Si
se nos está quemando la casa no pensamos en las causas del incendio
ni en impartir culpas y responsabilidades. Pensamos en como apagarlo,
en llamar a los bomberos y, solo si se puede, en salvar algunos
objetos de valor. Es decir, distinguimos automáticamente entre lo
principal y lo secundario. Para lo secundario, ya habrá tiempo
suficiente. La política, actividad no meditativa sino cien por
ciento instrumental, no tiene por qué ser diferente.
Podríamos
decir sin temor a generalizar que un buen político es aquel que sabe
diferenciar lo principal de lo secundario. Un día lo principal es el
tema de los aumentos salariales. Otro, el de los los problemas
ambientales. Otro, el de las amenazas que provienen del exterior. Es
por eso que hemos dicho en diferentes ocasiones que la política está
ligada directamente a los temas que nos ofrece la contingencia del
diario devenir y por eso su práctica es esencialmente existencial. Y
bien, no hay nada más existencial que la lucha entre la vida y la
muerte. Y eso es lo que está en juego en los momentos límites
de la política, sea una revolución, una guerra, una catástrofe
natural o una pandemia que avanza portando el signo inconfundible de
la muerte.
¿Desaparece
la política en los tiempos del coronavirus? En ningún caso. El
humano es – dictaminó Aristóteles- un animal político. La
política forma parte de nuestra antropología y es tan inalienable a
la vida como el aire lo es a nuestros pulmones. Pero, por otra parte,
lo político no existe más allá de los objetos de la política.
Y qiuérase o no, el covid-19 ha llegado a ser un objeto político,
un tema de debate y de acción a la vez.
Enfrentados
a nuestra sobrevivencia, discutimos acerca de los medios para
combatir al maligno virus. Lo hacemos en nuestras casas, en las
redes, en la prensa. Y esperamos naturalmente que esas personas a las
cuales elegimos para que nos representen, también los discutan. Con
responsabilidad y seriedad. Y más aún, esperamos que, si son
gobierno, tomen las medidas adecuadas, entre otras cosas porque de
ellas dependen muchas vidas. En fin, no pedimos a los políticos
que abandonen la política. Todo lo contrario. Solo les pedimos que
asuman de una vez por todas la única política posible de realizar
en estos días: la política de la supervivencia.
Ni
siquiera pedimos a los políticos que abandonen la lucha por el
poder, pues sin esa lucha – lo sabemos desde Max Weber- no hay
política. Solo les recordamos algo que no dijo Weber: que para
obtener poder hay que ser reconocidos como sujetos de poder. Por eso
la política – voy a emplear la expresión hegeliana- es tambien
lucha por el reconocimiento. Sin reconocimiento, no hay poder,
solo hay violencia (Hannah Arendt). Los políticos de hoy, si
quieren el poder de mañana, deberán ser reconocidos por lo que
hicieron o no hicieron en los tiempos del coronavirus.
Los
estamos observando, están bajo nuestra vigilancia. Ya hemos
detectado a esos gobernantes irresponsables que minimizaron el tema
para no enfrentarlo en todas sus consecuencias en el momento en que
debían hacerlo. A los que ocultan o falsifican cifras, también. Ya
sabemos de esos otros que usaron el virus como una coartada para
controlar socialmente a sus ciudadanos y apropiarse de instituciones
públicas que no les pertenecen. Ya hemos tomado nota también de
esas oposiciones ultristas que ven en el coronavirus un arma para
derribar gobiernos intentando lograr con una enfermedad lo que no
pudieron lograr con los votos. Ya hemos identificado a esos
mandatarios que usaron el virus para divulgar opiniones racistas en
contra de otros pueblos y naciones. Ya sabemos en fin quienes nos
dieron la espalda en nombre de sus mezquinos deseos de inmediato
poder.
Pero
también hemos sabido de otros. Los que no intentan abusar del estado
de excepción al que estamos sometidos. Los que no buscan pantallas a
todo precio. Los que no intentan convertirse gracias al virus en las
vedettes que nunca fueron. Los que solo difunden informaciones
provenientes de instituciones serias. Los que se hicieron a un lado
para abrir espacio a quienes conocen el problema mejor que ellos: los
médicos y los trabajadores de la salud pública. Los que con
palabras responsables tratan de evitar la histeria y el pánico. Los
que saben, en fin, diferenciar a lo principal de lo secundario.
Sin
antagonismos no hay política. El problema es que ahora el
antagonista no es un enemigo político. Nuestra lucha por lo tanto no
debe ser antagónica sino agónica, es decir, de vida o muerte. En
pocas palabras,
de
lo que hoy se trata es
de poner la política al servicio de la supervivencia y no la
supervivencia al servicio de la política.