No soy yo,
es el tiempo el que devora a los días,
el que nos apaga, el que nos tritura,
antes de consumirnos como una bestia
feroz escapada desde el zoológico
con el firme propósito de cazar vagos.
Venganza
de la naturaleza frente a su opresor
dirán los ecolocos. Más bien el curso
natural de la existencia. Pues guste
a usted o no, mi socio,
usted vive con la muerte, acosado,
aún cuando en su desesperación usted haga
como que no ha pasado nada y baile
la cumbia del mono, la salsa del perro
o el vals amargo de las flores mancilladas.
El tiempo
marico conchudo se lo lleva todo,
hasta ese amor cuidado como una perla en la ostra
se lo va a llevar. Con ostra y todo.
Al final
solo crepitan las cenizas de un amago
de incendio: un par de palabras de auxilio,
de un niño recién nacido nadie sabe donde,
más la púrpura, el incienzo, el aceite de óleo
y las infaltables papas fritas con mayonesa.
.
Solo
nos puede salvar la ilusión de haber vivido
en otra ilusión, la de un dios fanático que contempla
desde su asiento, en la última fila de la galería,
este partido amañado, donde siempre perderemos todos.
Por goleada.