La complejidad de nuestro tiempo ha convertido en rudimentaria aquella máxima atribuida al filósofo español George Santayana que más tarde se apropiarían estadistas de la talla de Winston Churchill: «Quien olvida su historia está condenado a repetirla». Sin desdeñar la siempre oportuna advertencia, lo cierto es que la historia nunca se repite exactamente, sino con máscaras distintas, como apuntaba Javier Cercas en una reciente columna en El País Semanal, en un intento de alejar al lector del razonamiento simplón y del tentador recurso de la equiparación: «No es lo mismo el nacionalpopulismo de ahora que el totalitarismo de los años treinta, aunque ambos broten de circunstancias históricas paralelas». Esto es, la crisis económica de 1929, de una parte, y la crisis de 2008, de la otra, a la que hoy se suma el terremoto provocado por el coronavirus, que deja el terreno fértil a toda clase de populismos y extremismos