Fernando Mires - ISLAMISMO, SEXUALIDAD Y TERROR (Fragmentos de mi libro: EL ISLAMISMO)

 



...

Hay comentaristas que afirman que bajo el “talibanismo” se impuso en Afganistán un Islam de la Edad de Piedra. Eso no es tan cierto. No hay ningún Islam de la Edad de Piedra. El Islam que predicó Mahoma fue la más moderna forma de vida religiosa-cultural de su tiempo; mucho más moderno que el oscuro cristianismo que en ese período primaba en Occidente. El talibanismo, y la consiguiente degradación de la mujer que lo identifica no es un retorno a los orígenes del Islam. No es un regreso a nada. O si se quiere, se trata de un regreso, pero a un punto que no tiene nada que ver con el Islam. Menos que un regreso religioso es un regreso antropológico. Quizás al tiempo más salvaje de la historia de la humanidad.

.....

La subordinación radical de las mujeres que propaga el islamismo es consecuencia y causa a la vez de la degradación de la sexualidad, degradación que opera, curiosamente, como un recurso simbólico de la negación de un Occidente que es identificado por el islamismo como un lugar en donde sólo tienen lugar perversidades sexuales. Frente a esa imagen simbólica el islamismo ha construido, como suele ocurrir en el caso de las patologías colectivas, una realidad polar: Un Islam sexualmente purificado que se erige en contra del otro polo: un Occidente sexualmente pervertido. De este modo, el Islam, de acuerdo al legado ideológico de teólogos como Qutb, al no poder definirse más con relación a sí mismo, pasa a constituir el polo negativo de Occidente, cuya afirmación sólo puede darse sobre la base de esa negación. En las manos del islamismo, el Islam deja de ser una religión autónoma y pasa a constituirse en una réplica de un Occidente al que se supone siempre en plena decadencia moral y cultural, es decir, un Occidente que es a la vez una construcción subjetiva del propio islamismo.

..

Entender la polaridad ideológica del islamismo es muy importante pues dicha polaridad se encuentra representada en dos niveles. En un nivel cultural- colectivo, y en un nivel individual. En la mentalidad del islamista dicha polaridad se encuentra reproducida en sus más mínimos detalles, y como el islamista, aunque quiera negarlo, es poseedor de un cuerpo biológico, dicha polaridad tiene que asumir tarde o temprano la forma de una polaridad sexual. 

La lucha entre el bien y el mal es representada, como suele ocurrir, y no sólo entre los islamistas, en el campo de la sexualidad. En cada islamista hay, por lo tanto, un “occidente interno” que no es sino la configuración psíquica de todo aquello que le ha sido prohibido por sus profetas, es decir, de todo aquello que hay que apartar de su vida, y por lo mismo, de lo que hay que eliminar sin piedad, hasta que no quede ningún rastro del mal y aparezca el bien en toda su esencial pureza. En la medida en que la representación interna del Occidente adquiere la forma de un “occidente sexualizado”, la lucha en contra de “su” occidente interno se convierte en una lucha en contra de esa sexualidad que imagina le viene desde fuera; naturalmente desde Occidente. Y como la sexualidad lo acosa, interior y exteriormente, el mismo se considera impuro, y por lo mismo, siente la necesidad de concentrar toda esa impureza que no lo deja vivir en paz, en objetos significativos. 

En un nivel inmediato, la sexualidad occidental se concentra en el objeto del deseo, y en la mayoría de los casos, esa representación es la mujer; y muchas veces, su propia mujer. Esa es la explicación que llevó a los talibanes a embalsamar en vida a sus mujeres. Ellas eran para “los guerreros de Dios” (así se designan a sí mismos) la representación de la sexualidad, y luego de Occidente, en su propia casa. En un nivel menos inmediato, esa sexualidad es “la tierra occidental”, la que hay que invadir y destruir hasta que no quede ningún rastro de ella. Como relata Ahmed Rashid, en su impactante libro sobre los talibanes de Afganistán: “Los Mullahs (teólogos sunitas) les habían aclarado a ellos (los talibanes) que las mujeres representan siempre una tentación (... Ellos se sentían amenazados por esa otra mitad de la humanidad acerca de la cual no sabían absolutamente nada. Lo más simple era, entonces, encarcelar a esa otra mitad. (...).La sumisión de la mujer llegó a ser una misión de la verdadera fe y un viraje fundamental que diferencia a los talibanes de los muyaedines (guerreros afganistanos).

..

