino de los cielos… ¿Y quieres votar blanco o nulo? ¿Por qué no? No es porque tú seas una "nulidad" ni estés vacío, sino porque nuestra oferta política está vacía de contenido. Dulce Patria: recibe los votos de los indecisos como una ofrenda del sentido común, ellos te han salvado y seguirán salvando de los que no dudan, en su voto late un anhelo de sensatez, de equilibrio, de prudencia y eso es lo que necesitas hoy más que nunca. Por eso, votante indeciso o indecisa: vota en paz.