Todos los enfrentamientos de estos días entre venezolanos por los resultados de las elecciones en Estados Unidos, todos los insultos, las descalificaciones, los agravios, no son más que un ejercicio de catarsis colectiva que nos permite por un tiempo evadir la realidad que debería ocuparnos. Ésa que no va a cambiar por más que uno u otro grupo consiga imponerse sobre el otro en la contienda del norte.
Irremediablemente llegará el momento de volver la mirada hacia esta tierra devastada que habitamos para comprobar que no importa cuánto entusiasmo pongamos en procesos ajenos, nuestra tragedia sigue ahí, intacta, mirándonos con su cara cada vez más fea y retándonos a asumirla para intentar cambiarla.
Ni los que gritaron fraude anticipado desde hace meses, ni los que amagaron con participar para después recular, tienen una respuesta clara para esta ciudadanía que ve como se le escapan todas sus expectativas de futuro mientras Maduro y su entrenado partido van a unas elecciones en las que no tendrán que hacer ningún fraude porque para robarse unas elecciones hay que competir con un adversario fuerte dispuesto a demostrar su superioridad en las urnas.
Más ocupados en desprestigiar a los que sí van a competir en contra de Maduro que en explicarle a la gente cómo una consulta por redes sociales podrá lastimar al aparato de poder, se amplía esa brecha que nunca debió abrirse entre la gente desesperada por su cotidianidad invivible y los que teniendo el poder de ser mayoría en el órgano legislativo gracias a nuestros votos decidieron recorrer caminos alejados de la lucha necesaria.
Las elecciones serán el 6 diciembre porque ninguno de los que negó esa posibilidad tienen la fuerza para detenerlas. Ante esta realidad inamovible, los que van a competir en contra del gobierno lo hacen también, lamentablemente, en contra de quienes debían acudir pero cambiaron la posibilidad de darle una voz a la ciudadanía por escuchar el sonido de sus propias voces repitiendo consignas y sin ninguna estrategia que pueda torcer el rumbo.
Perderemos la mayoría de la AN y nos alejaremos un poco más de lo que pudo construirse a partir de la victoria de 2015. A cambio, tal vez nos acerquemos un poco a formas más sensatas de contar con la propia fuerza para conectar a las mayorías que sufren con la posibilidad de cambiar lo que nos abruma. No es el camino mas fácil, pero es un camino labrado en la tierra que pisamos y no un sendero imaginario en el aire construido por mentes febriles.