“Candelita que se prende, candelita que se apaga", decía Hugo Chávez cuando la crisis no era ni la sombra de la que vivimos. Tampoco son las mismas candelitas las que en varias partes del país se presentan hoy como expresión de una furia justificada sin que haya quién pueda apagarlas ni quién, a pesar del deseo de atizarlas a su conveniencia, pueda adueñarse de ellas.
Tan genuinas en su forma de mostrar el incontenible hartazgo como caóticas en su manera de tomar por horas una avenida, una calle, un barrio, esas protestas no le pertenecen a nadie más que a sí mismas. A esa voluntad que surge de una desesperación que ya no puede ser contenida y que sin ningún propósito definido reúne en sus desordenados grupos a gente de todas las ideologías que lo único que tiene claro es que ya no soporta vivir sin nada y que nadie los ha escuchado.
El gobierno de la felicidad artificial exhibida por el aparato comunicacional del Estado mientras el pueblo muere de hambre y la pandemia lo atraviesa de extremo a extremo, luce incapaz de resolver ninguno de los problemas que nos aquejan a todos aunque remate sus arengas con el gastado “venceremos” que ya muy pocos corean. Recurrirá a las tanquetas, a la fuerza bruta, culpará al imperio y a la derecha golpista. Pero lo que no hará nunca, es reconocer su inmensa responsabilidad en la destrucción de un país que nunca imaginó verse sometido a tan triste miseria.
Del otro lado, una oposición que ha retado al poder con fuerzas que no dependen de sí misma y que ha ido perdiendo la conexión con la gente y sus penurias, ve en esas protestas la posibilidad de un caos que podría favorecerla para esconder sus fracasos, sin entender que esas protestas no le pertenecen ni puede controlarlas. Que su fracaso está también siendo exhibido en cada rostro de un venezolano que en la calle se siente despojado y huérfano. Que cuando protestan, los agobiados protestan en contra de todo y de todos.
Quién sabe cuántas candelitas se seguirán prendiendo. Cuantas se apagarán solas por cansancio y cuantas sentirán la furia de la represión hasta desaparecer. Lo que sí sabemos, es que este país se convirtió en la expresión de un fracaso colectivo en el que quienes ostentan con indolencia criminal el poder y quienes quieren arrebatárselo, no tienen sobre una población desasistida la posibilidad de satisfacer sus reclamos unos, ni la posibilidad de juntarlos para darle sentido y esperanza a sus reclamos, los otros.
Por ahora, seguirán las candelitas adornado el paisaje desolado de este país en ruinas.
Fuente: https://talcualdigital.com/candelitas-por-adriana-moran/