Hermanos que habéis muerto en la gracia
del Gran Vilas,
que es la gracia del Santo Bebedor,
volveréis a beber.
Volveréis a beber, y mucho y bueno y gratis.
Somos los grandes bebedores,
espíritus en alta combustión
y en alta alegría transformados,
bebemos por todo.
Bebimos en todos los continentes.
Qué bien se bebe en África,
en medio de los safaris, en medio de la nada.
Y gritábamos de alegría y bailábamos desnudos,
desnudos frente a los leones deslumbrados
porque el alcoholismo es luz valiente,
es heroísmo
y es fe.
También bebimos de lujo en Asia,
montados en los santos elefantes,
en una mano la copa,
en la otra el látigo o la pistola o las flores o la botella.
Y qué decir de lo que acabamos bebiendo
en Europa y en América.
Miles de bares en donde nuestras manos
acariciaron a la Virgen de la reconciliación,
y hubo risas, y hubo amor
y hubo alguna forma de inmortalidad.
Los elegantes bares europeos
con camareros políglotas,
impecables, profesionales, sobrios.
¿Hay algún continente más?
Ya ni me acuerdo de si bebimos en el Polo Norte,
si los osos blancos nos vieron beber,
si invitamos a los pigmeos a unas copas frías.
Oh, divinos osos polares, tan blancos y enamorados,
bebimos con vosotros, a vuestra salud,
mientras el sol devoraba la nieve y el cambio
climático nos coronaba con espinas ardiendo.
Grandes bebedores,
volveréis a beber aunque estéis ya muertos.
Tened confianza.
Vuestra mano
volverá a sujetar el vaso de la vida.
Llegaba a los hoteles y asaltaba el minibar.
En las barras fui el César, pidiendo todo el whisky.
Amé a los camareros.
Glorifiqué a las camareras.
Nunca me marchaba de los bares.
Soy un borracho descomunal.
Soy un alcohólico clásico y moderno.
Hermanos que habéis muerto con la copa en la mano,
pedidle a San Vilas la última,
y San Vilas os la concederá,
porque os ama.