En abril pasado se cumplieron en cuarentena 40 años de la muerte de Jean-Paul Sartre. Otrora paradigma del «intelectual comprometido», su nombre es hoy poco más que un objeto arqueológico. Es imposible olvidar, sin embargo, la conmoción que en su momento produjeron sus monumentales obras filosóficas, sus insólitas biografías, sus obras de teatro, sus novelas y cuentos, sus ensayos sobre teoría literaria y crítica estética, sus potentes artículos políticos, sus grandes debates con las figuras más relevantes del pensamiento de su época (Camus, Merleau-Ponty, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, etc.), su fundación de la más importante revista intelectual durante décadas, Les Temps Modernes, y del diario Libération. ¿Y qué decir de sus intervenciones «prácticas» en las grandes controversias de buena parte del siglo xx?: Sartre participando en la resistencia contra la ocupación nazi de Francia; viajando a Cuba para entrevistarse con Fidel Castro y el «Che» Guevara en apoyo a la Revolución (pero luego encabezando la protesta contra el encarcelamiento de Heberto Padilla); clamando contra la verdadera guerra de exterminio contra los independentistas argelinos y apoyando a la Red Jeanson de ayuda clandestina al Frente de Liberación Nacional (fln), al costo de dos bombas en su departamento, de las que escapó milagrosamente; presidiendo el Tribunal Russell contra los crímenes de guerra en Vietnam; apoyando los movimientos de liberación en América Latina; protestando activamente contra las invasiones soviéticas de Hungría y Checoslovaquia; acompañando el movimiento estudiantil de Mayo del 68; arengando a los obreros en huelga de la empresa Renault; haciéndose llevar preso por vender en la calle la prensa clandestina de los maoístas; rechazando el Premio Nobel, y un largo etcétera. En fin, no importa lo que se piense de él, de sus ideas y de sus actos, y más allá de los equívocos de la «moda» existencialista, o de los de la relación con el marxismo, el «olvido» de Sartre es un síntoma de cierta decadencia del espíritu político-intelectual en la «posmodernidad». No obstante, como diría un psicoanalista, lo que se olvida no desaparece, sino que cada tanto «retorna lo reprimido». También sucede, inevitablemente, con figuras poderosas como la de Sartre. En este aniversario, y recordando una frase célebre de Roland Barthes –«Cuando necesitemos de nuevo una ética, volveremos a Sartre»–, intentaremos aquí rendirle un humilde homenaje, abordando ciertas zonas de su obra que han sido menos exploradas de lo que merecen.
En abril pasado se cumplieron en cuarentena 40 años de la muerte de Jean-Paul Sartre. Otrora paradigma del «intelectual comprometido», su nombre es hoy poco más que un objeto arqueológico. Es imposible olvidar, sin embargo, la conmoción que en su momento produjeron sus monumentales obras filosóficas, sus insólitas biografías, sus obras de teatro, sus novelas y cuentos, sus ensayos sobre teoría literaria y crítica estética, sus potentes artículos políticos, sus grandes debates con las figuras más relevantes del pensamiento de su época (Camus, Merleau-Ponty, Lévi-Strauss, Althusser, Foucault, etc.), su fundación de la más importante revista intelectual durante décadas, Les Temps Modernes, y del diario Libération. ¿Y qué decir de sus intervenciones «prácticas» en las grandes controversias de buena parte del siglo xx?: Sartre participando en la resistencia contra la ocupación nazi de Francia; viajando a Cuba para entrevistarse con Fidel Castro y el «Che» Guevara en apoyo a la Revolución (pero luego encabezando la protesta contra el encarcelamiento de Heberto Padilla); clamando contra la verdadera guerra de exterminio contra los independentistas argelinos y apoyando a la Red Jeanson de ayuda clandestina al Frente de Liberación Nacional (fln), al costo de dos bombas en su departamento, de las que escapó milagrosamente; presidiendo el Tribunal Russell contra los crímenes de guerra en Vietnam; apoyando los movimientos de liberación en América Latina; protestando activamente contra las invasiones soviéticas de Hungría y Checoslovaquia; acompañando el movimiento estudiantil de Mayo del 68; arengando a los obreros en huelga de la empresa Renault; haciéndose llevar preso por vender en la calle la prensa clandestina de los maoístas; rechazando el Premio Nobel, y un largo etcétera. En fin, no importa lo que se piense de él, de sus ideas y de sus actos, y más allá de los equívocos de la «moda» existencialista, o de los de la relación con el marxismo, el «olvido» de Sartre es un síntoma de cierta decadencia del espíritu político-intelectual en la «posmodernidad». No obstante, como diría un psicoanalista, lo que se olvida no desaparece, sino que cada tanto «retorna lo reprimido». También sucede, inevitablemente, con figuras poderosas como la de Sartre. En este aniversario, y recordando una frase célebre de Roland Barthes –«Cuando necesitemos de nuevo una ética, volveremos a Sartre»–, intentaremos aquí rendirle un humilde homenaje, abordando ciertas zonas de su obra que han sido menos exploradas de lo que merecen.