Durante todo este tiempo, la atención del país y del mundo se centró en el personaje. Era como si pensáramos que todo tenía que ver con la personalidad autócrata de Trump y que cuando abandonara el poder todo iba a regresar a la normalidad. Fue un error trágico, pues impidió ver que detrás de Trump crecían grupos de ciudadanos supremacistas blancos, convencidos de que Dios les había enviado a su elegido para guiarles en la lucha por recuperar el país para la raza blanca y la religión cristiana. También impidió ver que estos grupos se iban apoderando de las palancas del poder del Partido Republicano.La situación por la que atraviesa EE. UU. es la que describí en la primera parte, como la típica de toda guerra civil. En un sistema bipartidista, uno de los dos partidos puede negar la legitimidad de su contrincante y lo que siempre ocurre es que el conflicto se resuelve mediante la violencia. Escribo estas líneas mientras escucho a Trump, en su discurso de Orlando, el 28 de febrero, ante la Cpac (Conferencia de Acción Política Conservadora), radicalizar a sus partidarios por milésima vez sobre el tema del fraude electoral. El auditorio se entusiasma cuando escucha a su líder resuelto a continuar su lucha con corregir esta situación.
Creo que con Trump o con otros líderes carismáticos y violentos, episodios como el del 6 de enero de 2021 volverán a producirse. A no ser que medie un cambio en el voto latino como el antes comentado, será prácticamente imposible que el Partido Republicano, controlado por una mayoría evangélica radicalizada, gane alguna elección presidencial. El nacionalismo cristiano que controla el partido (y que ya ha empezado a depurarlo de quienes votaron contra Trump en el segundo proceso de destitución) acabará adoptando estrategias distintas de las electorales para llegar al poder. Nada puede detener a un grupo radical comprometido con cumplir la voluntad de su Dios, que les ha ordenado poner al país bajo la ley divina y recuperar así la sociedad blanca y cristiana, por la que lucharon los Padres Fundadores
Hace ya 36 años que Margaret Atwood imaginó como sería la vida de las mujeres en una sociedad como la que Rousas Rushdoony había descrito tres años antes. La relató en El cuento de la criada, convertida años después en una serie de televisión. A la autora no le interesan los detalles de cómo se produjo el golpe de Estado que origina la nueva situación. Lo que ella describe es la forma en que a las mujeres se las mantiene en la obediencia con castigos físicos. Las esposas de los altos funcionarios (los comandantes) se ocupan del hogar y del manejo de las empleadas domésticas y de las reproductoras que el Estado cristiano asigna a sus maridos para aumentar su descendencia. Estas reproductoras son esclavizadas para ejecutar esta labor por haber transgredido la moral cristiana antes del golpe: viviendo en unión marital sin pasar por el altar, o siendo madres solteras o habiéndose divorciado y vuelto a casar, etc. Todo ello se acompaña de continuas invocaciones religiosas.
Los partidarios del entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ingresan al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021 en Washington, DC.
Es difícil predecir qué ocurrirá cuando el Partido Republicano-evangélico, después de haber expulsado a los pocos moderados que aún subsisten, opte por estrategias no democráticas para llegar al poder. Lo único que me atrevo a vaticinar es que no será nada agradable y que sucederá inevitablemente, a no ser que se tomen medidas a tiempo. Entre los muchos ajustes que la sociedad estadounidense requiere para recuperar la paz, considero prioritarias la Reforma Electoral y la Reforma de la Educación.
Los elementos de una reforma del sistema electoral son numerosos, según hemos visto. Los resumo a continuación.
1.Adopción de la segunda vuelta instantánea en todas las elecciones.
2.Redistribución de las curules de senadores para que los votos de los ciudadanos
tengan más peso que los de las vacas, los bosques o los lagos. Eso implica redistribuir el número de senadores por estado, teniendo en cuenta la población de cada uno, en vez de atribuir dos senadores por estado.
3.Reducción del número de distritos electorales para un mejor control de prácticas deshonestas, como el gerrymandering.
4.Establecimiento de límites y control de los gastos de las campañas de los candidatos.
5.Erradicación de todas las acciones de supresión del voto de minorías raciales y étnicas.
6.Creación de una entidad central que controle el desarrollo de las elecciones, declare los resultados con rapidez y resuelva las demandas de fraude. Algo así como el Consejo Electoral de Colombia, como ya mencioné.