La de los talibanes llegó a ser, sin duda, una de las dictaduras más sexistas que conoce la historia. Así se deduce de los relatos de Rashid: “A todas las mujeres les fue prohibido trabajar, independientemente a que no menos la cuarta parte de la burocracia estatal en Kabul había sido ejercida por mujeres. Aunque la enseñanza primaria había estado casi toda en manos de mujeres, las escuelas de niñas fueron clausuradas. Por lo menos 70.000 escolares femeninas no pudieron asistir más a las escuelas. Además fueron sometidas a usar una estricta indumentaria, una innecesaria desviación del servicio que hay que prestar a Alá. Cuando los talibanes llegaron a Kandahar, y desterraron a las mujeres a sus habitaciones y les fuera prohibido cualquier tipo de trabajo, e incluso la asistencia a las escuelas, las jóvenes talibanes fueron obligadas a usar una vestimenta que las cubría totalmente de la cabeza a los pies”

La subordinación de la mujer propagada por los “Mullhas” pakistanos a los talibanes tenía que expresarse además en un odio a la parte femenina de la que cada hombre es portador. Eso quiere decir que la bisexualidad inherente al ser humano debía ser anulada; y con máximo rigor. De este modo, el islamismo talibán, al igual que sus antecesores interoccidentales, el fascismo y el estalinismo, iniciaron una persecución sin piedad a los homosexuales. No deja de causar horror el hecho de que una de las discusiones “políticas” más intensivas que tuvo lugar al interior de la jefatura talibán, fue la relativa a si los homosexuales debían ser llevados a los techos más altos de las ciudades y ser empujados hacia abajo, o si debían ser enterrados vivos en agujeros de cementos.

Es una paradoja que el Corán esté lejos de ser un texto rigorista en materias sexuales. No encontramos en sus páginas ninguna condena abierta a la homosexualidad. Los islamistas no sólo no se rigen por el Corán, al que invocan en un sentido puramente oportunista, sino que además lo adulteran. El sexismo islamista es una producción ideológica post-moderna que utiliza selectivamente al Islam. El islamismo no es en ese sentido demasiado original. Al igual que los totalitarismos que le han precedido, ha levantado un proyecto destinado a controlar la sexualidad de sus vasallos. Esa es la diferencia esencial entre una simple dictadura y un sistema totalitario. Mientras la primera controla a los seres humanos desde el poder, el segundo controla el poder desde los seres humanos, o como explicita Hannah Arendt, es un poder que viene “desde abajo hacia arriba.

Hay, sin duda, una relación, todavía no bien estudiada, entre totalitarismo y sexismo.

La homosexualidad, y eso ha sido demostrado en todos los sistemas totalitarios, tiende a expandirse si la mujer es considerada un ser humano despreciable. Mientras más patriarcal es un orden social, más tiende a manifestarse la tendencia homosexual inherente a cada ser humano. Pero, en la medida que en tales sistemas la mujer es degradada, los hombres son inducidos a combatir sus tendencias femeninas, las que también deben despreciar. Al fin, termina imponiéndose un orden que consagra el odio a la sexualidad en todas sus múltiples formas; y eso no puede ser sino un odio a la vida misma. 

El talibanismo es una de esas demostraciones históricas que comprueban la tesis psicoanalítica relativa a que cuando son bloqueadas las tendencias que apuntan a la vida, en los términos de Freud, al placer (que no puede sino ser otro que el placer de vivir en un cuerpo y con otros cuerpos) tarde o temprano aparecen las tendencias contrarias, aquellas que son tributarias del principio de la muerte. El talibanismo afgano oriundo de Pakistán fue uno de esos regímenes de la muerte, al servicio de la muerte, y cuyo único objetivo era matar, matar y morir. Hay una relación estrecha entre el totalitarismo y el culto a la muerte. El totalitarismo es necrófilo.

..

El culto a la muerte del que todos los totalitarismos han hecho ostentación es el resultado directo de la represión que ejercen respecto al principio de la vida. Y como el principio de la vida se expresa fundamentalmente en la sexualidad, el principio de la muerte y la represión sexual se convierten en una simbiosis. La única alternativa que resta al islamista, es transferir su capacidad amatoria, que no puede ser recibida por la voluntad de vida, a su propia negación: la voluntad de muerte. Enamorados de la muerte, explotan en el aire, abrazados apasionadamente a ella, matando de paso a los demás, sea quienes sean, sólo porque ostentan el pecado que ellos nunca pueden perdonar: el de vivir.

