Alberto Barrera Titzska - DIÁLOGO Y SUPERVIVENCIA



“A mí ya no me importan ni la oposición ni el gobierno. Yo lo único que quiero es que me dejen de joder”. Lo dice un venezolano que tiene un pequeño puesto de venta de empanadas cerca del centro de Caracas.

Me contó que en estas dos décadas ha sido de todo: votó por Hugo Chávez en 1998, se desilusionó, apoyó después a la oposición y terminó también decepcionado. Ahora solo quiere que lo dejen en paz, tratando de sobrevivir.

Se ha anunciado que el próximo viernes 13 de agosto comenzará, en México y con el acompañamiento del gobierno de Noruega, una nueva mesa de diálogo entre el gobierno y las fuerzas de oposición de Venezuela. La mayoría de la población, sin embargo, no ve este hecho con esperanza. Son demasiados años de desgaste.

Es evidente que el chavismo busca liberarse de las sanciones internacionales y que la oposición quiere recuperar sus espacios políticos. Lo que está menos claro es quiénes representan realmente a los ciudadanos. Cómo y de qué manera está presente en la negociación la realidad cotidiana de los venezolanos.

Salí de Venezuela en el año 2013 pero, por lo menos dos veces cada año, volvía y me quedaba un tiempo en el país. Estuve por última vez en enero de 2020, justo antes de que comenzara la pandemia. Acabo de pasar un mes en Caracas y, como siempre, vuelvo a sentir que el país es otro, que todo cambia demasiado rápido. Nunca antes había sentido un desinterés tan contundente por la política. La hipótesis de un escenario alternativo, la ilusión de posible salida del conflicto, está cancelada. La esperanza ha desaparecido del ámbito público, que se ha reducido a la legítima lucha por la supervivencia. Sobrevivir es también una forma de resistir.

Me asombra, por ejemplo, la naturalidad con que mis amigos o familiares se relacionan con la delincuencia uniformada. “Si vas a manejar —me advierten—, lleva todos los papeles, hasta el título de propiedad del carro”. “Pon un billete de diez dólares en la cartera, de todos, por si acaso”, también me dicen. El término es “matraqueo”. Se corresponde a la “mordida” mexicana. Es lo que hace o intenta hacer cualquier policía o militar que te detiene en una vía pública. Todos mis conocidos han tenido al menos una experiencia con uniformados que los paran en la calle y tratan de sacarles dinero.

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