7.Instauración de un régimen de democracia parlamentaria, con elección del presidente por una mayoría absoluta del parlamento.
Todo esto es complicado. Incluso si existiera la convicción de hacerlo llevaría tiempo. Lo importante es que los ciudadanos se convenzan de que, sin ajustes del sistema electoral, no será posible cambiar el bipartidismo tóxico actual por un sistema que obligue a la negociación y a los acuerdos en un Congreso con más de dos partido
Tan importante como lo anterior, es dejar de radicalizar y de confundir a los alumnos de escuelas privadas evangélicas, a los de escuelas autónomas y a los de educación en el hogar. Lo que se conoce a través de los libros de texto que se utilizan en estas escuelas y de los resultados que se obtienen es sumamente preocupante. No se trata solamente del supremacismo blanco y del mandato divino de poner al país bajo las leyes divinas. Igualmente peligroso es lo que se les enseña sobre la historia, sobre la ciencia y sobre los derechos humanos. Cuando se le enseña a un estudiante que la evolución no existe y que el mundo fue creado hace apenas unos miles de años tal como es ahora, se le impide entender la ciencia moderna. Cuando se le enseña a despreciar a un líder moral de la humanidad como Nelson Mandela, se le impide entender qué son los derechos humanos. Cuando se le enseña que todos los que sostienen principios diferentes de los que les enseña su escuela son sus enemigos, se les impide integrarse en la sociedad y saber manejar pacíficamente las divergencias de opinión.
Debemos recordar una vez más que los resultados de esta educación los vimos en directo el 6 de enero: ciudadanos enfurecidos que levantaban un cadalso para ahorcar al vicepresidente (que se salvó por muy poco, según quedó registrado en un video), mientras rezaban y blandían banderas con el nombre de Jesús.
Ambos temas son delicados. Muchos expertos han propuesto reformas al sistema electoral, pero creen que la principal dificultad es que los cambios perjudicarían al Partido Republicano. Dadas las mayorías calificadas de dos tercios que se requerirían en ambas cámaras, esta es en efecto una gran dificultad.
El tema de meterse con la educación evangélica es, si cabe, más difícil. Los padres de alumnos de estas escuelas argumentan que la primera enmienda les da la libertad de educar a sus hijos como decidan. No creo que se pueda lograr nada por medios legales. El único camino que se me ocurre es la persuasión religiosa. Se trataría nada menos que de convencer a las familias de que el tipo de religión evangélica que se enseña en estas escuelas no es realmente cristiano. Aunque la mayoría de las familias que acuden a estas escuelas son protestantes evangélicas, existen otros evangélicos y otros cristianos que rechazan esta forma de entender el cristianismo. El pasado 24 de febrero, la prensa91 divulgó la declaración de más de quinientos evangélicos y otros líderes religiosos que manifiestan, ante los acontecimientos recientes, lo siguiente:
Unimos nuestras voces para declarar que hay una versión del nacionalismo estadounidense que está tratando de camuflarse como cristianismo, y es una variación herética de nuestra fe.
Sabemos por expertos en radicalización que uno de los elementos clave es la creencia de que sus acciones son bendecidas por Dios y ordenadas por su fe. Esto es lo que permite radicalizar a tantas personas que mantienen una visión del nacionalismo cristiano.
Hay gente dispuesta a denunciar desde dentro del cristianismo que el supremacismo blanco, por muy ordenado por Dios que se pretenda, es en realidad un fraude. El cristianismo verdadero es muy diferente. Debemos confiar en la persuasión para alejar a las familias de este tipo de educación. Lo que el Gobierno sí puede hacer, es cumplir las leyes que, empezando por la Constitución, ordenan separar la política y la religión.
De esta forma se limitaría el daño que el nacionalismo cristiano está haciéndole a la sociedad estadounidense.
Es urgente reducir la polarización de la sociedad y el bipartidismo tóxico, que son un caldo de cultivo para la confrontación y la violencia. No es una tarea fácil, pues muchas reformas son necesarias. La más importante, en mi opinión, es lograr un sistema electoral que permita una democracia multipartidista. He presentado una alternativa para ello y quizá existan otras igualmente válidas. Lo esencial es que el pueblo estadounidense acepte que su mejor interés es acabar con la división entre un país rojo y un país azul.
JUAN MANUEL DE CASTELLS
Especial para EL TIEMPO