Una persona es digna por el solo hecho de ser persona. La situación de calle no denigra a la persona sino a la situación que ésta padece. Esa situación denigrante interpela a la política porque reclama ser revertida, por respeto, precisamente, a la dignidad humana. Y se revierte ayudando efectivamente a la persona, no dignificando su situación.
La izquierda identifica la materialidad con la persona y por eso imagina que dignificando la situación dignifica a la persona. En eso consiste la metafísica de su pensamiento. Así, esta suerte de socialismo espiritual, dignifica moralmente pero no ayuda materialmente. Cuando las nuevas autoridades del Ministerio de Desarrollo Social de mi país asumieron y se pusieron simplemente a hacer las cosas, no solo quedaron expuestas muchas caricaturas, sino que se demostró que la solución de los problemas pasaba por ayudar efectivamente a las personas en situación de calle. Así de sencillo. Sin discursos grandilocuentes acerca de su dignidad.
La dignidad de esas personas nunca estuvo en cuestión, su situación sí, y esa situación era lo que había que revertir - de manera material no hermenéutica -. El Ministerio de Desarrollo Social apenas asumió se deshizo de todas las caricaturas y se puso a ayudar a esa madre sola con su hijo, porque sabe que tiene una familia mono-parental pero también sabe que está sola, a ese discapacitado, porque sabe que tiene capacidades diferentes pero también que necesita ayuda, o a las personas en situación de calle, porque sabe que la están pasando mal o muy mal y necesitan de nuestra solidaridad.
El discurso metafísico no resuelve los problemas sino que los disuelve en una hermenéutica de lo políticamente correcto. Porque quién se atreverá a decir que un discapacitado no es una persona con capacidades diferentes o que una mujer sola con su hijo no tiene una familia o que una persona en situación de calle no es digna. Nadie, absolutamente nadie. Pero ese es precisamente el problema, o mejor, lo que lo encubre. Por eso el Ministerio de Desarrollo hizo bien en no caer en la trampa. No se puso a discutir sobre nombres, sino a hacer lo que tenía que hacer, que no era otra cosa que ayudar a las personas que necesitaban ayuda. La solidaridad dignifica a quién la presta, no a quién la recibe. Eso es lo que no termina de entender la izquierda.
Llamar incapaz a una persona con capacidades diferentes envía un mensaje de impotencia, es cierto, no es una buena palabra. Pero cuidado, llamar capaz a una persona discapacitada descarga todo el peso de la discapacidad sobre ella. Le hace creer que si quiere puede, y por tanto si no puede, es porque no quiere o no quiere lo suficiente. La capacidad coloca una presión excesiva sobre una persona discapacitada que termina agravando el problema. Por supuesto que hay que tener un discurso vivificante, la voluntad es poderosa, lo sabemos, pero no podemos hacer depender todo de ella. Eso también es metafísica y niega en su base la problemática.
La forma de empoderar a un discapacitado, comienza por poner en claro los límites de su capacidad, para luego trabajar desde allí. No es serio ni humano, disimular el problema o disolverlo. Es necesario seguir utilizando el término “capacidades diferentes” pero sin olvidarnos de la discapacidad (aunque no sea políticamente correcto o aunque nos duela) porque de lo contrario, es una forma sutil de desentendernos del problema, de invisibilizarlo y reducirlo a una cuestión de fuerza de voluntad. La hermenéutica política subjetiviza problemas que son políticos. Integra, pero se olvida de ayudar. La integración es importante, pero no puede convertirse en una coartada para no hacerse cargo de los problemas o para descargarlos sobre la persona que los padece.
Del mismo modo, una situación indignante materialmente no puede ser dignificada a través de esfuerzos hermenéuticos sino que debe ser dignificada mediante esfuerzos materiales. El socialismo espiritual es una forma de eludir el compromiso de la política con las situaciones que la interpelan. Cargar de ideología los problemas para luego convencerse de que los problemas son ideológicos y pretender resolverlos ideológicamente es la mejor fórmula para no gestionar un país.
La política como hermenéutica juega con las palabras y convierte el problema del incapaz, de la mujer sola y de la persona en situación de calle, en un problema hermenéutico desconociendo la discapacidad, la soledad y el desamparo que padecen estas personas. Invisibilizar es denigrante, pero visibilizar sin ayudar, también lo es. Y cuando se dignifica con discursos, se está haciendo exactamente eso, se está visibilizando sin ayudar.
Hay que ayudar sin denigrar. Ese es el camino Si denigramos y no ayudamos estamos en el peor de los mundos; si ayudamos pero denigramos somos unos inmorales - despreciar a la persona que ayudamos es una inmoralidad que no se sanea con la ayuda que prestamos -. Pero si dignificamos y no ayudamos (y eso es lo que hacemos cuando dignificamos con palabras y no hacemos nada en los hechos) somos unos hipócritas y tampoco estamos haciendo nada para revertir la situación. Por eso el Ministro del Interior insiste en que vivir en la calle no es un derecho. Porque lo indigna la situación y quiere revertirla – la dignidad de la persona no está en cuestión, la indignidad de la situación sí -.
La dignidad no es económica, porque la dignidad no es un atributo de la condición humana, sino que es la propia condición humana. Dignidad es dignidad de ser. Por supuesto, si no existen condiciones materiales mínimas en las que apoyar a ese ser, no habrá dignidad. Pero la vista también necesita de claridad para ver y no por eso confundimos la luz con los ojos. Lo material es una condición de la dignidad, del mismo modo que la luz, es una condición de la vista. Y la oscuridad, se corrige llevando luz, no cerrando los ojos.