Los resultados no pudieron ser más estrechos: más de lo que indicaban las encuestas. Andrzej Duda, 50,4 %, Rafal Trzakovski, 49,6%. Este último impugnará el resultado, pues cuando las autocracias gobiernan, hay que contar con alteraciones. Eso lo sabían de antemano Trzakovski y sus electores. Como sea, las elecciones del domingo 12 de julio demostraron que Polonia será, de ahora en adelante, un país políticamente dividido.
¿Política o culturalmente dividido? La pregunta es válida. Como en pocos países las variables culturales (y culturalistas) se cruzan en Polonia con las políticas.
Los periódicos, incluyendo los más importantes, aportaron confusión a un no tan confuso tema. Los titulares de la mayoría de ellos anunciaron que en Polonia los conservadores derrotaron por leve mayoría a los liberales. Así presentadas, parecía que las polacas habían sido una de esas elecciones clásicas del siglo pasado, cuando los liberales (y/o socialdemócratas) disputaban alegremente el gobierno con los conservadores.
Pero no, definitivamente no. Ni el PiS (Ley y Justicia) de Duda y Kaczynski puede ser considerado un partido conservador clásico, ni la agrupación que apoyó a Trzakovski (Plataforma Cívica), una opción puramente liberal. Dicho en otras palabras, las elecciones no fueron una disputa entre Tories y Whigs a la polaca, sino entre dos contendientes que mantienen plena equivalencia con las nuevas formaciones políticas post-modernas europeas.
Ambos candidatos - es mi tesis – representan contingentes muy polacos pero a la vez muy europeos. Hecho que explica por qué los políticos, no solo de Europa, siguieron con tanta atención el curso de las presidenciales polacas. Y con razón: la diferencia fundamental entre los dos candidatos era su relación con Europa y con su máxima representación, la UE.
Mientras Duda, en representación del líder del nacional- populismo Jaroslav Kaczynski, aboga a favor de los nacionalismos, Rafal Trzakovski lo hace a favor de una Europa internacional y global. Pero esta es solo una apariencia.
Si acercamos más la lupa al tema, podremos advertir que los nacionalistas de hoy, los así llamados nacional-populistas, son en la práctica más internacionalistas que los defensores del internacionalismo europeo. El PiS, para nadie es un misterio, forma parte de un contexto nacional-populista continental.
La afinidad del régimen que representa el PiS con las autocracias nacionalistas de Europa, incluyendo a la de Rusia, es muy estrecha. La intimidad de las relaciones entre los regímenes que representan Orban en Hungría y la dupla Duda-Kaczynski en Polonia, linda con la hermandad. Cierto es que los representantes del PiS no se dicen pro-rusos (el pasado vivido bajo el yugo soviético pesa, aunque solo sea en la retórica). Pero el más entrañable aliado europeo de Putin es el húngaro Viktor Orban.
Con razón el historiador Adam Mischnik, quien fuera uno de los más directos consejeros de Walesa, afirmó en su entrevista más reciente (Die Zeit, 04.07.2020), que Polonia vive un acelerado proceso de “putinización”. Efectivamente, los regímenes fundados en Hungría y Polonia son un calco, pero a escala reducida, del fundado por Putin en Rusia. Ese proceso ha sido parcialmente bloqueado por la candidatura de Trzakovski.
Hungría y Polonia – hay que decirlo - han llegado a ser partes constitutivas de la zona de influencia imperial de Putin en Europa. Una mitad de la ciudadanía polaca ha dicho claramente “no” a esa geopolítica pertenencia.
Hecho destacable es que la fuerza electoral de las nuevas autocracias no reside en las grandes ciudades sino en las zonas agrarias y sub-urbanas de los países donde gobiernan. Eso explica en parte el carácter y sentido de una de las diferencias político-culturales que se dan entre Duda y Trzakovski. Son las mismas que se dan entre las autocracias europeas y sus enemigos democráticos.
Las zonas rurales y suburbanas, como es sabido, están dominadas por instituciones religiosas, sea la Iglesia católica en Hungría y Polonia, sea la iglesia ortodoxa en Rusia, sean las cofradías islámicas en Turquía. De este modo, y siguiendo el mandato de su clientela, Duda se presentó a las elecciones de julio como un defensor del estado de la familia patriarcal y del estado confesional. Trzakovski por su parte, fue dado a conocer por los medios como un representante del estado secular y de las libertades personales, incluyendo las sexuales.
Sabiendo a quienes dirigía su mensaje, y viéndose superados por las propuestas sociales y políticas de la candidatura Trzakovski, los nacional-populistas intentaron - como siempre, con éxito – jugar su carta más sucia: la de la sexualización de la política (sobre ese tema habrá que escribir otro artículo: es fundamental) De este modo, a medida que se acercaba el día electoral, el régimen controlado por Kaczynski desataba una campaña furiosa en contra de homosexuales y lesbianas y - sobre todo, horror de horrores - en contra del matrimonio gay.
Nada nuevo bajo el sol. Los nacional-populistas cuando se encuentran acorralados sacan a la política del parlamento y de las calles para llevarla a los dormitorios y a las camas. Que en la colonización de los espacios de la intimidad reside el gérmen de la dominación totalitaria fue advertido, cada uno en sus tiempo, por Hannah Arendt y Michel Foucault.
El nuevo líder de la oposición polaca - un amplio frente donde caben desde los conservadores demócráticos, los liberales de Simon Holvnia (ayer rival, hoy aliado de Trzakovski) y todos quienes se sienten descontentos con la gestión autoritaria del PiS - no siguió el juego a las provocaciones patriarcales, confesionales y sexistas de Duda. El mismo Trzakovsi es un defensor del orden familiar, pero en un contexto comunicativo con el orden social. No es anti-nacionalista, pero entiende que las naciones, sobre todo en tiempos globales, solo pueden prosperar a través de una permanente cooperación internacional. Eso lo ha llevado, en contra de los egoísmos nacionalistas, a defender el rol simbólico y político de la UE. De esta manera los electores que lo apoyaron percibieron que, así como Kaczynski y Duda están muy cerca de Putin, Trzakovski puede ser situado en las cercanías de Angela Merkel.
Polonia, reiteramos, se encuentra políticamente dividida en dos partes casi iguales. Hecho que bajo ningún punto de vista puede ser considerado una tragedia. Máxime si tenemos en cuenta que sin divisiones no hay política. Lo importante de la nueva situación es que la división polaca concentra en un solo país la gran división europea de nuestro tiempo. Ella no se da ni en los planos económicos ni sociales. Su locus está enfocado en la contradicción entre dos formas de gobierno. Una es la autocracia confesional y antiparlamentaria. La otra es la democracia secular y parlamentaria.
La revolución que una vez comenzó en la Francia de 1789 no ha terminado todavía. Ni siquiera en Francia. Mucho menos en Polonia. En el fondo, esta es una triste conclusión.