Daniel Matamala (Chile) - ¿EXTREMOS DE QUÉ?

 


Algunos dicen que soy extremo, y siempre les pregunto: “¿Extremo en qué?”. Así parte el video que subió este sábado a redes sociales José Antonio Kast. Pero la mejor respuesta a esa pregunta la había dado el mismo Kast horas antes, en una conversación con corresponsales extranjeros. Cuando intentaba explicar por qué critica a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y en cambio se dice “orgulloso” de la dictadura de Pinochet en Chile, Kast afirmó lo siguiente: “Creo que lo de Nicaragua refleja plenamente lo que en Chile no ocurrió: que frente a elecciones democráticas, se hicieron las elecciones democráticas y no se encerró a los opositores políticos. Eso marca la diferencia fundamental”.

Los informes Rettig y Valech acreditan que la dictadura de Pinochet torturó a 28.459 chilenos, ejecutó a 2.125 e hizo desaparecer a otros 1.102. Los opositores arrestados se contaron por decenas de miles. El horror que el pinochetismo desencadenó sobre la sociedad chilena en 17 años de represión y sangre no admite medias tintas ni lecturas complacientes. Y eso es lo que, otra vez, como en toda su vida política, hace Kast.

El candidato republicano intentó explicar que sólo se refería a las elecciones de 1989, pero, aunque a esas alturas lo peor del terror había pasado, lo cierto es que la dictadura no dejó de reprimir hasta el último de sus días. El 4 de septiembre de 1989, en plena campaña presidencial, Jécar Neghme fue asesinado de 12 balazos por agentes de la CNI, mientras caminaba por calle Bulnes.

“No hay punto de comparación” entre la dictadura de Pinochet y las de Cuba, Nicaragua y Venezuela, aseguró Kast ante los corresponsales extranjeros, reiterando el grosero doble estándar que ha usado siempre para esos casos: las de izquierda son dictaduras que deben ser condenadas; las de derecha, en cambio, son “gobiernos militares” que pueden “defenderse con orgullo”.

“En el gobierno militar se hicieron muchas cosas por los derechos humanos de otras personas”, dice Kast. “Cuando yo hablo de mejorar la salud, de la calidad en la educación, de mejorar la economía, también estoy viendo cómo resguardo la calidad de vida de las personas, que también -en alguna medida- son derechos humanos positivos”.

Para un demócrata, la represión, las torturas y los asesinatos no son simplemente un elemento más de un gobierno, que pueda ponerse en la balanza junto a las obras que construyó o a las reformas que llevó adelante. Son una zanja moral infranqueable. ¿A cuántas carreteras equivale una mujer violada y torturada por agentes del Estado? ¿Cuántos puntos del PIB justifican los cuerpos lanzados al mar, el secuestro de niños, la ejecución de mujeres embarazadas?

Para un demócrata, sea de izquierda, centro o derecha, la respuesta es simple: nada, nada, nada compensa el horror.

Célebre es el chascarro que sufrió Axel Kaiser cuando intentó que Mario Vargas Llosa, un referente de la derecha internacional, destacara a Pinochet por sobre Maduro. “Esa pregunta yo no te la acepto”, replicó tajante Vargas Llosa. “Porque esa pregunta parte de una cierta toma de posición previa. Que hay dictaduras buenas o que hay dictaduras menos malas. Y no, las dictaduras son todas malas”.

Ese, señoras y señores, es un demócrata de derecha.

Kast tiene otros valores. “Yo no soy pinochetista, yo defiendo la obra del gobierno militar”, repite, en una frase que suena tan lógica como decir “yo no soy castrista, pero defiendo la obra de la revolución cubana”, “yo no soy chavista, pero defiendo la obra de la revolución bolivariana”, o “yo no soy nazi, pero defiendo la obra del Tercer Reich”.

“Si estuviera vivo, Pinochet votaría por mí”, asegura Kast. Y va aún más lejos, negando o relativizando algunos de los peores horrores del pinochetismo. “Hay personas condenadas y cumpliendo condenas, algunas de ellas injustamente para mí. La justicia ha hecho una ficción legal”, dice sobre los criminales de Punta Peuco. Defiende a Miguel Krassnoff, uno de los más sádicos torturadores de la dictadura, condenado a más de 800 años de cárcel, diciendo que “conozco a Miguel Krassnoff y viéndolo no creo todas las cosas que se dicen de él”.

En un patrón de conducta repetitivo, Kast pretende sembrar dudas sobre los peores crímenes de la dictadura. Sobre el caso degollados, perpetrado por agentes de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros, en un operativo que incluyó hasta el uso de un helicóptero policial, Kast asevera que “no creo que eso haya sido organizado por ninguna institución del Estado”.

En el caso quemados, en que dos jóvenes fueron rociados con bencina e incinerados por una patrulla militar, Kast defiende a su amigo Julio Castañer, condenado en primera instancia como autor del crimen. En 2018, la coordinadora de Acción Republicana (germen del actual Partido Republicano) en Magallanes, aseguró que Castañer compartía la coordinación regional. Kast desmintió que su amigo tuviera ese cargo, pero aseguró que Castañer “ha dado una batalla increíble porque se haga justicia” y “ha sido injustamente procesado”.

Es tal su empeño en defender a Pinochet, que también relativiza la corrupción del exdictador, una línea que pocos en la derecha se atreven a cruzar. “Si se hubiese querido hacer multimillonario, ¿alguien cree que no lo hubiese hecho?, dice Kast sobre Pinochet, también conocido con su alias bancario de Daniel López.

Con estas palabras comenzó el discurso de lanzamiento de su campaña presidencial en 2017: “Mi nombre es José Antonio Kast, y yo sí defiendo con orgullo la obra del gobierno militar, sí creo que muchos militares y miembros de las Fuerzas Armadas están siendo perseguidos y yo sí me comprometo, si soy Presidente, a proteger a las Fuerzas Armadas, a terminar con las persecuciones judiciales y a indultar a todos aquellos que injusta o inhumanamente están presos”

¿Extremo en qué? En sus propias palabras está la respuesta.