Anda taciturna por la vereda,
se mete en el orificio oculto de las cosas,
respira a través de los poros de la tierra,
entra como una sombra en el hielo,
te acompaña donde vayas, como una perra
intenta seguir tus pasos, uno por uno,
no te ama pero te aguarda, calentona,
sabe que al final te acogerá en sus brazos,
no la eludas, está ahí, no para que la ames
sino para que la recuerdes cada noche.
Si no fueras por ella, la santa maldita,
serías eterno y tú nunca lo serás.
Naciste para no ser. Gracias a ella.
Y, sin enbargo, eres.
Esa es la razón de la vida.