El domingo 21 se efectuaron elecciones generales en Chile para escoger al Presidente de la República, representantes al Congreso Nacional y Consejeros Regionales. De siete postulantes a la primera magistratura, lograron pasar a segunda vuelta el candidato de la derecha radical, José Antonio Kast, y el abanderado del pacto de izquierda “Apruebo Dignidad”, Gabriel Boric. Dado que en ambas candidaturas la votación alcanzada estuvo por debajo del 30% --al obtener 27,9% y 25,8% respectivamente-- se configura un escenario competitivo e incierto para ambas. Kast podrá recurrir a la votación de Sebastián Sichel, el postulante de centro-derecha que obtuvo el 12,7%, mientras que Boric intentará atraer la de Yasna Provoste, la candidata de la centro-izquierda que alcanzó un magro 11,6%.
Dado el escaso margen que existe para asegurar el triunfo en segunda vuelta, en un país donde rige el voto voluntario, una primera interrogante es si Kast o Boric podrán atraer a los votantes que no concurrieron a las urnas, y que no han participado en ninguno de los comicios efectuados desde diciembre de 2017. La segunda interrogante es si alguno de ellos tendrá el apoyo de los electores que se inclinaron por Franco Parisi, quien obtuvo el 12,8% de los votos ubicándose en el tercer lugar. La candidatura de Parisi se caracterizó por el despliegue de un discurso anti-partido y de crítica a la clase política. Su trayectoria ha sido la de un outsider que incursiona en la carrera presidencial para cambiar la política y promover un estilo de gestión alejado de la influencia de los partidos y de los políticos profesionales. Por su perfil, se estima que una parte de los electores de Parsi se podría inclinar hacia la candidatura de Kast, dado que este último también ha hecho uso de la retórica antipolítica y antipartidos, junto con manifestar su rechazo al proceso constituyente actualmente en curso. También podría ocurrir que los electores que apoyaron a Parisi no participen de la segunda vuelta que tendrá lugar el próximo 19 de diciembre.
Por otro lado, la reciente elección confirmó otras tendencias registradas en estudios de opinión pública y en todos los comicios realizados desde diciembre de 2017. En primer lugar, una baja participación, que alcanzó el 47,3%. El plebiscito del 25 de octubre de 2020, que dio inicio al proceso constituyente, registró una participación de 50,9% y la “mega elección” de convencionales constituyentes, gobernadores y municipales, realizada los días 15 y 16 de mayo del presente año, fue de solo el 41,5%. A ello se agrega el aumento de la fragmentación del sistema de partidos. Se trata de un fenómeno que se venía dando desde la vigencia del sistema binominal, pero que aumenta con la puesta en funcionamiento del sistema electoral proporcional, en las elecciones de 2017. En la reciente elección, 21 partidos lograron cupos en la Cámara de Diputados --para un total de 155 escaños--, los que se distribuirán en seis bloques políticos que van desde la izquierda a la derecha más extrema. Ningún bloque cuenta con mayoría lo que hará más complejas las negociaciones y la gestión de tipo legislativa. Cualquiera de los candidatos que obtenga la presidencia, Kast o Boric, carecerá de mayoría y tendrá que enfrentar un Congreso Nacional adverso. En tercer lugar, se logra configurar un nuevo escenario en el que coexisten diversos partidos con representación parlamentaria, tanto tradicionales y emergentes. Ninguno de los partidos tradicionales queda sin representación en el Congreso Nacional, al punto que algunos aumentan el número de diputados o de senadores. Por ende, se aprecia que la crisis del sistema de partidos afecta tanto a los tradicionales como a los emergentes. Incluso, en los últimos años, han sido los partidos emergentes los que han enfrentado con más frecuencia rupturas internas, han desaparecido, o fusionado con otros.
Es evidente que el bajo nivel votación obtenida por los candidatos Kast y Boric en las elecciones del pasado domingo 21 imponen grandes desafíos, algunos de los cuales van más allá de la segunda vuelta. En lo inmediato, ambos deberán conquistar al elector medio. Para Boric, moderar el discurso y orientar sus propuestas hacia los electores medios resulta una tarea nada fácil. En su propia coalición existen sectores que presionan por mantener un discurso y una propuesta programática, de corte “antineoliberal”, dirigida hacia la izquierda. La izquierda no quiso entender que los cambios sociales y políticos fueron impulsados y anhelados por diversos sectores, incluyendo representantes del centro político y de la derecha mas moderada. En términos de comunicación política, si Boric modera sus propuestas podrá aparecer más una impostura que como un verdadero compromiso con la ciudadanía. Así, estas tensiones solo podrán ser resueltas a través de una alianza electoral lo suficientemente amplia, que incluya a todos los partidos de centro-izquierda, sin exigencias de condiciones ni de “mínimos comunes”. Para Kast, en cambio, resulta mucho más fácil “girar hacia el centro”. Le basta con insistir con su agenda de seguridad y de restablecer el orden, tras dos años de aumento de la conflictividad e inestabilidad política y económica. Asimismo, cualquiera de los dos candidatos va a requerir de una mayoría y lograr mantenerla una vez en el gobierno. Quien resulte electo deberá enfrentar un Congreso Nacional adverso, que lo obligará a establecer nuevos canales de negociación con partidos y bloques distantes a la coalición oficialista.
El principal de los desafíos seguirá siendo asegurar el éxito del proceso constituyente, manteniendo la autonomía de la Convención Constitucional. Es aquí donde se advierte la gran diferencia entre Kast y Boric, dado que de imponerse el primero existen más riesgos de que se genere un conflicto entre poderes del Estado, o que se intente evitar la aprobación de la nueva Constitución. Para los partidarios de Boric, en un eventual gobierno de Kast también podrían ser vulnerados los derechos humanos de opositores, las garantías de los trabajadores, de las disidencias sexuales, junto con verse amenazado el propio sistema democrático. Por el contrario, de triunfar la opción de Boric, su gobierno se enfrentará a un Congreso igualmente hostil y, a su vez, a un Kast empoderado, convertido en el líder de la oposición y del conjunto de la derecha.
En definitiva, los resultados de las recientes elecciones conducen a la ciudadanía chilena hacia una suerte de callejón sin salida. No se trata únicamente de la pugna entre dos opciones: una por la restauración y otra por transformaciones profundas desde el punto de vista político y económico. Un callejón sin salida que, en cierta medida, obedece a ciertas voluntades. Tanto la derecha como la izquierda siempre quisieron este escenario, pensando en que sería fácil que se impusiera uno por sobre el otro. Pero también obedece a razones institucionales. Es el presidencialismo, con claros síntomas de crisis, el que conduce a un escenario de este tipo en el que dos opciones minoritarias (la mayoría de los electores se ha restado) se terminen disputando el control de un nuevo gobierno.
Octavio Avendaño
Universidad de Chile