Lo asombroso de esta historia
es que si no existiera la muerte
-esa dama desnuda que te cierra
los ojos sin siquiera besarte-
no existiría el amor pues el amor
es la lucha en contra de la muerte.
Nada menos y nada más.
Y para que exista el amor necesitamos
ser mordidos por los dientes afilados
de esos jabalíes malditos que vienen
de la granja más oscura y más fría de la noche.
También las flores, hasta las que llaman
no-bellas, necesitan del invierno.
Y de sus penas. Y de sus vientos. Y de sus fríos.
Pues si no fuera por la cara sucia
de la muerte, ante el espejo de la vida
serías invisible, dijo mi amigo mires
en uno de sus momentos de más radical confusión.
A veces pienso que si nos juntáramos
con la vida, resucitaríamos. El amor, visto así,
sería una sublevación en contra de la muerte.
Y como en toda sublevación,
solo su fracaso aseguraría nuestra victoria final.