Se
esperaba, más no tanto. En las elecciones comunales del domingo 30
de junio, una ola verde ha inundado a Francia. Municipios como los de
Lyon, Bordeaux, Strasburgo,
entre otros, han sido electoralmente “tomados” por los
ecologistas.
La
importancia política del hecho trasciende a las elecciones comunales
pues sus luces se proyectan hacia las presidenciales del 2022. No sin
motivos. En Francia, a propósito del triunfo verde, ha sido acuñado
el término petite rèvolution.
Y si por revolución entendemos un cambio en las relaciones de poder,
el término cabe perfectamente. Pero el impacto no termina ahí.
Si los Verdes continúan su trayectoria ascendente hacia el 2022 – no
hay ninguna razón para suponer lo contrario - pueden llegar incluso a
poner feliz termino a la estrategia del “mal menos peor” impuesta
en Francia por el lepenismo desde los tiempos del padre fundador. De
acuerdo al tenor de esa estrategia, la ciudadanía democrática, a
fin de evitar el avance del peligro neo-fascista, se veía siempre
obligada a votar en la segunda vuelta por candidatos no mayoritarios.
De este modo la presidencia era ocupada por candidatos de segundo
orden, vale decir, no por los elegidos sino por los aceptados. O no
por un sí, pero sí por un no. Macron, más que por sus evidentes
virtudes, llegó a la presidencia como resultado de un afortunado
invento de la nación frente a un lepenismo que se aprestaba a
hacerse de todo el poder.
Presidentes
sin emblemas ni carisma, han debido gastar esfuerzos no en el normal
oficio de representar a sus representados sino en conquistar desde el
gobierno a nuevos representados que avalen su gestión. En ese punto
los esfuerzos de Macron han sido enormes, casi gigantescos. No
obstante, en ese afán por intentar representar a todo el mundo, se
termina representando, si no a nadie, a muy pocos. Al fin, y gracias
a los Verdes, después de mucho tiempo la ciudadanía democrática
francesa se encuentra frente a la posibilidad de construir un no con
un sí agregado. Quiere decir: A no votar solo por una negación (del
lepenismo) sino también por una afirmación.
¿Por
qué los Verdes? ¿Dónde reside el secreto del éxito de los
ecologistas franceses (y alemanes)? La respuesta no es difícil: en
un mensaje deducido de una ubicación en la geometría política: los
Verdes, efectivamente, han llegado a constituirse en el partido que
mejor ha logrado captar las configuraciones de la llamada sociedad
del capitalismo posindustrial (hay quienes incluso hablan de
poscapitalismo)
La
ciudadanía de los países más avanzados de Europa ya no se interesa
por grandes ideologías, ni por verdades metafísicas o
macrohistóricas, sino por temas que nacen de la vida cotidiana, de
la realidad inmediata, en los espacios constitutivos de la polis, en
el propio habitat. No obstante, errado sería clasificar a los Verdes
como un partido regionalista. Por el contrario: su gran aporte reside
en haber sabido unir las tres dimensiones de la política europea: la
región, la nación y el globo. La región o el contorno habitado, la
nación en un contexto europeo y la globalidad con sus milagros
digitales y sus catástrofes naturales. Frente a cada uno de estos
espacios tienen los Verdes una respuesta. Eso quiere decir, aún
levantando políticas sociales, los Verdes no son clasistas y mucho
menos partidarios de la lucha de clases. Han logrado articular una
serie de demandas democráticas no ecológicas, entre ellas las de
género, las de los extranjeros residentes, la lucha por las
libertades públicas. En breve: ofertas transversales y, no
olvidemos, generacionales.
Mientras
más aumenta el electorado juvenil, más aumentan las opciones de los
Verdes. No son utopistas, pero sí articulan ideales de la juventud.
No quieren cambiar el orden mundial y sin embargo defienden políticas
transnacionales. Proponen nuevas reglas de control en la
alimentación, en el tráfico automovilístico, en la racionalización
energética, en contra de la excesiva iluminación de las zonas
comerciales en desmedro de las habitacionales, del congelamiento
excesivo de la alimentación (hasta treinta grados, es la divisa) y
del tratamiento a los animales.
Incluso
Macron, inmediatamente después de las elecciones mostró una vena
verde que – a diferencias de Merkel, quien fuera ministro del medio
ambiente - nadie conocía. De este modo apareció abogando por la
ecologización del agro, a favor del tráfico digital- ferroviario,
por la disminución de vuelos nacionales que demanden menos de cuatro
horas, a favor de un cambio en la velocidad máxima en las carreteras
(110 Kms por hora) y así sucesivamente.
Interesante es constatar que todas estas demandas que hace 50 años habrían
aparecido como fantasiosas o irrealizables, son hoy posibles gracias a
la digitalización de la economía. Habiendo nacido en las agónicas
postrimerías del periodo industrial, los Verdes han llegado a ser el
partido de la revolución digital. Así como los antiguos partidos
socialistas tenían como objetivo la regulación de las relaciones
entre capital y trabajo a favor del segundo sector, los Verdes
defienden los intereses de los usuarios del espacio digital,
incentivando nuevas invenciones, pero a la vez proponiendo vías que
lleven a una estructura más equitativa y racional.
En
gran medida los Verdes son partidarios de una revolución digital con
“rostro humano”. En ese sentido pueden ser considerados como
herederos de las tres principales corrientes de la modernidad. En su
relación con el medio ambiente son conservadores. En la defensa a
ultranza de los derechos individuales, son liberales. En la defensa
del Estado-social, son socialistas. Incluso, sectores que
originariamente vieron en los Verdes una amenaza para el orden social
y político, los ven ahora -al compararlos con los anárquicos
Chalecos Amarillos – como un factor de orden.
El
mañana europeo no será ni rojo ni negro. Lo más probable es que
sea aún más verde que hoy.
No
obstante, no debemos caer en idealizaciones. El origen izquierdista
de los Verdes, tanto franceses como alemanes, es a veces un
obstáculo, sobre todo en momentos donde es necesario contraer alianzas
con sectores conservadores para cerrar filas frente a
peligros comunes. Del mismo modo la idea de que los demás partidos
de izquierda son partidos “hermanos” por ser anti-capitalistas,
inhibe en muchos Verdes una crítica radical a determinadas
posiciones totalitarias de la izquierda clásica. En la misma línea,
en el terreno internacional, el “anticapitalismo” vernáculo de los Verdes deviene en algunas ocasiones en simple
“anti-americanismo”, hoy avivado por la actitud anti-europea y
anti ecológica del presidente Trump. Cabe agregar que las posturas
de los Verdes a favor de los emigrantes suelen caer en
idealizaciones, mostrando en ese punto un déficit programático que
empeora en vez de facilitar algunas soluciones. Y en la visualización
de los enemigos fundamentales de la Europa democrática, si bien los
Verdes no pierden oportunidad para enfrentar al neo-populismo de
“ultraderecha”, muchos de ellos no han logrado todavía
visualizar la amenaza que proviene de la Rusia autocrática dirigida
por Putin. Una amenaza que temprano o tarde los obligará a contraer
alianzas con otros sectores políticos situados más en
el centro que en la punta izquierda.
No
obstante, y pese a todo, “la esperanza verde” es efectiva. Los
Verdes han devuelto vitalidad y entusiasmo a una política francesa y
europea que, antes de la llegada de ellos, estaba por caer en los
tentáculos de la modorra y de la burocratización anti-política,
fenómenos que por lo general preceden a los regímenes
anti-democráticos. Bienvenidos sean ellos al huerto del poder.