…….

Si abordamos el delicado tema relativo al de la actitud sexual de los islamistas, resulta interesante conocer algunas de las opiniones de los compañeros de estudio de Mohamed el-Amir Atta en la Universidad Técnica de Hamburgo-Harburgo, donde cursó estudios relativos a “ingeniería de construcción de barcos”. Para quienes todavía no lo saben: Atta, fue el cabecilla de los atentados del 11-S.

Todos los ex compañeros de Atta estuvieron de acuerdo en señalar que era un excelente alumno y en su comportamiento, una persona muy correcta. Sólo algo les llamaba su atención: Su actitud hacia las estudiantas. “Para él era como si no existieran, como si no fueran seres humanos. Cuando las estudiantas decían algo en las discusiones, hacía como si no las escuchara. Simplemente no reaccionaba. Sólo si una mujer le hablaba directamente, respondía cortésmente, pero de modo notoriamente breve”.

En una ocasión, precisamente en un examen, se dio la situación de que una de las personas miembros de la comisión examinadora era una mujer. Atta, cuando entró, saludó dando la mano a cada miembro de la comisión, menos a la examinadora”

Atta, efectivamente, no hacía ningún tipo de concesión a su sexualidad alterada. El simple contacto de mano con una docente habría introducido impurezas “occidentales” en su cuerpo. La negación al deseo es la negación de la vida, de la propia y de la de los demás. Expulsada la vida del propio cuerpo, sólo hay espacio para la muerte. Es por esa razón que Atta traslada su patología más allá de su muerte. Poco tiempo antes del atentado de New York Atta había escrito un testamento en donde prescribía el tratamiento que debería someterse a su cadáver. “Ni mujeres embarazadas ni personas impuras deben despedirse de mí. Yo lo niego. Aquellos que laven mi cadáver, deben ser buenos musulmanes (...) quien lave mi cuerpo alrededor de los genitales, debe usar guantes, de modo que allí yo no pueda ser tocado”.

En esas condiciones, la relación con la propia corporeidad tenía necesariamente que asumir formas patológicas. El cuerpo deseante se convierte para el “guerrero de Dios” en algo impuro, de modo que al final, el mismo Atta es un enemigo de su propio cuerpo, y como el cuerpo es un enemigo, debe ser destruido. Es debido a esa razón que en la mayoría de los casos de terrorismo islámico los actos de destrucción del terrorista incluyen la destrucción del propio cuerpo. O mejor dicho, ellos ofrendan su cuerpo a Dios a través de una fiesta de la muerte. El acto terrorista es comparable, en la mitología islamista, a un sacrificio de los demás y de sí mismos, y a través de ese sacrificio, tanto el cuerpo como el alma volverán a ser puros y dignos de Dios. Así se explica que Atta no quisiera que su cuerpo, purificado después de la muerte, fuese visto por una mujer embarazada (cuerpo sexualizado) ni que sus genitales tuvieran contacto con la piel humana.

Mientras más poderosa es la influencia del islamismo, más acentuadas son las manías de limpieza entre sus seguidores, manías que sobrepasan lejos las normales medidas de higiene que ya de por sí son muy estrictas en las prácticas islámicas normales. Las impurezas que hay que limpiar en el cuerpo, son impurezas sexuales, y ellas vienen de Occidente. Es por eso que después de la muerte, cuando el cuerpo es definitivamente puro, los genitales no deben ser tocados por otro humano, pues lo humano es de por sí, impuro. Atta era, definitivamente, un hombre psíquicamente enfermo; muy enfermo. Pero él era sólo un representante individual de una patología colectiva muy similar a la fascista europea cuyo ideólogo Goebel se refería al asesinato cometido a los judíos como a una “política de higiene”

La pureza ritualizada ocupa un lugar privilegiado en las tres religiones abrahámicas. La limpieza corporal es la simbolización de la pureza sexual. En el Islam, religión del desierto, la limpieza ritual alcanza su más alta radicalidad. Y entre los islamistas es una práctica definitivamente patológica. La penetración de ideas y formas de vida occidentales, sobre todo si están sexualizadas, es la representación de lo que hay que limpiar en cada uno (lo sucio, lo maligno, lo monstruoso). El Islam, en cambio, en la fantasía islamista, es la representación de la pureza absoluta. En una revista islámica es posible leer lo siguiente: “El Islam y los infieles se diferencian en que el primero es como el agua clara y fresca. Los segundos son como el agua que viene de los canales en los suburbios de las ciudades. Si sólo una gota del agua sucia cayera sobre el agua limpia, desaparece su limpieza. Del mismo modo, basta una gota de la suciedad de los infieles para que sea contaminado el Islam por Occidente”.

