Gioconda Belli - SERGIO RAMÍREZ, MI AMIGO


Conocí a Sergio Ramírez cuando llegué al exilio a San José, Costa Rica, en 1976, tras evadir ser capturada después de que un tribunal militar somocista me condenó a varios años de cárcel. Llegué sola. No había podido aún sacar a mis hijas de Nicaragua. Me quedé en una pensión. Era Semana Santa, recuerdo, y Sergio debe haber visto mi desazón. Con gran amabilidad, me amparó invitándome a unas sesiones de trabajo que tenía con el cineasta puertorriqueño Diego de la Tejera. Ambos colaboraban en un guión sobre la vida de Sandino. Aprendí mucho esos días y me admiró el conocimiento minucioso y profundo que Sergio tenía sobre esa figura señera de nuestra historia nacional.

El Frente Sandinista estaba dividido en ese tiempo en dos tendencias: los Proletarios y los de la Guerra Popular prolongada. Entre ellos había un grupo de “mediadores” qué más tarde se convertirían en los Terceristas. Era confusa la situación. Igual que Sergio, yo deseaba que se solucionaran los problemas internos. Estábamos con los mediadores, sin tomar partido aún por una u otra tendencia.  Sergio se encargaba de un suplemento que había conseguido publicara el periódico Pueblo. Se llamaba Solidaridad e informaba sobre Nicaragua y la lucha antisomocista. Me invitó a apoyarlo en ese trabajo. Era un oficio artesanal, tequioso porque había que levantar textos, pegarlos en un papel de cuadrícula, conseguir fotos etc. Aún estaba lejos el tiempo de las computadoras y había que hacer a mano el arte de cada página para dejarlo listo para el proceso de hacer, no recuerdo, si los clichés o la serigrafía. Tengo presente su dedicación, verlo pegando las tiras de texto una vez que terminaban las horas de oficina en EDUCA, la editorial universitaria de la que era jefe.

También recuerdo el trabajo en que también colaboré, para ordenar y redactar el testimonio de violaciones a los derechos humanos por la dictadura somocista, que Fernando Cardenal llevó a Washington para presentarlo ante el Congreso de EE. UU. Era una labor en la que estaba involucrado el FSLN. Eduardo Contreras, el Comandante Cero de la acción del 27 de diciembre de 1974 en la casa de Chema Castillo, estaba, a distancia, a cargo del equipo que suministraba las pruebas e información.

Luego Sergio pasó a director del CSUCA y yo encontré trabajo y me trasladé a un apartamento para estar lista para la llegada de mis hijas.

De esa época data entonces mi amistad con Sergio Ramírez. Durante mi exilio en Costa Rica, él, la gran Tulita y su familia, fueron siempre hospitalarios y generosos conmigo y con mis hijas. Más adelante, él se quedó trabajando con los Terceristas y yo me uní a la GPP. Esto no impidió que siguiéramos siendo amigos y puedo decir que es un amigo de todo tiempo; uno que sabe acompañarle a uno en las muertes, lo mismo que en las celebraciones.

Ha leído varias de mis novelas manuscritas. Me ha dado consejos acertados. Es un hombre de gran nobleza personal. Sospecho que, durante la Revolución, su moderación le debe haber hecho pasar malos ratos porque, estoy segura, que se tuvo que adaptar a decisiones y procedimientos por disciplina, más que por que estuviese en ellos su corazón.

Fue difícil, para quienes lo hicimos, romper con el FSLN. Daniel Ortega inició una campaña feroz de desprestigio ante las bases contra quienes propugnábamos por una línea más democrática y moderna dentro del FSLN. Una línea que, seguramente, habría cortado sus aspiraciones de ser Secretario General y otra vez candidato.

Ya hemos visto en estos meses cómo puede hacer sonar como criminales y traidores a quienes no le convienen a sus intereses.

Sergio y la bancada del FSLN rompieron filas con los intentos de Daniel Ortega de desestabilizar el Gobierno de Violeta Chamorro y recurrir, como lo hizo, a la violencia callejera. Con una proclama firmada por más de cien prominentes sandinistas, y que se llamaba “Por un sandinismo que vuelva a las mayorías” se fundó el MRS.

Es irónica la noción, que seguramente Ortega sembró en la empresa privada, de que el MRS era más radical y de izquierda que el mismo sandinismo orteguista. Si Ortega no se ha detenido en sus intentos de destruir al MRS, quitándole su personería jurídica y encarcelando recientemente a toda su dirigencia, es porque la alternativa de ese partido es democrática y mucho menos ideologizada, violenta e intolerante que la que él y la señora Ortega decidieron sacar a relucir después del alzamiento de abril de 2018, cuando el pueblo los puso contra la pared.

De no haber muerto Herty Lewites, tan convenientemente para Ortega, él jamás habría llegado a ser presidente.

Me he extendido. Las memorias se juntan como lascas de acero a un imán, cuando pienso en las enormes diferencias entre el hombre que ha sido y es Sergio Ramírez y el hombre manipulador y de golpes bajos que es Daniel Ortega.

¡Que se haya atrevido a acusar a Sergio de incitación al odio, de menoscabo a la integridad nacional; que se haya atrevido a decir que los fondos que recibió la Fundación Luisa Mercado se utilizaron para desestabilizar el país! Masatepe y toda Nicaragua han visto y se han beneficiado de los proyectos culturales que Sergio ha impulsado. La acusación contra él, lo mismo que las que blanden contra todos los presos políticos, son alevosas y carecen en absoluto de verdad.

Si los nicaragüenses hemos tenido oportunidad de ver y oír a la flor y nata de la literatura mundial en el programa de Centroamérica Cuenta, es por Sergio Ramírez. Si muchachos de Masatepe han podido acceder a libros, a talleres de escritura y de música en la Fundación Luisa Mercado, es por Sergio Ramírez. Si se ha podido hacer una revista cultural de alta calidad como Carátula, si el país cuenta con un Premio Cervantes entre sus ciudadanos, es por el tesón y la pluma de Sergio Ramírez.

En el Gobierno de Ortega y su señora, la cultura se ha empobrecido hasta la mediocridad. De no ser por los esfuerzos de poetas como Francisco de Asís Fernández, que ha mantenido andando el Festival de Poesía contra viento y marea, y de Sergio Ramírez con los proyectos culturales y su incansable labor personal en favor de los demás artistas, habríamos retrocedido décadas y hasta perdido el orgullo de la brillante tradición literaria que nos legó Rubén Darío.

En contraste, esta dictadura nos somete a diatribas churriguerescas al almuerzo, al puñal oculto de comunicados mal escritos, a música pirateada de los autores, a decoraciones de parque de diversiones, a colores psicodélicos que pasaron de moda hace décadas y últimamente a cartas diplomáticas cuya redacción parece escrita por una muchacha malcriada de secundaria, que no aprendió a usar la puntuación y mucho menos las mayúsculas.

Nicaragua se merece escritores como Sergio. Lo que no se merece es la dictadura cruel, soez y mediocre que, por desgracia, tenemos.