En el Far West
un sheriff colgaba avisos ofreciendo recompensas en los troncos de
los árboles. Hoy lo hace en twitter. 15 millones de dólares cuesta
la cabeza del presidente venezolano. No es poco, quizás algún loco
lo tome en serio y se arriesgue, poniendo en peligro su vida y la de
miles de opositores acusados de servir a los intereses del imperio.
¿Para qué
quiere la cabeza de Maduro, Trump? ¿Desde cuando acá está tan
interesado en la justicia universal? ¿Y por qué la cabeza del
cordero y no la de la madre del cordero? ¿La
de Díaz Canel, por ejemplo? Ah, no. Con Cuba hay negocios ocultos,
sobre todo en la rama turística. ¿Y Ortega? El dictadorzuelo nica,
a quien Maduro no tiene nada que envidiar, goza de impunidad debido
al privilegio de no ocupar como Maduro el cetro simbólico de la
iniquidad latina. Porque a estas alturas, después de haberse tuteado
con las más siniestras dictaduras de la tierra, Trump no nos va a
convencer de que se convirtió en adalid del “imperio del bien”
frente a Maduro.
Puede ser
ignorante, grosero, misógino, todo lo que usted quiera, tonto no es.
Lejos de tener alma de redentor como Carter y a veces Obama, está
guiado por una programación simple y esa le indica: nunca arriesgar
un solo paso si este no reporta ganancias contantes y
sonantes para los EE UU o, en su defecto, si los EE UU se encuentran
directamente amenazados. A su modo, Trump es un patriota económico.
De acuerdo a su concepción de la política, los EEUU son una gran
empresa y él su gerente principal. Y como era de esperarse, con el
coronavirus quiso hacer el negocio político del siglo, uno que lo
catapultaría hacia su único objetivo: su reelección presidencial.
Repitamos: ¿Por
qué la cabeza de Maduro? Para los que no nacimos ayer, el tema está
ligado a un tiempo determinado. ¿Y cuál es ese tiempo? Muy fácil,
Watson: es el tiempo del coronavirus. ¿Y que tiene que ver el
coronavirus con Maduro? Más facil, Watson: Trump no quiere que se
hable de la pandemia. Ha manejado tan mal la crisis del covid-19 que,
antes de que los EE UU se conviertan en una inmensa Italia o España,
necesita ganar tiempo con lo que sea y uno de esos “lo que sea”
es Nicolas Maduro, el gobernante más detestado del hemisferio, uno
al lado de quien hasta Trump luce como chico simpático. ¿Está
haciendo entonces Trump politiquería internacional con la pandemia?
Exacto, Watson. Siempre lo ha hecho.
En el manejo de
la crisis pandémica hay gobiernos que se han distinguido por su
prudencia y capacidad: los escandinavos, el holandés, el austriaco y, por supuesto, el alemán de Angela Merkel, quien ha logrado crear un
vínculo entre estado-gobierno y sociedad civil como nunca se había
visto en su país. En América Latina los gobiernos de Argentina,
Bolivia, Chile, Uruguay e incluso el de Venezuela -exageraciones u
omisiones más o menos - no lo han hecho del todo mal. De una manera
u otra, han tomado medidas a tiempo. Quienes en cambio obtendrán la Palma de Oro en materia de irresponsabilidad han sido el
mexicano de López Obrador, el brasileño de Jair Bolsonaro y el español de Pedro Sánchez (saquemos
a Italia del juego, fue asaltada prematuramente por el coronavirus).
El Oscar puede ganarlo Donald Trump. Pocos gobiernos han tenido más
recursos que el suyo. Nadie los ha tan mal usado.
Dejemos de lado
errores que pueden ser corregidos, como tardíamente lo hace Boris
Johnson en Inglaterra. El hecho es que Trump no solo ha manejado mal
la crisis. Mucho peor, la ha usado con el objetivo de extraer
ganancias políticas en contra de adversarios internacionales. Por de
pronto, bajo el amparo que le brindaba covid-19, radicalizó las
medidas anti-migratorias, señalando que se trataba de un virus
“extranjero”. Luego comenzó a hablar del “virus chino” (no
del gobierno chino, sino así: chino) con el objetivo de desacreditar
a su principal rival económico internacional. De más está decir
que los chinos o descendientes de chinos lo están pasando tan mal en
USA como los japoneses después de Pearl Harbor. Lo que no calculó
el inescrupuloso presidente es que mientras practicaba exculpaciones,
el virus continuaba su avance hasta el punto que llegaría a
convertir a su nación en el principal foco epidémico del mundo,
cumpliéndose en sentido negativo el sueño de Trump: America First.
