La llegada del Republicano Trump a la Casa Blanca (2016) no tan solo fue una sorpresa para el pueblo norteamericano, rompió los pronósticos de las encuestas y marcó un hito en la vida política en el país de George Washington. Todos esperaban ver a Hillary Clinton como la primera mujer en la presidencia del gran país del norte, pero ocurrió lo inesperado. Los norteamericanos eligieron a un populista demagogo y xenófobo, que centró su discurso político en el insulto y la descalificación, la estigmatización del inmigrante, especialmente los latinos y que mostro sin ambages su admiración por personajes tan obscuros como Vladímir Putin. Sus aspiraciones a la Casa Blanca fueron catapultadas por el apoyo electoral del voto rural y de aquellos sectores con poca formación educativa. A pesar de que Trump logró la mayoría de los colegios electorales (278 versus 218 de su oponente Hillary Clinton), perdió el voto popular por 2,868.686 votos.
Cuatro años más tarde el histriónico de Manhattan volvió con su discurso xenófobo, intolerante y manipulador con la esperanza de ser reelecto como presidente de los EE. UU. Se autocalificó como el salvador de la nación ante el peligro “socialista” que representaba la formula Biden-Harris e insurgió como el redentor del país ante el riesgo de que los Estados Unidos se convirtieran en una nueva Venezuela o Cuba. Sin embargo, a diferencia del 2016, en esta ocasión las minorías negras y latinas salieron a votar masivamente ante el peligro de que el Atila anglosajón llegara de nuevo a la Casa Blanca, y esta vez fue derrotado. A pesar de su descalabro electoral, Trump se niega tercamente a aceptar que su oponente Biden logró la mayoría tanto en los colegios electorales (306 votos electorales versus a los 232 del Republicano), así como en el voto popular por más de seis millones de sufragios.
Sin embargo, las acusaciones de fraude no deben de sorprender a nadie. Desde el inicio de la campaña, Trump y sus colaboradores pusieron en duda la integridad del proceso electoral cuestionando -sin base alguna- el voto por correo. La denuncia de “fraude” fue parte del guion de la campaña presidencial de Trump. Vale señalar que, a diferencia de muchos otros países, Estados Unidos no tiene un órgano electoral central que dirima y certifique los resultados de los comicios nacionales. Cada uno de los 50 estados tiene sus propias normas, su “software” para escrutinios y tienen diferentes plazos para totalizar los votos.
Ante la pregunta, ¿por qué insiste Trump en negarse en reconocer el triunfo de Biden? La respuesta es muy sencilla su inmenso ego. Trump se niega a confrontar la realidad: de ser un perdedor. El presidente derrotado pretende edificar el mito de la causa perdida que le pueda servir como base para sus aspiraciones políticas a futuro, las presidenciales del 2024. Trump dejará la Casa Blanca de la misma manera que gobernó: sin gloria, caóticamente, profundizando las divisiones existentes, cuestionando a la ciencia, anteponiendo sus propios intereses y sin importarle el daño que le ha causado a la sociedad estadounidense con sus acciones.
Mount Sinai Medical Center
4300 Alton Road
Harry Pearlman
Biomedical Research Institute
Miami Beach, FL 33140