José Rodríguez Elizondo - DEMOCRACIA EN COMA CON EPÍLOGO PARA CHILENOS

 


Para los políticos de una dictadura, el coronavirus es un camino al escapismo. Les permite defender su régimen. diciendo que lo primero es proteger la salud de la población. Para demasiados políticos de las democracias, es como si el virus no existiera. Siguen inmersos en sus pequeños juegos de poder. Ante estos fenómenos, la pregunta es: ¿quien nos representa a los demócratas, humanistas y patriotas?  Publicado en El Mercurio 16.10.2020

La precariedad global de la democracia ya es un hecho y la pandemia ha cumplido con ponerla con letras mayúsculas. 

Se explica, en parte, porque perder al enemigo estratégico -el socialismo realmente existente- cambió los puntos de referencia de las organizaciones políticas de Occidente.

En los EE.UU creyeron que llegaban a su “destino manifiesto” y lo que les llegó fue Donald Trump. En Europa, entre el 
Brexit, los desaires de Trump y los separatismos sísmicos, se abrió un forado que está socavando la condicionalidad democrática de su integración. En América Latina el compacto elenco de países democráticos de los años 90 se ha desgranado, la corrupción ayuda mucho y los militares vuelven a ser solicitados. En Brasil, son el grupo de confianza de un Presidente que antes fue capitán, en Bolivia, Ecuador y el Perú han actuado por omisión, disuadiendo conjuras y golpes de Estado. Muchos ahora están parafraseando esa ironía de los “indignados” españoles según la cual “contra Franco estábamos mejor”
¿Estamos los chilenos conscientes de que tenemos ese problema?
Sí, pero no se nota. Preferimos ignorar (“es otro el contexto”) las coincidencias estructurales entre la espiral de ingobernabilidad que condujo al golpe de 1973, las contradicciones entre los “posibilistas” y “manifestacionistas” durante el régimen de Pinochet y lo que está sucediendo. Temas que, dicho sea de paso, están prolijamente tratados en un reciente libro del conocido politólogo Ignacio Walker.
Eso explica por qué, pese a la amenaza ecuménica del coronavirus, seguimos enredados en el enfrentamiento entre cuatro minorías antagónicas, de derechas e izquierdas: las del “Sí” contra el “No” y las de los “autocomplacientes” contra los “autoflagelantes”. Lo peor es que, en el caldo de multiplicar de las redes sociales, los ganadores son los antisistémicos que las habitan.
En ese marco, la razón de la irracionalidad hace que la violencia se condene sólo con la boca chica y se soslaye la diferencia entre una dictadura sin plazo y un gobierno democrático impopular, pero con fecha de vencimiento. De ahí que, mientras el Presidente elogia “nuestro hermoso país” y alude a lo que “todos los chilenos queremos”, los candidatos a reemplazarlo y los políticos rasos están en otra. Los opositores sistémicos (con honrosas excepciones) creen que lo urgente es acusar constitucionalmente al gobernante y a ministros, incumbentes o renunciados. Los antisistémicos, por su parte, siguen aplicando sus viejos manuales de insurrección. Como efecto inmediato nuestras ciudades se volvieron peligrosas y el Estado perdió la esencia de su existencia; su capacidad para imponer la ley, El vandalismo volvió a desbordar a la policía, la delincuencia muestra su 
upgrade mediante narcos ostentosos y proliferan las pandillas de asalto.
Lo más emblemático de este cuadro es la portentosa contradicción entre la convocatoria a votar presencialmente -en el plebiscito y las sucesivas elecciones programadas- y el mensaje sanitario de confinamiento y distanciamiento social, sostenido por más de medio año… hasta con toque de queda. Durante todo este tiempo, los chilenos, en especial los mayorcitos, hemos vivido temerosos del contacto con el prójimo, incluyendo hijos y nietos. Sin embargo, de un día para otro, quienes dicen representarnos nos llamaron a concurrir a los lugares tradicionales de votación, como si el virus ya se hubiera ido y “la roja” hubiera vuelto a jugar a estadio lleno.
Obviamente, se ahorraron el trabajo duro de actualizar y tecnificar los procesos eleccionarios en modo antivirus. La necesidad de hacerlos compatibles con la seguridad vital mediante, por ejemplo, votaciones a domicilio, como en los censos o por correo electrónico, como ya se hace en algunas consultas alcaldicias. Más fácil era cambiar el 
switch, con consignas “movilizadoras” y apelar a nuestro idealismo jurídico. Así las cosas, el indicador más confiable, en el plebiscito, no será el del “apruebo” o “rechazo”, sino el de la cantidad de chilenos que concurra a los locales, confiando en la suerte y en su lápiz propio.
Como veterano del 73 pienso que debiéramos desempolvar la palabra “patria” y asumir, con Shakespeare, que el pasado puede ser un prólogo. La alternativa  sería resignarnos a eso que llaman  “consuelo de tontos”. El saber que no estamos solos en esta pésima época para la democracia.
Por cierto, ésta seguirá temblequeando, aquí y afuera, mientras crece la amenaza de algo peor, que de puro supersticioso no nombro.