Silvio Prado - UN BÚMERAN CONTRA ORTEGA


La cacería desatada por la dictadura en contra de todo lo que parezca un adversario político es la más reciente huida hacia delante de un régimen político agotado. Al igual que en los últimos años del somocismo, se ha convertido en enemigo de todos. No hay segmento de la sociedad que no esté en el blanco de sus ataques. No por muy callado, por no meterse en política, ni por observar la más estricta apatía se está a salvo de los zarpazos del tirano y sus agentes. No hay cordura en sus actuaciones; presa de sus incertidumbres se siente acorralada y ha optado por la lógica de “morir matando”. Pero esta ofensiva contra el mundo no puede darle los réditos que busca: a la larga, su capacidad de apresar, robar y sojuzgar ha terminado volviéndose en su contra. Es una ofensiva en contra de sí misma, al igual que todas las ofensivas en contra de los demonios propios.

Lo que empezó como una movida para descabezar las opciones electorales de la oposición, como si de una estrategia incremental se tratara, a medida que pasaron los días fue escalando no solo los objetivos sino además los procedimientos. Del robo en las oficinas de Confidencial y la investigación en Gobernación a la Fundación Violeta Barrios que había cerrado meses atrás, se pasó a citatorias antojadizas en la Fiscalía. Pero los magros resultados dieron paso a las medidas de fuerza: el apresamiento, los confinamientos y saqueos domiciliares, el congelamiento de cuentas bancarias y, por fin, la redada generalizada en contra de los miembros de sus listas negras.

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