Andrés Betancor - ESTADO DE PANDEMIA, PANDEMIA DE ESTADO



Una de las representaciones más exitosas de Estado es la del Leviatán. Acuñada en el año 1651 cuando Thomas Hobbes publicó su libro, su éxito debe tanto al frontispicio que lo acompaña desde entonces, obra de Abraham Bosse, como a la imaginación que hace volar. Es el nombre de un monstruo marino que encontramos en el Antiguo Testamento (Salmos 74: 13-14), descrito en Job 41 de una manera tan vívida que el lector sólo puede sentir terror: la rendición humana ante el poder de Dios. Es elocuente el que, para Hobbes, «ese gran Leviatán que se llama una república o Estado (civitas en latín)», es un «hombre artificial», surgido de «pactos o convenios», «aunque de estatura y fuerza superiores a las del natural, para cuya protección y defensa fue pensado».

Tiene razón David Runciman cuando afirma que el Leviatán de Hobbes sea quizá «el mejor tratado de filosofía política que se haya escrito en lengua inglesa». Su influencia ha sido enorme. El carácter monstruoso ha quedado vivamente marcado en nuestra imaginación, porque, en el fondo, lo que Hobbes pretendía, sobre lo que construye su visión, es la de alimentar la obediencia por el camino del miedo.

El miedo es esencial, como ha argumentado Corey Robin, en la reflexión de Hobbes. El que había sentido ya desde su nacimiento; el miedo a la Armada invencible y a las guerras de la Inglaterra del siglo XVII, incluida la decapitación del Rey Carlos I (1649). El miedo crea al Leviatán tanto como que es su fruto para generar obediencia, la del miedo.

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