«Ya sé quién soy, soy un comunista», grita Michele Apicella, el protagonista de la Palombella rossa, la película que Nanni Moretti protagonizó, dirigió y estrenó en 1989, el año en el que el Muro de Berlín se resquebrajaba. El film retrata la encrucijada de un miembro del Partido Comunista Italiano (PCI) que, luego de perder parcialmente la memoria, busca entender «quién es». «Recuerdo, recuerdo», repite a cada instante: «soy un comunista», dice. Y eso define su identidad. Eran momentos en los que decir «qué soy» hablaba del «quién». Pero Apicella también se percata de la porosidad de esa identidad cuando lo acechan las dudas: «¿no veremos nunca el comunismo?», «al menos un pedacito de la fase de transición». Parece haber perdido no solo la memoria sino también el sentido de lo que significaba «ser comunista». Sus soliloquios podrían representar la voz interior de cualquier militante de izquierda en aquellos días en los que el PCI seguía siendo «el más grande de Occidente», pero el horizonte de la hoz y el martillo se revelaba ya lejano. Michelle, que vive una deriva interna, sufre además de un tironeo constantepor parte de las distintas fracciones del partido. La «izquierda más izquierdista» lo acusa de ser cómplice del sistema, mientras que por derecha sostienen que se encuentra detenido en el tiempo. En aquel contexto, el comunismo italiano pregonaba un marxismo con hibridaciones socialdemócratas en la conocida fórmula del «eurocomunismo». El PCI hacía guiños, incluso, a la participación italiana en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Además de los dilemas puertas adentro del partido, Michelle recibe los embates de su oponente (casi) permanente: la Democracia Cristiana. Esta lo acusa de prosoviético, precisamente cuando la URSS comenzaba a implementar las reformas de Mijaíl Gorbachov que permitieron, en 1989, la participación electoral de no comunistas. La película de Moretti ayuda a poner la lupa sobre el impacto que tuvo el declive de los socialismos reales sobre el PCI —el partido que el pasado enero hubiese cumplido 100 años pero que fue disuelto hace ya tres décadas—. Frente a las miradas que buscan rastrear qué queda del comunismo italiano, pensando en términos de su fundación, nuestra propuesta es pensar qué sucedió con los sentidos proyectados por el partido desde su crisis y su muerte.