Fernando Yurman - LO QUE QUEDA



La suspensión que la pandemia impone a los frenéticos hábitos de la civilización será pasajera, pero sus consecuencias serán duraderas, aunque remotas e indiscernibles. Por lo pronto, el carácter global de la plaga ha brindado la primera experiencia concreta de un mal destinado a toda la humanidad, eso es nuevo y determinante. Mal y Humanidad, los dos pesados vocablos, adverbio y sustantivo que bailaban en el aire, reducirán su vaguedad fijados por un nuevo ángulo. Lo humano padecía la abstracta, repetida e inasible universalidad. Ahora el concepto es pragmático, y visto de cerca respira de manera más modesta por su condición desgraciada y menor. La universalidad geográfica de la especie, como le ocurrió al planeta en el cosmos real, disminuyó su escala cualitativamente. La pandemia además nos relativiza en una hondura ética inquietante. Algunos temen una disolución nihilista, otros creen descubrir un nuevo horizonte, casi todos descreen de las fórmulas previas. Aunque las alteraciones mentales, la ansiedad y los síndromes traumáticos indican los síntomas de la pandemia, también se perfila en esta revisión un don inesperado.

Nadie pudo predecir la dimensión de la primera guerra mundial, tampoco el advenimiento de la segunda, ni la caída de la Unión Soviética o el ascenso mundial de China, pero todos esos sucesos eran históricamente predecibles. En cambio, esta pandemia, que incidió de manera inconmensurable en la geopolítica, la cultura de masas, las ideologías, el arte y los procesos ecológicos, era y es impredecible; resulta el fiel y mayor testimonio de la teoría del caos. Nunca sabremos que mariposa inicio la tormenta que arrecia en la vida pública inclinando las convicciones, pero si sabemos que sin esas columnas se derrumbará un templo de certezas y costumbres civilizatorias.      
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