No dejaremos que nos derroten,
ni las tinieblas ni las noches,
pues levantaremos en su contra un muro,
con albores alborozados de lanzas y abejas.
No dejaremos que nos usurpen la mirada
seremos, por el contrario, nosotros mismos
en nuestros parasiempres de cada noche
sin artilugios ni disfraces, y sobre todo,
sin bajar la vista cuando el cuchillo nos traspase.
No dejaremos que nos agonicen
las arpías calientes debajo de la piel
y menos aún, no dejaremos que nos seduzcan,
los malditos heraldos de la muerte
aunque te muestren las venas abiertas de los muslos
y las cicatrices rosadas que dejaron sus andanzas.
No dejaremos –y aquí está todo dicho- que nos maten,
daremos nombres a las cosas, con o sin poesía,
y así seguiremos hasta más allá del final del final
aunque sea al precio de borrar todas nuestras huellas.