Adriana Moran - EL TIEMPO PERDIDO

  



Todas las oposiciones del mundo se han equivocado alguna vez. O muchas. Y han hecho lo que cualquier fuerza política hace: asumir el error, enmendarlo y torcer el rumbo para seguir enfrentando al adversario de la mejor forma posible.

Por eso, que la estrategia de una oposición capaz de obtener una victoria contundente en 2015 para demostrar e imponer su mayoría en la Asamblea Nacional haya sido equivocada, no es lo peor que nos ha pasado.

Lo más grave, lo que parece no tener arreglo, es esa falta de coraje para asumir el error y replantearse el camino. Esa forma balbuceante en la que algunos abandonan el barco ya encallado de la abstención para promover una participación más cargada de culpa que de la convicción y de la fuerza necesarias para revertir un proceso cuya peor consecuencia fue convencer a una mayoría de que no vale la pena luchar porque todos los esfuerzos conducen a ninguna parte.

Y también están los que siguen aferrados a los despojos del barco inundando. Los que creen que gritando fuerte podrán revertir el naufragio de sus liderazgos ya sin ideas y sin gente. Los que usan la palabra unidad como chantaje incapaces de ver que a su alrededor todo se hunde.

Hay que decirlo: la abstención cuando ha sido prolongada y sostenida nunca puede ser modificada con repentinos cambios de rutas sin que nadie asuma las consecuencias de los errores cometidos. Dos años de equivocaciones han terminado por destrozar la voluntad del voto. Y esa voluntad no podrá ser reparada sin la explicación que cuestione radicalmente la línea abstencionista y por supuesto, a quienes la impusieron. No podemos seguir ocultando que mientras el gobierno ha destruido el tejido social, la actual dirigencia destruyó el tejido político, ese mismo que nos llevó a la victoria democrática de 2015.

De todos los errores que se sucedieron después de la toma de posesión de una AN que esquivó el camino de la acumulación progresiva de fuerza para optar por fantasías cortoplacistas, tal vez el de ahora sea el último y más costoso. Sin la valentía de liderazgos capaces de reconocer abiertamente el fracaso para retomar el camino electoral y convencer a los que ya no creen en la necesidad de reconstruirlo, el error será consumado y esta dispersión sin ilusiones que ahora somos formará parte del paisaje que nos espera.

Quienes están en el gobierno, aún sin capacidad para resolver ninguno de los problemas que estrangulan a las mayorías, seguirán adelante solos en su desafuero no por mérito propio, sino porque no tienen adversario. No es la hora del poder. Para que esta llegue alguna vez, se necesita de una oposición que realmente se oponga levantando sus políticas con decisión a través de la vía democrática-electoral. Los atajos y las aventuras no solo atrasaron nuestro tiempo, lo perdieron.