Se me ocurre pasear la mirada por este mundo en el que ni la pandemia con su segunda y despiadada ola ha podido detener la política y sus procesos. Y podría irme lejos, como a la ajena Bielorrusia en la que elecciones y protestas le han hecho difícil la vida al miserable y eternizado Lukashenko. O un poco más cerca, a ese país gigante del norte al que en este momento se dirigen todas las miradas para saber si el populismo económicamente eficiente podrá imponerse con su carga de desprecio por la buena política en unas elecciones que mantienen en vilo a gran parte del planeta.
Pero elijo detener mi mirada en este continente que habito. En tres países que vienen de sufrimientos distintos pero que al final, incrustados como están en esta América del Sur que los contiene, tienen también mucha historia compartida.
Sacudidos los tres por la violencia en tiempos recientes por reclamar ante la injusticia y ante las faltas de respuesta o los abusos del poder, impelidos a protestar por lo que consideran sus derechos pisoteados, volcados a la calle para exhibir sus demandas con sus saldos de muertos y heridos en los tres casos, solo dos de ellos lograron encauzar esa violencia y hacer oír sus voces ahí, en el lugar que la política tiene reservado para expresar las diferencias, para protestar de la forma en la que los ciudadanos empuñan el arma que les ha sido dada por la lucha de tantos durante tantos años para que la violencia no se lo lleve todo por delante.
No se trata de comparar a Venezuela con Bolivia, o con Chile.
Se trata de observar como dos países cercanos fueron a las urnas electorales para dirimir conflictos que seguramente están lejos de ser resueltos, pero que encontraron en la expresión ciudadana pacífica una forma de seguirlos enfrentando sin matarse.
Solo uno de los tres sigue inmóvil y alejado del camino que involucre a sus ciudadanos en esa búsqueda de la solución a sus conflictos. Tal vez pensando en la posibilidad de más violencia. Tal vez esperando que de otro lado vengan a hacer lo que al igual que los bolivianos o los chilenos, nos toca hacer a nosotros. Esperando que algo pase. Solo esperando.