No hay problema que nos defina mejor en América Latina que el racismo. Desde los insultos que sazonan el día a día de nuestras calles hasta los diseños urbanos que segregan los barrios en nuestras ciudades, las viejas divisiones coloniales conviven con formas modernas de gobernar y de tratarnos basadas en la superioridad de «lo blanco». Somos casi tan expertos en leernos la piel, el cabello y los apellidos como en negarlo de inmediato. La vida cotidiana está hecha de esa contradicción.