Las secuelas de la pandemia trumpista en la política mundial están lejos de poder ser calibradas en toda su dimensión. Su cepa originaria se incubó en Nueva York y luego pasó a Washington D.C. para de allí expandirse por Estados Unidos y luego el planeta. Nadie que respire en el universo de la política ha quedado libre de su efecto, y sus reproductores todavía circulan sin mascarilla, dan entrevistas en los medios de comunicación, se presentan a cargos de elección popular, y socavan las instituciones democráticas y sus formas con altanera suficiencia. Pueden ser letales, literalmente, como Bolsonaro en Brasil.Se pueden apropiar de una ideología de izquierda o derecha, de sus liturgias y sacramentos, pero el condimento de populismo nacionalista, o regionalista, no puede faltar mezclado con la identificación binaria del ellos vs. nosotros. El dedo índice siempre empinado acusando a los otros: los bad hombres pasando la frontera, o la casta pasándola tan bien a costa de los pobres. Y ellos siempre juzgando desde arriba.
La pelea por el gobierno de la Comunidad de Madrid ha despertado los espectros bicéfalos y desempolvado los terribles recuerdos de la Guerra Civil que tanto costó a España, gracias a una caricaturesca diatriba que sitúa la elección adelantada del 4 de mayo en la disyuntiva de fascismo vs. comunismo. Semejante chifladura se da en gente que uno supone informada, cosmopolita, vástagos del Pacto de la Moncloa que incorporó España a la modernidad europea. Sospechamos que son secuelas del virus del trumpismo haciendo de las suyas en los alrededores de la Puerta del Sol.
Abierta la carrera por desbancar a la actual presidenta de gobierno de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso (PP), (por cierto, fue ella quien pidió adelantar las elecciones), el inefable Pablo Iglesias, en su inconmensurable ansia de figuración mediática y política se desembarcó de su cargo de vicepresidente segundo del Gobierno central y anunció que se presentaría como candidato y llamó a Más Madrid, una escisión de su propio partido, a que se uniera a él en su empeño de salvar a Madrid del fascismo. (Gulp).
La respuesta de la candidata de Más Madrid, Mónica García, dejó en evidencia la vanidad personalista del empeño: “Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos pidan que nos apartemos”. El paladín feminista era atrapado en un típico desembarco de filibustero político en tierra ajena. Me importa un comino quienes sean los dirigentes que se han labrado su puesto en base a trabajo y dedicación. El que importa soy yo y mi partido.
Y como por coincidencia, Iglesias lanza su candidatura desde su despacho de vicepresidente segundo del Gobierno central, flanqueado de la bandera de España y de la bandera de Europa. En la misma tesitura del expresidente Trump, para quien la Casa Blanca era la sede de su comando de campaña y estaba a su disposición para realizar cualquier acto político electoral que le viniese en gana. Las formas, me las paso.
El peligro de una polarización artificial entre “fascistas y comunistas” es que deje por fuera a la gran mayoría que todavía apuesta por un sendero de centro para contrastar sus opciones políticas sin la crispación de los extremos. La apuesta del populismo retrógrado o progresista es ganar por fatiga, por default, propiciar el boto tierrita y no juego más en la ciudadanía democrática ante la exaltación de los extremos, el principal alimento de la decepción ulterior con la política y la democracia electoral. Aquí sabemos de eso.
Trump ya está en Madrid…
@jeanmaninat