Y bien, justamente en esos momentos, Trump, valiéndose de un
dictamen reactualizado por el Departamento de Justicia, decidió
poner a precio a la cabeza de Maduro. ¿Coincidencia? No, en ningún
caso. Como Trump es Trump, intentó, en medio de la crisis pandémica,
un deal tácito (no explícito) con Maduro y, por cierto, con
la oposición más extremista de Venezuela. Un deal que si
fuera escrito, debería rezar más o menos así: Yo, Donald Trump,
aparezco como líder de formato internacional, un mandatario que en
medio de una crisis piensa en el bienestar de los pueblos. Tú,
Nicolás Maduro, aparecerás como presidente de un país amenazado
por el imperio, consolidarás tus posiciones dentro del ejército y
lograrás rehabilitar el anti-norteamericanismo que sirvió de
legitimación a Hugo Chávez. Y ustedes, los de la oposición
extremista, los que nunca han sabido hacer nada aparte de proponer
vías imposibles, les haré ver que al fin, lo que ustedes llaman
“presión” ha dado resultados. La conexión López-Guaidó- María
Corina- Rubio-Pompeo y Trump, aparecerá como exitosa.
Por supuesto, el
deal tiene sus perdedores. El primero será la oposición
democrática venezolana cuyos dirigentes podrán hacer muy poco ante
el entusiasmo (y presión) que prometen las palabras de Trump. No
deja de ser “casualidad” que el deal aparece justo en los
momentos en que estaban gestándose conversaciones entre personeros de
gobiernos y oposición con respecto a la composición de la CNE.
Precisamente cuando el líder de AD, Ramos Allup, había mostrado
predisposición a acudir a las parlamentarias. Pocos días después
de que Henrique Capriles hubiera sugerido al gobierno posponer
diferencias y de que Maduro en su vulgar estilo hubiera hecho uno que
otro gesto de aceptación. Pero todo eso ha sido desplazado. El
verdadero líder de la oposición venezolana es Trump y Guaidó un
simple embajador de sus palabras. En fin, otra farsa más de las
tantas que ha vivido el atormentado país.
Solo los que
tienen un mínimo de comprensión política lo saben. Trump, en medio
del vendaval de la crisis pandémica, no podrá embarcarse en ninguna
aventura internacional. Llevaría lisa y llanamente a su hundimiento.
Esa crisis mantendrá su intensidad hasta septiembre por lo menos,
aún en el caso de que muy pronto fuese descubierta una vacuna. De
septiembre a diciembre, tendrá lugar la arremetida electoral en los
EE UU, y allí nadie se preocupará de política internacional. Y si
Trump logra sobrevivir a la crisis pandémica y es reelegido (lo que
desde ya puede comenzar a ponerse en duda) tendrá que reactivar la
reconstrucción económica de su país en lugar de estar preocupado
de países que le importan un carajo.
En estos
momentos de delirio, cuando covid-19 recién comienza su siniestro
avance en Venezuela, ha surgido en sectores de la ciudadanía
opositora una suerte de trumpismo aún más fanático y radical que
el trumpismo norteamericano. Es un trumpismo no político, nacido de
la desesperación y del miedo.
Siempre hay algo
peor a lo peor. No olvidemos que el fascismo europeo fue hijo de los
miedos que produjo la crisis económica de 1929. Los miedos
pandémicos del 2020 no se irán sin dejar huellas. Venezuela,
azotada por una crisis económica y social sin precedentes, puede ser
una víctima propicia. Con o sin Maduro. Aún es tiempo para que los
líderes de la parte democrática de la oposición levanten sus
voces. El momento no es ofensivo, como hacen creer los extremistas
que quieren utilizar el covid-19 como arma insurreccional. El
momento es defensivo. Y lo es en el doble sentido del término.
Defensivo frente a un régimen altamente agresivo y defensivo frente
a una pandemia aún más agresiva.
A los que creen
a pies juntillas en las palabras del presidente Trump, permítanme
recordarles una muy breve historia. Sucedió hace muy poco tiempo, en
el noreste de Siria. Frente al avance incontenible de los terroristas
de ISIS, Trump decidió sellar un acuerdo con las milicias kurdas que
luchaban en contra de las huestes sirias para qué, a cambio de
armamentos, lucharan también en contra de ISIS. Los valientes kurdos
cumplieron la promesa y destruyeron a ISIS en la región. En el
intertanto, Trump -Putin mediante- recompuso relaciones con el
autócrata Erdogan de Turquía retirando gran parte de sus tropas,
incluyendo armamento para los kurdos. Así pasó lo que tenía que
pasar. Los kurdos fueron diezmados desde ambos lados. Desde Turquía
y desde Siria. Erdogan con armas norteamericanas, y el tirano sirio,
al- Asad, con armas rusas. El numero de kurdos muertos, nadie lo
conoce. Pero la cantidad fue enorme.
A veces hay que
aprender de la historia, y cuando no se aprende de la propia, hay que
hacerlo al menos con la de los otros.