Según Leonardo Padura, desde su Independencia Cuba ha expulsado a sus hijos en "olas de exilio trágico". Su última novela, Como polvo en el viento, es la historia de una de esas olas: narra el desmembramiento del Clan de Clara, un grupo de amigos de secundaria que crecen en la Cuba revolucionaria; muchachos de la generación que acudió llena de ilusiones al llamado de levantar una nueva sociedad, que se formaron bajo sus valores y virtudes, pero que vencidos por las carencias y limitaciones políticas de la isla, la abandonan. Solo dos deciden quedarse, condenados a la supervivencia diaria en medio de la escasez.
Tejida sobre la trama de un crimen (no podía ser de otra manera con Padura), esta obra aborda los fracasos de la sociedad cubana, sin omitir sus logros, a partir de la condición humana en el exilio.
Para los venezolanos, recién llegados a la experiencia del exilio, la novela funge de espejo; detrás de ambos "exilios trágicos": descalabros económicos de sus regímenes, autoritarismo, represión y coerción de libertades. Con Cuba, Venezuela construyó una relación privilegiada que logró complementar exitosamente durante unos años a las dos naciones por vía del Convenio Integral de Cooperación. Para Cuba, esta relación significó sobreponerse al durísimo período especial, flanquear el bloqueo estadounidense y relanzar su economía; para Venezuela, un aporte importante que contribuyó a su desarrollo social, sobre todo en el ámbito de la salud. Sin ahondar en las desviaciones que resultaron del convenio, ni de su "lado oscuro" en la consolidación del sistema represivo madurista, este acontecimiento es el primer hilo que hilvana el destino común entre los sistemas políticos de ambos países.
Muchos pensamos en algún momento, el propio Chávez entre ellos, que el modelo democrático venezolano, en aquella dinámica de intenso intercambio, influiría positivamente a Cuba. Lamentablemente, tras la muerte del líder venezolano y la traición de Maduro al proceso popular, ocurrió lo contrario.
Ese "huir para salvar la vida" que mueve a los personajes de Padura, asfixiados por una tenaza doble (carencia permanente y Estado policial), es también la realidad trágica de Venezuela; con el agravante de que quienes se arrojan al mar en una balsa, no son recibidos por un patrullero de la Coast Guard estadounidense, ni con permiso de residencia y posibilidad de trabajo, sino que enfrentan la cárcel o la muerte en manos de la policía trinitaria.
Tanto migrantes cubanos como venezolanos son víctimas de racismo y xenofobia, las más grandes taras de nuestra conciencia como especie. En la novela, el negro Joel se niega a emigrar a Estados Unidos a pesar de los beneficios que conceden sus leyes a los cubanos: "porque aunque tuvieran un presidente afroamericano, no era un lugar para un negro, ni siquiera un negro cubano y, sobre todo, un negro sin dinero". Asimismo, parece que gran parte de nuestro continente no es lugar para los venezolanos, menos aún para los pobres, sometidos a la xenofobia promovida desde los centros de poder, como sucede en la Colombia representada por el presidente Duque y la alcaldesa López; en Ecuador por Moreno, o en Perú, donde la xenofobia se vive en primera persona.
Es en el desarrollo de esta dimensión espiritual, de esta "experiencia del alma en el exilio", como la novela encuentra su universalidad y revela su solidez. A través del devenir político destaca la reflexión en torno a la condición humana del expatriado, sea migrante, exiliado o desterrado.
Sin duda, "todos los exilios tienen un componente traumático"; abandonar la propia tierra implica abandonar una vida para toparse con otra, ya comenzada, que exige ser configurada desde el principio. En su artículo El largo regreso de los venezolanos a Ítaca, Miguel Ángel Santos propone algunas estrategias para lograrlo, iniciativas organizativas; pero en lo que respecta al estado mental, quizá sea fundamental aferrarse al olvido.
"Acá nunca seremos lo que allá éramos", se dicen los del Clan de Clara, entienden que "nunca llegarían a ser otra cosa que trasplantados con muchas de sus raíces expuestas", a pesar de sus éxitos profesionales, inalcanzables en su vida preliminar. La convicción de no pertenecer, jamás abandona al desterrado. Aun cuando se tenga siempre un ojo puesto en el futuro, el pasado no se despega.
Leonardo Padura, autor de la magnífica novela El hombre que amaba a los perros, nos ofrece a partir de la experiencia cubana, la universalidad que define al exilio. El momento histórico que atraviesa Venezuela permite que la obra encuentre particular resonancia entre nosotros. Tristemente, esas "olas de exilio trágico" amenazan no mermar pronto; el plan de ajuste monetario recién anunciado en Cuba y la nueva devaluación en Venezuela, mitigan toda esperanza. Encuentro muy significativo que pasajes de la novela hayan sido leídos públicamente como parte de las jornadas de protestas del movimiento 27N/San Isidro, de ese modo la obra realizó su gesto revolucionario en Cuba. En Venezuela, al servir de espejo, también realiza un gesto político interesante. Las salidas de ambos países al fracaso de sus gobiernos, están ligadas como nunca antes en la historia.