La palabra pueblo es recurrente en el discurso político. Está presente en el verbo de los líderes de cualquier signo, tanto de izquierda como de derecha, democráticos como no democráticos. Casi todas los preámbulos de las constituciones están escritos colocando por delante la autoridad del pueblo soberano en nombre del cual toman legitimidad las mismas. De modo que el discurso político contemporáneo no puede zafarse del vocablo pueblo; sin él, pareciera carente de un elemento que le es consustancial.
Como muchos otros conceptos ligados a la política, éste también está cargado de equívocos y, como ha llamado la atención Margaret Canovan (2005), algunos de sus significados coliden con otros. Puede aludir al cuerpo de ciudadanos en su totalidad, así como sólo a la gente común, al vulgo o a la masa.
Aunque la invocación al pueblo no es atributo exclusivo del populismo, es en el marco de esta estrategia dirigida a alcanzar el poder o a mantenerlo, donde esa interpelación adquiere su valor cardinal. El pueblo está en el corazón del relato de quienes elaboran política en clave populista.
En esa estrategia, señala Francisco Panizza (2009), el pueblo no aparece sólo como entidad formada exclusivamente por los pobres sino por quienes se sienten desechados de la política y de la representación pública. A título de esa exclusión es que el relato populista construye retóricamente al pueblo