Javier Solana - LEGADO TRUMP

 

Las guerras mundiales y las grandes depresiones no surgen de la nada; ocurren porque se debilitan antiguas restricciones a malas conductas. (…) En tiempos relativamente estables, el mundo puede sobrellevar la existencia de líderes problemáticos sin que se produzcan daños duraderos. Es cuando confluyen una serie de factores disruptivos que aquellos que ostentan el poder pueden desencadenar la tormenta perfecta.

Estas palabras pertenecen a un ensayo reciente de Margaret MacMillan, una de las principales autoridades mundiales en historia de las relaciones internacionales. MacMillan nos advierte de que las mayores conflagraciones entre países surgen en ocasiones como fruto de tropiezos, negligencias, excesos retóricos e interpretaciones erróneas. Prepararse para lo peor puede agudizar las tensiones y derivar precisamente en lo que se pretende evitar, pero hacer oídos sordos a las señales de alarma puede conducir al mismo final dramático. El arte de la política internacional radica a menudo en hallar el punto justo entre ambos extremos. Es ahí donde los grandes estadistas se distinguen de los peligrosamente mediocres.

En la época que vivimos, sin embargo, el líder más poderoso del mundo es ajeno a estos dilemas. Sentado tras el imponente escritorio Resolute en el Despacho Oval, el presidente Trump tiene inquietudes mucho más inmediatas. Su mirada se encuentra fija sobre su ombligo. Sus hombros son inmunes al peso de la historia. Sus manos envuelven el teléfono móvil desde el que se dispone a lanzar su próximo tuit incendiario. Y, mientras tanto, todavía se oyen los ecos de aquellos ingenuos vaticinios que pronto cumplirán cuatro años: “Se moderará cuando llegue a la Casa Blanca”, “dejará atrás la retórica divisiva”, “terminará adoptando un comportamiento presidencial”. Nada más lejos de la realidad.

Trump no se ha adaptado a la presidencia, sino que ha adaptado la presidencia a él.   ...........

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