La primera vez que voté en mi vida fue en 1984. Nunca lo hice durante la dictadura de la familia Somoza que dominó Nicaragua de 1936 a 1979. Crecí en una familia opuesta a la dinastía. Cuando a los 18 años tuve edad de votar, sabía que era un ejercicio fútil. Somoza ganaba las elecciones siempre. Recuerdo un letrero escrito en la pared del Hospital Militar de Managua: “Somoza forever”. La única vez que la oposición desafió la reelección de Anastasio Somoza, el menor de los hijos del tirano, el 22 de enero de 1967, la Guardia Nacional masacró una multitud que se aglomeró sobre la principal avenida de la ciudad. Se calcula que al menos 200 personas murieron ese día, cuando los soldados dispararon a mansalva sobre los manifestantes.
Fui parte de una generación que bajo la consigna de “Basta ya” y a falta de alternativas cívicas, optó por la lucha armada. La dictadura y sus fraudes electorales nos llevaron a la conclusión de que Somoza sólo sería derrotado por las armas. Así fue. En 1979, la dictadura fue derrocada tras la insurrección popular que lideró la guerrilla del Frente Sandinista, que desde 1960 inició sus acciones armadas con gran costo para los guerrilleros. Los mejores dirigentes sandinistas fueron asesinados por la dictadura. SEGUIR LEYENDO>>