La derecha peruana está en rabieta ante la proximidad de su derrota. Desde el suelo, avientan fake news, insultos e invocaciones a anular las elecciones presidenciales como un niño que, incapaz de controlarse, lanza una y otra vez objetos sin medir las consecuencias. Pero las necesidades insatisfechas de este sector tienen efectos más graves —el daño a la democracia— e involuntarios —distraer sobre la improvisación del candidato vencedor—. Los episodios de crisis que veremos en el próximo gobierno podrían ser más intensos que lo que acabamos de sufrir en los últimos cinco años.
Luego de una campaña polarizada entre el sindicalista Pedro Castillo y la derechista Keiko Fujimori, que acabó con las elecciones del 6 de junio, hemos entrado a una fase de descrédito del proceso y del resultado electoral impulsado principalmente por los conservadores. Esto le va a restar legitimidad a los bandos políticos en los próximos cinco años, y no es difícil prever que recurrirán a propuestas populistas para recuperar la aprobación perdida.