..

Para fundamentalistas e islamistas la adhesión al Islam no sólo marca una diferencia religiosa o cultural, sino que una antropológica. El creyente del Islam debe, por lo mismo, de acuerdo a la lección islamista, ser mantenido lo más separado posible de los infieles. Como es sabido, la religión musulmana divide el mundo en dos partes: una es el dar el Islam o “región del Islam” y en otro es el dar al-harb o “región de la guerra”. Pero estas regiones no sólo son geográficas sino que además intrapsíquicas; por lo tanto, es deber de cada creyente declarar la guerra a su “occidentalización interna”, lo que implica, evitar todo tráfico entre esas dos regiones, tanto exteriores como interiores. Esto supone además evitar al máximo todo tipo de intercambio intercultural del cual el tráfico sexual es su más pecaminosa expresión. En un texto de Ibn Taimiyya se puede, por ejemplo, leer lo siguiente: “El Corán, La Sunna, y el consenso de todos los musulmanes indican que hay que diferenciarse de los infieles y en general, hay que tratar de evitarlos. Todo lo que produce corrupción, aunque sea de modo difuso, tiene que ver con ese contacto (con los infieles) y por lo mismo, está prohibido”

No deja de ser sintomático que uno de los comunicados recibidos por los terroristas, previos al atentado del 11. S. se instaba a los ejecutores a que en la madrugada del fatídico día 11 lavaran cuidadosamente su cuerpo y después lo perfumaran pues ese día deberían presentarse ante Dios quien los recibiría a todos en sus piadosos brazos.

El comunicado es fácilmente descifrable: sólo después de muertos, islamistas, podéis encontrar la limpieza total, tanto la del cuerpo como la del alma. En la vida, porque deseáis, sois impuros y lo que deseáis es Occidente, es decir, vuestra libertad. Occidente es la libertad y la libertad es femenina. Sólo después que hayáis destruido al objeto del deseo, Occidente, y al objeto que desea, vosotros, seréis definitivamente limpios y dignos de Dios.

El destino de Sodoma y Gomorra, o en este caso, New York, debe ser el de la desaparición total, comenzando, por supuesto, por su desaparición fálica simbólica, es decir, de las torres, como representación de los órganos genitales de la reproducción (comercio, tráfico, intercambio) de la vida occidental. El islamista, como ya se vio en el caso de Atta, genitaliza simbólicamente a sus crímenes; y a veces de un modo que no es tan simbólico. Ello se demuestra en la siguiente noticia que poco después del 11.S. leí en el periódico:

En el cadáver calcinado de uno de los asesinos del 11. S. los excavadores encontraron, incrustado sobre los restos de sus genitales una especie de cinturón de acero. En su fantasía trastornada, imaginó, que, en la lucha por la castración del enemigo, sus órganos genitales iban a permanecer intactos, y de este modo, el triunfo, su triunfo, iba a ser total.

En el caso del jefe del comando terrorista del 11.S Mohamed el- Amir Atta, la relación de enemistad corporal había alcanzado tal magnitud, que, de acuerdo al informe de los policías que allanaron uno de sus departamentos en Hamburgo, encontraron un dibujo del Profeta Mahoma esgrimiendo una daga. El brazo con que esgrimía la daga estaba desnudo. Mas, Atta, piadosamente, había extendido a través de la pared un velo que cubría el brazo de Mahoma. Si Atta no podía soportar la visión del brazo desnudo del Profeta, hay que imaginarse cuan alterada era la relación erótica que mantenía consigo mismo.

El escritor libanés Abbas Beydoun, un profundo conocedor del mundo islámico, tiene mucha razón cuando, desde una perspectiva psicoanalítica escribe que los terroristas islámicos padecen de una profunda melancolía. Al haber amputado sus relaciones amatorias, con los demás y consigo mismos, gana en ellos espacio el impulso de la muerte, incluyendo el de la propia. “El matar lo propio y el matar a los demás son realizados a través de un sólo acto. De este modo la propia historia es definida frente a la muerte. Muerte de sí mismo y del enemigo. Muerte del yo, y del otro. Las preguntas a sí mismos se transforman en muerte, sin futuro, sin ningún otro objetivo que la muerte”