Anton Julian - EL SORDO

 

Hay algunos que se mueren sin alcanzar a decir ni pío, así de repente, de improviso, de inmediato. Hay otros en cambio que se van lentamente, como una vela que se apaga sobre la mesa torva del borracho.
Son los que no se resignan, los que rinden culto a las flores que explotan en la fisura de las baldosas recién trapeadas. Son esos lentitos que nadie sabe por qué, se enamoraron de la vida, de sus placeres y hasta de sus tristezas. Los que no saceptan que la vida haya sido solo eso, y buscan el jugo del tomate y la papa en la sopa.
Van perdiendo los ojos, y ven. Han perdido la memoria, y recuerdan. Ya nadie los ama. Y aman. Escuchan melodías de otros planetas en sus pobres orejas tapiadas, y hasta las entonan cuando la noche avanza. Son los héroes sin batallas, los que habiendo perdido todo, y sin escuchar las voces de advertencia, no se rinden. Son los invitados de la noche,
los que no quieren irse de la fiesta, los que hay que empujar por la puerta trasera, para que se vayan. Y aún así, dejan un recuerdo, y como si fueran fantasmas regresan a buscarlo. Suplicantes. Y con sus manos vacías,